jueves, 19 de noviembre de 2015

noviembre 19, 2015
Carlos Loret de Mola Álvarez / 19-XI-15

París, Francia.- Redacto esto mientras estoy sentado en la Plaza de la República. Está nublado, hace frío, el bullicio parisino está apagado y hay episodios de lluvia tan suaves que parecen enviados sólo para entristecer la escena.

Flores y mensajes en el monumento de la Plaza de la República, hoy en París, con lluvia.

Este es el punto de encuentro de las movilizaciones sociales más relevantes del país. Su estatua central está cercada por mensajes, banderas, flores, fotografías en memoria de los muertos por los atentados del viernes.
La gente y el gobierno tratan de volver a la normalidad pero no pueden. El luto oficial terminó pero el del alma prevalecerá un largo tiempo.

Los perores temores se van confirmando casi hora por hora: los ocho terroristas que atacaron el viernes son jóvenes; seis de ellos, franceses; la mente maestra que planeó los siete ataques simultáneos estudió en una de las mejores escuelas de Bélgica, país vecino; todos viajaron a Siria antes de regresar a su propio país, tan fácilmente como mostrando en la frontera sus pasaportes. ¿Cómo desarticular enemigos así y ganar la guerra?, me dicen todos los parisinos con los que hablo.

Ante la crisis que la globalización contagia, los gobiernos no atinan otra respuesta para sus ciudadanos que les demandan seguridad: déjense espiar.

El izquierdista presidente francés lo desliza en sus discursos, el derechista premier británico lo promueve, el jefe del FBI estadounidense lo pide en juramento ante su Congreso.

Las potencias de Occidente dicen que como cada vez más la gente busca defender su privacidad, se han creado aplicaciones que establecen muros digitales infranqueables al ojo gubernamental. Dicen que Whatsapp, FaceTime, Telegram, Silent, Wickr, entre otros, encriptan las comunicaciones de sus usuarios, terroristas entre ellos. Y como los gobiernos no pueden leerlas, pues entonces son exitosos sus atentados.

Glenn Greenwald, el periodista al que contactó Edward Snowden cuando se propuso exhibir la escandalosa manera en que el gobierno de Estados Unidos espiaba a cualquiera, concluye que si un Estado conoce la vida privada de alguien, tiene armas para reprimir sus libertades porque nadie resiste al escrutinio público de su vida privada, completaría José Woldenberg.

La historia demuestra, sistemáticamente, que es mentira eso de que menos privacidad deriva en más seguridad: con muchas herramientas ilegales, prácticamente en todos los atentados terroristas de la historia reciente las autoridades tuvieron indicios que, de haberse investigado a fondo, debieron desarticularlos. Pero no lo hicieron: ¿para qué quieren más? No se trata de tener mucha información, se trata de generar inteligencia precisa.

Y quizá ayude más dejar de hacer guerras en Medio Oriente que producen un yihadista en cada familiar de “víctima colateral”, impulsar el desarrollo regional, alentar un modelo económico más equitativo y no imponer intereses financieros con el pretexto de ser motor de la democracia.
Con esto no desaparecerán los extremistas, pero serán débiles: sin miles de jóvenes buscando enlistarse en sus filas, sin control territorial y sin capacidad de hacer grandes daños… aunque chateen por Whatsapp.