viernes, 6 de noviembre de 2015

noviembre 06, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Mariguana. Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Cierto día acudió a la consulta del doctor Duerf, psiquiatra. El analista lo hizo recostarse en el diván y le preguntó cuál era su problema. Relató el tal Capronio: "Anoche una mujer se desnudó ante mí y luego se me aproximó con intención erótica. En ese momento me sucedió algo que me hizo pensar que necesito ayuda psiquiátrica. Al sentir la cercanía de la mujer se me erizaron los cabellos en la nuca; empecé a sudar frío; me dio en el pecho un espasmo convulsivo, y todo el cuerpo me tembló. Salí corriendo de la habitación lleno de espanto". "Extraño sucedido -dijo el doctor Duerf apoyando en la mano la barbilla para cobrar más-. No es normal que un hombre sienta eso en presencia de una mujer desnuda. ¿A qué atribuye usted su reacción?". "No sé, doctor -contestó pensativo el incivil sujeto-. Posiblemente se debió a que esa mujer es mi esposa". Alguien le dijo a un político: "He oído muchas cosas de usted". "Sí -respondió-. Pero no han podido probarme nada". Soy un pequeño, pequeñísimo burgués. Nunca -¿podrás creerlo?- he fumado mariguana. Mis paraísos son todos naturales, y no conozco ni por los porros los artificiales. Para propósitos de exaltación dos copas de tequila me bastan, y aun me sobran: después de la tercera empiezo a ver con mirada adulterina a la señora del señor de la otra mesa. Dentro de mi pacata biografía la mota tiene mala fama. En mis tiempos, que son muy otros tiempos, la fumaban únicamente los soldados. Por eso a la mariguana le decían "juanita", porque a los sardos los llamaban "juanes". Oí hablar de un sargento que reprendió a un soldado raso por fumar mariguana. Le dijo: "Con ese vicio no llegarás ni a cabo". "¡Uh, mi sargento! -contestó desdeñoso el de la tropa-. ¡Después de fumarme un carrujo me siento general, y de división!". Pasaron los años, y en los sesenta la hierba se puso de moda entre los intelectuales aborígenes: si la usabas estabas "in"; si no, estabas "out". Yo era aborigen, pero no era intelectual, de modo que me fueron ajenos los placeres de aquel amigo mío, escritor él de la Ciudad de México, que se sorprendía de que no conociera yo las excelencias de la llamada "cola de borrego", variedad superfina de cannabis producida en Galeana, Nuevo León. Me relataba con tono evocador: "Salgo del DF a las 9 de la mañana. A las 12 estoy en Querétaro. A las 3 de la tarde en San Luis Potosí. A las 6 llego a San Roberto. A las 8 estoy en Galeana. Y de ahí. ¡a la Luna, a Marte, a Júpiter!.". No condeno ni alabo a los que fuman mariguana. Un dicho del vulgacho defendía en modo quizá muy expresivo el valor de la libertad individual. Decía: "Cada quién puede hacer de su culo un papalote". La historia del hombre ha sido en buena parte la historia de la lucha del individuo contra el Estado -el Leviatán de Hobbes-, que sacrifica los derechos de la persona humana en el ara del monstruo colectivo. De esa preeminencia del Estado sobre la persona, de lo social sobre lo individual, han surgido los totalitarismos de nuestra época: el fascismo, el nazismo, el comunismo. Jamás fumaré yo mariguana, no por moralidad, sino por indiferencia, pero siempre defenderé el derecho de quien quiera fumarla. Estoy harto de las prohibiciones de todo orden y desorden que se nos imponen. Me subleva tener que pedir un salero en el restorán, y me indigna que todavía haya estados del país que no permiten la unión legal entre dos personas homosexuales. Por eso alabo la decisión de la Suprema Corte en relación con la mariguana. Soy abogado -eso no se quita-, y sé que los efectos de tal decisión son limitados. Pero la determinación del máximo órgano de la Justicia constituye un paso de importancia en la lucha por los derechos individuales. Si alguna vez me topo en la calle con la Suprema Corte le expresaré mi suprema felicitación. Fray Luco y fray Lengo, monjes pertenecientes a la orden de la Reverberación, iban por una calle del pueblo. Delante de ellos caminaba con sinuoso andar una muchacha de grupa apetitosa y bien torneadas piernas. Le dijo fray Luco a fray Lengo: "Hermano: si nuestros hábitos fueran de bronce ¡cuántas campanadas se oirían!". (No le entendí). FIN.