martes, 17 de septiembre de 2013

septiembre 17, 2013
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de septiembre.- A continuación reproducimos el reportaje publicado por Excélsior con motivo del 40 aniversario luctuoso de don Eugenio Garza Sada:

El 17 de septiembre de 1973, Víctor Campuzano Tarditi tenía 20 años y llevaba 19 meses trabajando para el Tecnológico de Monterrey. Despachaba en una oficina de 50 metros cuadrados en la colonia Roma de la Ciudad de México, que Eugenio Garza Sada rentaba y servía como representación de la institución  fundada por el empresario regiomontano 30 años atrás.

Don Eugenio Garza Sada encabezaba el Grupo Monterrey, que era conformado por empresarios fuertes de la región norte del país.

Ahí estaba cuando me enteré de la muerte de don Eugenio. Fue una conmoción absoluta”, dice el abogado Campuzano Tarditi, que después de 39 años de trabajar para el Tec, el año pasado se jubiló formalmente, aunque sigue ligado al instituto como asesor externo en materia jurídica.

Víctor Campuzano es hijo de Carlos Campuzano Oñate, apoderado jurídico de la Cervecería Cuauhtémoc –desde donde Garza Sada levantó su emporio– y quien era amigo cercano de Víctor Bravo Ahuja, secretario de Educación Pública de la época y primer rector del Tecnológico.

En esa condición, Víctor Campuzano vivió de cerca, junto con su padre, las horas posteriores al asesinato de Garza Sada, ocurrido hace 40 años.

Una célula de la Liga Comunista 23 de Septiembre intentó secuestrar al empresario, pero fallaron y él murió al resistirse. El hecho se imbricó con una disputa ideológica que había entre Garza Sada, líder de los empresarios regiomontanos que formaron el llamado Grupo Monterrey, y el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, a quien la vox populi responsabilizó del asesinato.

Cuarenta años después, por primera vez, Campuzano Tarditi cuenta a Excélsior lo que vivió como testigo privilegiado de aquel suceso que conmocionó al país.

El asesinato del empresario ocurrió en el cruce de las calles de Quintanar y Villagrán, de la colonia Bella Vista, en Monterrey. Don Eugenio viajaba en un auto Galaxie negro de dos puertas modelo 1968. De hecho, recuerda Campuzano, tenía poco tiempo que el empresario había dejado de manejar su auto. Entonces tenía 81 años.

Sus hijos persuadieron a don Eugenio de que alguien condujera su coche y llevar un ayudante, aunque siguió usando el mismo auto de dos puertas que él acostumbraba manejar.”

En esa intersección, dos hombres, pistola en mano, intentaron sacar del Galaxie a Garza Sada. Bernardo Chapa, chofer del empresario, los enfrentó en el acto, los hiere con su arma y sucumben ahí. Otros dos atacantes, de los seis que intentaron secuestrar a Garza Sada, se enfrentan con Chapa, que se revuelve herido de muerte.

Uno de los guerrilleros identificado como Edmundo Medina mató a quemarropa a Modesto Hernández, ayudante del fundador del Tec de Monterrey. A costa de su vida, Chapa hizo todo por proteger a Garza Sada, llevándolo hasta debajo del tablero. El chofer y el propio don Eugenio repelen el ataque guerrillero sin éxito.

En la escena del crimen, además de Garza Sada y sus trabajadores, quedaron muertos dos integrantes de la Liga 23 de Septiembre, grupo guerrillero que entonces llevaba poco tiempo de haberse configurado. Se fundó en marzo de 1973.

El extinto general Mario Arturo Acosta Chaparro escribió en su libro Movimiento subversivo en México que el crimen se cometió a través de un comando de la Liga Leninista Espartaco, que se unió a la 23 de Septiembre en abril de 1973, como muchas otras organizaciones clandestinas.

A principios de 2001, el periodista Jorge Fernández Menéndez obtuvo documentos desclasificados de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), los cuales fueron base para que escribiera en 2006 el libro Nadie supo nada, la verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada.

En ese texto, Fernández Menéndez confirma, con base en los documentos de la DFS, desclasificados y marcados con el expediente 11-219-972, en el legajo dos, hojas 46 y 47, que el asesinato de Garza Sada fue una acción consentida, conocida previamente y realizada con el visto bueno del gobierno de Echeverría. En el momento del asesinato, Echeverría llevaba tres años como jefe del Ejecutivo y había terminado seis años como secretario de Gobernación, dependencia a la que obedecía la DFS.

