lunes, 30 de abril de 2018

abril 30, 2018
WASHINGTON, 30 de abril de 2018.- Lejos, cuanto más lejos de la prensa, mejor. El presidente Donald Trump dio la noche del sábado la espalda por segunda vez a la cena de corresponsales de la Casa Blanca y, en su lugar, acudió a un mitin en Michigan, uno de sus feudos preferidos. El desplante refleja la enorme brecha que separa al mandatario de los medios de comunicación críticos. Un abismo que Trump no ha dejado de agigantar desde que alcanzó el poder. Las acusaciones son diarias e incluyen desde el socorrido fake news hasta la calificación casi estalinista de “enemigos del pueblo”. Este lunes no dejó de recordarlo en un tuit: "La cena de corresponsales de la Casa Blanca, ha muerto tal y como la conocemos. Fue un desastre total y una vergüenza para nuestro país. Las fake news siguen vivas y estuvieron maravillosamente representadas el sábado por la noche".

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Evan Vucci / AP)

En esta permanente beligerancia, el rechazo a acudir por segundo año consecutivo a la cena de corresponsales muestra que difícilmente se van a superar las diferencias. La gala es un acto simbólico que desde sus inicios en 1920 ha congregado a la flor y la nata del periodismo de Washington. A medio camino entre el espectáculo y la exhibición de poder, era una tradición que los presidentes acudieran, bajaran las defensas y participaran en las bromas. Lejos del fragor diario, unos y otros rompían las barreras y hacían de la política y el periodismo una fiesta. Desde que en 1924 Calvin Coolidge asistiera por primera vez, apenas hubo interrupción en la asistencia presidencial hasta el punto de que antes de Trump, el último en fallar había sido Ronald Reagan por el balazo que recibió en 1981.

Con Trump, todo ha cambiado. Lo que el primer año parecía un gesto, este se ha vuelto una costumbre. Y si en 2017 acudió a un mitin en Harrisburg, Pensilvania, este sábado fue a la localidad de Washington, en Michigan, uno de los estados que en las elecciones de 2016 cambió de color y le facilitó la victoria.

”Para qué quiero ir a una cena donde me van a machacar unos y otros. Es de esos sitios donde te atacan y atacan, y tienes que sonreír. Y al día siguiente te dicen: ¿por qué sonreías si te estaban vapuleando? Creedme, prefiero estar con vosotros aquí, en Michigan; en ellos no se puede confiar, en vosotros, sí”, clamó Trump, en un discurso de tono mitinero y en el que en un crescendo de autoelogios llegó a decir: “He cumplido más de lo que prometí”.

Mientras tanto, en la capital, la comediante Michelle Wolff condujo la gala celebrada en el Hotel Hilton. Al presidente se le dejó una silla vacía. “Hubiese prefiero reírme en su cara”, dijo Wolff. Luego, inició un polémico monólogo, repleto de vitriolo para Trump, su equipo y los medios que le apoyan. Entre los dardos hubo uno especialmente doloroso para la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, presente en la cena, a la que Wolff definió como "el Tio Tom de las mujeres" (en alusión al protagonista de la novela La cabaña del Tío Tom, considerado ahora por la comunidad afroamericana como un colaboracionista de los blancos).

Al día siguiente, muchos analistas conservadores consideraron que había sido excesivo. Trump, en un tuit, redujo la cena a un espectáculo "aburrido y fracasado" y aconsejó para el próximo año a uno de sus humoristas de cabecera, el conservador Greg Gutfeld. Este lunes, en otro tuit, dio la cena por muerta. (J.M. Ahrens / El País)

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