miércoles, 23 de abril de 2014

abril 23, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Al final de esta columna viene hoy un cuento de color subido. Tan de subido color es ese cuento que doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral -y de la privada también, si al caso viene-, lo calificó de "execrable, deplorable, reprobable y condenable". Las personas que no gusten de leer cuentos pertenecientes a esa cuádruple categoría deben omitir su lectura... Simpliciano, romántico joven, le dijo a Pirulina, su pizpireta pero poco letrada prometida: "Iremos de luna de miel a París, amada mía, pues tengo la ilusión de darte un beso en el Arco del Triunfo". "¡Tontín! -se rió ella dándole con el codo en las costillas-. ¡Para eso no necesitamos ir hasta París!"... A los pocos meses de casados el marido le dijo con desolado acento a su reciente desposada: "No me lo explico, Omisia. Cuando éramos novios te mostrabas apasionada, tentadora, ardiente. En cambio ahora te noto fría, reservada. Antes te maquillabas muy bien, te vestías provocativamente, lucías siempre atractiva, y hoy andas por la casa con esa vieja piyama de franela y esas gastadas pantuflas de peluche. ¿Por qué ese cambio, tan notorio y radical?". Respondió ella con otra pregunta: "¿Cuándo has sabido que el pescador le siga poniendo carnada al pez que ya pescó?"... Nadie me lo cree, pero en la preparatoria del glorioso Ateneo Fuente, mi alma mater de Saltillo, estudiábamos francés. Al entrar al primer año de Leyes podía yo leer de corrido los arduos textos de Planiol en la lengua original. El primer curso de francés nos lo impartió María Romana Herrera. Era muy joven -tendría apenas cinco o seis años más que nosotros-, y era hermosa. Cuando alargaba los labios para enseñarnos a pronunciar la u francesa todos alargábamos los nuestros como para recibir su beso. Quizá de esa u francesa proviene mi amor a Francia y a lo francés. Todo lo galo me gustaba: si no adquirí el mal gálico fue sólo porque se impuso el instinto de conservación. Desde que estuve en París por vez primera -gloriosos 20 años de edad; gloriosos mil años de recuerdos- Francia ha estado en mí en su letra y en su música. Por eso celebro que Peña Nieto haya hecho volver a la normalidad nuestras relaciones con la nación francesa, tan neciamente quebrantadas en el anterior sexenio. ("Los bárbaros, Francia; los bárbaros, cara Lutecia"). Ni los avatares de la historia ni las torpezas de la politiquería deben hacer que se interrumpa el trato cordial y respetuoso entre las dos naciones. Si algo lo perturba me ofrezco desde ahora a trabajar para restablecerlo. Después de todo sé pronunciar muy bien la u francesa... Sigue ahora el cuento que arriba se anunció, execrable, deplorable, reprobable y condenable. A quienes tengan repulgos de moral les aconsejo suspender aquí mismo la lectura... Aquel pobre hombre llamado Meñico Maldotado sufría mucho a causa de su pequeñez en la región correspondiente a la entrepierna. Hizo un viaje a oriente y consiguió una pócima que aumentaba la medida varonil. Le dijo el que se la vendió que debía tomarla por gotas, una cada día, pues la eficacia de aquel brebaje mágico era grande. De regreso a su casa Meñico empezó a tomar las gotas. En los siguientes días, sin embargo, no advirtió ningún resultado digno de mención, de modo que una noche llevó a cabo una drástica acción: se bebió de golpe todo el contenido de la garrafa, equivalente a un galón o poco menos. ¡Sorpresa! De inmediato aquella parte de Meñico empezó a crecer visiblemente. Llamó a su esposa, entusiasmado, y ella se regocijó con el milagro. Pero le seguía creciendo la parte de Meñico, tanto que ya iba a la altura del clóset. Siguió la aumentación, irrefrenable, hasta que la parte susodicha llegó al techo. Con grandes voces la mujer de Meñico llamó a la criada: "¡Petra! ¡Petra!". Acudió presurosa la fámula, y al ver aquello se fue de espaldas. (Cómo no se fue de bruces). "¡Rápido! -le ordenó la señora-. ¡Trae el hacha!". Fue como un bólido la criada, regresó con el hacha y fue en derechura de Meñico, cuya parte le seguía creciendo más aún. "¿Dónde corto?" -preguntó muy decidida esgrimiendo la filosa herramienta frente al asustado Meñico. "¡Insensata! -la detuvo la señora-. ¡El hacha es para abrir un agujero en el techo!"... FIN. (Milenio)