El asesinato de Garza Sada desató una cacería de integrantes de la Liga 23 de Septiembre, como Mónico Rentería, quien era parte de la Liga Leninista Espartaco. Elías Orozco Salazar, identificado con el nombre de Ulises, que fue uno de los seis guerrilleros que participaron en los hechos del 17 de septiembre de 1973, contó al diario electrónico janambre.com.mx de Ciudad Victoria, que el objetivo no era asesinar al empresario, sino secuestrarlo para pedir cinco millones de pesos por su rescate.

El ataque contra Eugenio Garza Sada, ocurrido el 17 de septiembre de 1973, fue perpetrado por miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Campuzano Tarditi comentó que don Eugenio le dijo a su familia y amigos, por si llegaba a ser secuestrado: “No paguen ni un quinto”. Más de una vez dijo a su gente cercana que él no iba a ser rehén ni motivo de chantaje de nadie.

El asesor del Tec de Monterrey recuerda que al día siguiente del asesinato de don Eugenio se le hizo un homenaje de cuerpo presente en la sala mayor, en el edificio de rectoría en Monterrey: “Estábamos todos apesadumbrados. Entre los asistentes estaba Víctor Bravo Ahuja, entonces secretario de Educación Pública del gobierno del presidente Luis Echeverría, como su representante. El ambiente era de tensión.

“Víctor Bravo –recuerda Campuzano– era una persona muy querida en Monterrey, había sido profesor, director y el primer rector del Tec. Me acuerdo que le decía El Pulques, porque era descuachalangado, pero muy buen profesor.”

En un instante, a punto de salir rumbo a La Purísima, una plaza emblemática de Monterrey, para una misa de cuerpo presente en honor de Garza Sada, y luego de ahí ir hacia el Panteón Civil, recuerda Campuzano, hubo un movimiento brusco de gente. Ése fue el aviso, de última hora, de que Echeverría llegaría al sepelio.

Víctor Campuzano fue una de las diez personas, junto con el entonces rector del Tec de Monterrey, Fernando García Roel, quienes fueron comisionados para ir a recibir al aeropuerto al presidente Echeverría. “El hombre (Echeverría) con una frialdad impresionante, pero del lado de nosotros, creo que había más frialdad. Era un momento muy tenso”, recuerda a 40 años de distancia el abogado Campuzano.

“Cuando llegamos a La Purísima, ya estaba todo mundo afuera, al decir todo mundo me refiero a que el plantón de los maestros de la CNTE en el Zócalo de la Ciudad de México –que la Policía Federal desalojó el viernes pasado–, eran tres gentes en comparación con la que había en La Purísima, donde no cabía nadie más.

“Todos estaban listos, formados, esperando a que llegara Echeverría. Al momento en que nos bajamos del carro, Echeverría se va a parar junto a Alejando, David, todos los hijos de don Eugenio y se incorpora a la comitiva. Yo quedé como a unos tres metros de Echeverría.”

En el sepelio del empresario había mucha gente, tanta que Campuzano dice que entre La Purísima y el panteón no caminó, que lo llevaron en vilo: “Jamás había visto a un pueblo entero volcado para honrar a un ser humano. Monterrey estaba desbordado.

“Cuando empezó el camino del cortejo, eso yo lo oí, lo vi, hubo un repudio de todo el pueblo hacia Echeverría, desde las casas, en los balcones, en todos lados, por donde fue pasando el cortejo, al Presidente le gritaban: “¡Chinga tu madre, Echeverría, asesino! Y eso fue durante todo el trayecto”.

El análisis de Campuzano es que la gente vinculó a Echeverría con el asesinato de Garza Sada por las diferencias ideológicas que había entre ambos. Garza Sada era un hombre de ideología cristiana, católico, con el estigma de ser un empresario de ultraderecha. Esa posición lo confrontó mucho con el gobierno de Echeverría. “Había mucha tensión en la relación y todo lo que se conoce públicamente, porque don Eugenio representaba una influencia muy fuerte entre el empresariado mexicano, que al gobierno no le gustaba.

“Por eso nadie dudó que Echeverría era parte de la muerte de don Eugenio. Era la vox populi. Nadie tenía duda que en el asesinato algo había tenido que ver el gobierno. Nadie. Los consejeros no tenían la prueba de ello, pero no tenían duda de que Echeverría había tenido que ver algo.”

