jueves, 19 de noviembre de 2015

noviembre 19, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Naturaleza original. “¡Ay, Afrodisio, así no se puede hacer!”. “¡Ay, Afrodisio, así no se puede!”. “¡Ay, Afrodisio, así no sé!”. “¡Ay, Afrodisio, así no!... “¡Ay, Afrodisio, así!”. “¡Ay, Afrodisio!”. “¡Ay!”. Rosibel, la linda secretaria de don Algón, se le arrimó con sonrisa insinuativa. Él la apartó de sí. Le dijo: “Lo siento, señorita Rosibel. Todavía no me repongo del aumento de sueldo que le di la semana pasada”. El jugador de Las Vegas hablaba con orgullo de su hijo: “Apenas tiene 3 años y ya sabe contar del uno al rey”. Simpliciano, joven candoroso, casó con Pirulina, muchacha sabidora. Al principiar la noche de las bodas ella entró en el baño a acicalarse. El anheloso novio aprovechó la breve ausencia de su dulcinea para apagar la luz y encender junto al tálamo nupcial unas velas que había llevado con el propósito de crear un ambiente romántico propicio a la ocasión. Salió del baño Rosibel, vio aquella mise en scène y exclamó muy divertida: “¡Pero Simpli! ¿Por qué me pones velas? ¡Si ni soy virgen!”. 


Gertrude Stein escribió: “A rose is a rose is a rose”. Una rosa es una rosa es una rosa. La frase no es perogrullesca, como parece a primera vista (y a segunda también, y a tercera). Equivale a aquel axioma de la matemática según el cual “Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí”. (También los axiomas matemáticos parecen perogrulladas. “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”. “El todo es mayor que una de sus partes”. ¡Uta!). Lo que aquella fea, feísima escritora quiso decir es que a fuerza de repetirse el nombre de una cosa ésta parece perder su esencia original. El nombre de la rosa, que originalmente sirvió para designar solamente a la rosa, ha servido después para significar belleza, fragilidad, vida breve, etcétera. La culpa de eso la tienen los poetas. ¡Y tan inofensivos que se ven! Sin embargo, sostiene Gertrude Stein, la rosa nunca deja de ser rosa ni deja de llamarse “rosa” dígase lo que se diga de ella. “A rose is a rose is a rose”. Las cosas son lo que son -otra perogrullada-, y ninguna palabra u acto de los hombres modifica su original naturaleza. Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, es un político. Eso no lo podrán negar ni sus más fervorosos partidarios ni sus más encendidos detractores. La vocación única de los políticos es la búsqueda del poder. Y López Obrador es un político. Primero dijo: “¡Al diablo las instituciones!”, y luego creó una institución, Morena, cuyos dineros -institucionales también- recoge como próspero rentista. Ahora se dispone a ser dirigente de su partido -como si no lo hubiera sido siempre- en un acto de simulación igual a los que se miran en los demás partidos. Bien vistas las cosas, AMLO no se distingue en nada de los demás políticos. Como ellos, forma parte también de esa clase política que tiene oprimidos a los mexicanos y que pesa onerosamente sobre la Nación. El hecho es que, no sé si para bien o para mal, la corrupción e ineficiencia que privan ahora en la República están haciendo que para muchos ciudadanos no vaya quedando otra opción, de cara a la elección Presidencial del 2018, que López Obrador. Y López Obrador es un político es un político es un político. Es un López Obrador, un López Obrador un López Obrador cuya original naturaleza no se modifica, por muchas veces que su nombre se repita. Una mujer hizo el amor con Chang y Eng, los famosos hermanos siameses. Al día siguiente alguien le preguntó: “¿Te gustó la experiencia?”. Respondió ella: “Sí y no”. El pordiosero le pidió al transeúnte: “¿Puede darme 3 mil pesos para un café?”. El otro se irritó: “Un café no cuesta 3 mil pesos”. “Ya lo sé -replicó el mendigo-. Pero no puedo entrar en un Starbucks vestido con estas garras”. La esposa de don Languidio Pitocáido llegó llena de angustia al consultorio del doctor Ken Hosanna. Al verla el facultativo se quedó estupefacto: La mujer traía las bubis apuntando hacia arriba, firmes, erguidas, levantadas, tiesas. “¡Qué hizo usted, señora! -exclamó consternado el médico-. ¡Las píldoras que le di eran para su marido!”. (No le entendí). FIN.