miércoles, 23 de abril de 2014

abril 23, 2014
Xesús Fraga / La Voz de Galicia

A la pregunta «¿Por qué Shakespeare?», Harold Bloom contesta retóricamente con otra: «¿Y quién más hay?». Con esa totalidad literaria a la que alude el crítico norteamericano coincidió también Cunqueiro: «Shakespeare envólvenos a todos e non pertence a ninguén», escribió en 1964 para celebrar los 400 años «en fermosa mocidade» del escritor inglés. Hoy, Día del Libro (y de la muerte del propio bardo y de Cervantes), se recuerdan ya los 398 de su fallecimiento y Shakespeare, o al menos su obra, no han dejado de ganar en vigor.

«El Rey Lear» sustenta la saga de «El Padrino».

Los festejos de sus 450 años que tienen su epicentro en la localidad natal del escritor, Stratford-upon-Avon, y se irradian a todo el mundo, son la constatación de que la influencia de Shakespeare lo alcanza todo en nuestras vidas, y no solo la literatura. El doble enigma de su vida y de su obra mantienen abierto el debate, pero son sus personajes a través de los que sus palabras nos siguen hablando. En La invención de lo humano, Bloom defiende precisamente esa idea: Shakespeare nos ha inventado. Emociones, ambiciones, miedos. Todo está en sus creaciones. Sus hombres y mujeres son conscientes de sí mismos y de su humanidad, reflexionan sobre ella y por ella actúan. De tan humanos, han acabado por ser arquetipos que trascienden el tiempo y suponen la referencia por la que nos medimos. ¿La duda? Hamlet. ¿Celos? Otelo. ¿La traición? Macbeth. ¿Avaricia? Shylock. ¿Lealtad? Rosalind. ¿Vanidad? Falstaff.

«Shakespeare derrama sobre toda fronteira, tanto das linguas coma das ideoloxías», describía Cunqueiro la universalidad de la obra del inglés. Es la humanidad de sus inolvidables personajes lo que ha permitido su adaptación maleable. Por eso mismo el cineasta Akira Kurosawa pudo llevar a su terreno Macbeth (Trono de sangre) y El rey Lear (Ran). La misma obra que arma el andamiaje trágico que sustenta la trilogía de El Padrino: un rey y sus tres hijos. Y por eso Orson Welles pudo viajar de la canónica Otelo a su visión de Falstaff en Campanadas a medianoche. Películas, óperas, novelas, cuadros, series... Son incontables los ejemplos de apropiación y reinterpretación de los arquetipos shakespereanos que explotan una veta que parece inagotable. El ejemplo actual más elocuente es Juego de tronos: basta con visitar los numerosos foros dedicados a la serie para comprobar las comparaciones que suscitan sus protagonistas con algunos de los personajes más notables de Shakespeare.

El dramaturgo Andrés Lima acaba de presentar con el Centro Dramático Nacional Los Mácbez, en la que traslada la Escocia de la Edad Media a la Galicia de hoy: «La codicia, la violencia y la falta de escrúpulos es escocesa, gallega y universal», escribe su autor. En el fondo, todos podemos llevar dentro de nosotros a un personaje de Shakespeare.