Después de 45 minutos de procesión, el cortejo llegó hasta la cripta en la que fue sepultado el empresario. Campuzano quedó a unos cuantos metros del lugar. Llovía.

“Vi a Echeverría todo el tiempo. No lo perdí de vista. En un momento toma el micrófono Ricardo Margáin Zozaya, presidente del Consejo Consultivo del Grupo Monterrey, y empieza su honra fúnebre.

“En la parte donde Margáin dice más menos, aunque no acusa directamente a Echeverría, pero sí al gobierno de cómplice en un asesinato de este calibre, el semblante a Echeverría le iba cambiando, entonces dio una orden de ‘nos vamos’ y en ese momento, yo lo viví, el Estado Mayor Presidencial empezó a aventar gente para abrir una vereda y sacó a Echeverría a medio sepelio, se fue furioso. Ahí se quedó Bravo Ahuja.”

Ensopados por la lluvia que soportaron durante el sepelio, los Campuzano se fueron al aeropuerto. Ahí se encontraron con Bravo Ahuja y su esposa Gloria. El entonces titular de la SEP invitó a su amigo Carlos y a su hijo Víctor a viajar con ellos en su avión.

“Durante la hora de vuelo entre Monterrey y la Ciudad de México, solamente una vez habló Bravo Ahuja sobre el tema: ‘esto va a ser un problema de seguridad nacional, un rompimiento que no sé cómo lo vamos a arreglar’, palabras más palabras menos”, recuerda Víctor Campuzano Tarditi.

Pasado el sepelio de Garza Sada llegó el tiempo del rompimiento total entre el capital regiomontano y el gobierno de Echeverría.

Víctor Campuzano recuerda que con el objetivo de recomponer las cosas se formó una comisión gubernamental en la que estaban Porfirio Muñoz Ledo, entonces secretario del Trabajo, y Bravo Ahuja, titular de la SEP.

“Mi padre me contó que en una reunión en la que participó como hombre de confianza del Grupo Monterrey y a la que asistieron Roberto Guajardo Suárez, Virgilio Garza, don Eugenio Garza Lagüera, Muñoz Ledo les dijo: ‘Señores, vamos a encontrar el diálogo, nosotros no fuimos’.

“De alguna forma, me contó mi padre, Roberto Guajardo interpretó que  Muñoz Ledo se estaba retractando de lo que alguna vez había dicho sobre don Eugenio, algo así como que era una amenaza para el sistema, y Roberto Guajardo, un tipo que después se convirtió en echeverrista, le dijo a Muñoz Ledo: ‘¡No seas cobarde, cabrón, no te retractes, dijiste que nosotros éramos unos hijos de la chingada, ahora te conservas!’. A ese grado llegó la ruptura”, dijo Campuzano Tarditi.

Imagen de impactos de bala en el automóvil Galaxie.

El dueño que nunca alardeó de su riqueza

En junio de 1980, Carlos Campuzano Oñate fue el encargado de pronunciar un discurso a los primeros egresados del Tec de Monterrey campus Estado de México. Ahí, el ex apoderado de la Cervecería Cuauhtémoc aprovechó para hacer una semblanza del fundador  del instituto, Eugenio Garza Sada.

“Tuvo poder de mando, de numerario y de ejecución: pero jamás nadie podrá decir que hizo alarde de ello, y menos que fue dispendioso para la consumación de sus proyectos y realizaciones”, dijo el abogado Campuzano.

En ese discurso, Campuzano hizo un apretado recuerdo, más de corte humano que empresarial, de quien fue el líder de los empresarios regiomontanos que consolidaron el Grupo Monterrey y que en su momento se enfrentó a las políticas públicas del gobierno del presidente Luis Echeverría.

Eugenio Garza Sada murió en Monterrey, Nuevo León, el 17 de septiembre de 1973, en un intento de secuestro a manos de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

“Recuerdo cuando lo vi por primera vez. Tenía entonces larga dilación para  ser recibido. Instantes después penetré en su privado; quedé sorprendido. Por su fama, imaginaba un lujoso recinto cubierto de cortinajes y alfombras persas; especiales y llamativos enseres de oficina. Nada más irreal. Inicié contacto con un hombre moderado, modesto, bajo de estatura, su frente amplia, atuendo oscuro y un significativo reloj de bolsillo.

“Apoyaba su mano derecha sobre el brazo izquierdo, cuando permanecía de pie. El local en el que ejercía como director y ejecutivo y, en general, todas sus pertenencias, bien podrían estar al alcance de cualquiera de sus subalternos. Estreché su mano cordial. El asunto por tratar se refería a uno de los tantos sorteos que celebraba anualmente el Tecnológico para cubrir en parte el déficit que registra cada año”, contó.

“Contemplé prudentemente su estudio, su oficina, cada objeto observado provocaba admiración por su sencillez. Ya tratando el fondo del asunto prosiguió charlando conmigo, como si fuéramos amigos de tiempo atrás.

“Don Eugenio, expresé como colofón, estoy pasmado porque el boletaje que expide el Tecnológico en cada sorteo, el público lo adquiere mucho antes de la fecha de la rifa. Ese boletaje enajenado con singular rapidez constituye para mí un consenso nacional, un voto de confianza de muchos mexicanos a la obra que realiza el instituto. Sonriendo me miró fijamente”, dijo.

“Todo en don Eugenio era natural, uniforme, constante, tranquilo, regular. Su semblante casi siempre sin mímicas ni gesticulaciones nerviosas, acusaba una conciencia en paz, como de que está satisfecho del deber cumplido.

“Intercambiar con él impresiones significaba lograr, además, un trasunto de su fuero interno; sin alterarse, sin ímpetus, pausadamente adquiría del interlocutor informes y particulares sobre lo que deseaba saber; no se apreciaba brillo en sus ojos intensamente expresivos. Daba la impresión de que asistía a la vida, al espectáculo del mundo, como observador a quien no le fuera ni viniera nada en las alegrías y en las tragedias. Por el contrario dominaba todo.

“Lo cercano, lo lejano, lo elemental y lo profundo, lo fungible y lo imperecedero”,  señala la semblanza de Garza Sada hecha por Carlos Campuzano hace 33 años, “se remontaba al pasado y se identificaba con lo positivo del presente, porque para él fundir pasado con presente era proyectarse hacia el futuro”.

Pieza importante en auge de empresas como Femsa

Don Eugenio Garza Sada fue pieza clave en el crecimiento de empresas como Femsa y Alfa.

Nació el 11 de enero de 1892 y murió trágicamente el 17 de septiembre de 1973, cuando en un intento de secuestro fue asesinado antes de llegar a sus oficinas.

Es uno de los empresarios más recordados de nuestro país, inclusive, una de las principales vialidades de Monterrey lleva su nombre, y es que parte de su legado está en compañías que hoy tienen ventas millonarias.

Femsa, por ejemplo, tiene ventas anuales por 238 mil 309 millones de pesos, es una socia estratégica para The Coca-Cola Company con Coca-Cola Femsa y es la cadena con más puntos de venta en el país con Oxxo, que suma más de 11 mil unidades.

Alfa, por su parte, tiene ventas anuales de 200 mil 167 millones de pesos, además de participar en el negocio de las autopartes con Alpek, participa en el de alimentos con Sigma y hasta en los petroquímicos, también con Alpek.

Don Eugenio desde niño estuvo en contacto con los negocios y con el crecimiento del país, pues su infancia coincidió con la primera etapa de la industrialización en México, la del Porfiriato, periodo en que llegaron las máquinas más modernas de aquellos años.

Fue hijo de Isaac Garza Garza,  uno de los fundadores de la Cervecería Cuauh-témoc y de Vitro, por lo que las lecciones de su padre  fueron esenciales para su desarrollo profesional.

El trabajo, lo esencial

“Reconocer el mérito de los demás… y señalarlo de manera espontánea, pronta y pública, es la característica del verdadero líder”, era una de las frases de don Eugenio.

Quien también solía decir: “No repartas riquezas, reparte trabajo. Así elevarás el nivel de vida del pueblo”.

Según Femsa, compañía que cada año entrega el premio Eugenio Garza Sada a personas o instituciones que impulsen el desarrollo, don Eugenio  “siempre tuvo un concepto muy claro de lo que es el trabajo. Detrás de cada máquina, de cada mesa, de cada ventanilla de servicio, veía al ser humano que las atendía. Así, su trato con sus colaboradores y empleados fue siempre amable y cercano y conservó la línea de austeridad y sencillez que marcó su juventud”.

Durante la Revolución mexicana se fue con su familia a EU, donde  hizo la escuela preparatoria en la Western Academy, una institución militar , luego ingresó al Massachussets Institute of Technology (MIT), ahí obtuvo el título profesional de ingeniero civil, en 1916. (Andrés Becerril para Proceso)

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