martes, 14 de abril de 2015

abril 14, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Se aburría. Se aburría mortalmente, que es un modo muy vivo de aburrirse. Una mujer que se aburre es peligrosa tanto para sí misma como para quienes la rodean. A ella la rodeaba por todas partes su marido, lo cual era uno de los motivos de su aburrimiento. Ese tedio se traducía en silencio. Pasaba días sin decir más palabras que las necesarias. En un principio a él le preocupó su mutismo. ¿Qué te sucede? Nada. ¿Te duele algo? No. Pero acabó por acostumbrarse –los hombres acaban por acostumbrarse a todo-, y optó por callar él también. Cuando llegaba del trabajo se encerraba en su cuarto (tenían habitaciones separadas) y encendía el televisor. Ella, por su parte, leía. Esa costumbre, la de leer, fue la causa remota de su divorcio. La causa próxima fue que la mujer rompió el silencio. No con palabras, sino en una forma que él no pudo tolerar. En cierta librería la señora vio un libro cuyo título le llamó mucho la atención. Se llamaba Sacudidas. La autora  hablaba de la agobiante rutina que sufren las mujeres que pasan la vida en su casa, y proponía una serie de medidas para romper su hastío. Algunas de las sugerencias eran –digamos- extremadas: saltar en paracaídas; emprender un viaje en bicicleta por el país; fumar mariguana. Las más, sin embargo, eran muy asequibles, y no presentaban riesgo alguno: aprender a tocar las castañuelas; tomar lecciones de chino mandarín; vender seguros. Había otras recomendaciones que a ella le interesaron grandemente, pues tenían contenido erótico: tomarte tú misma fotografías desnuda; ver películas porno (sin acompañante); acostarte con un hombre 20 años menor. Fue ahí donde encontró el consejo que finalmente decidió seguir: comprarse un vibrador. La autora declaraba que el uso de juguetes sexuales data de los más antiguos tiempos: se conoce un dildo –artilugio en forma de pene- proveniente del paleolítico inferior. No sé cuándo haya sido eso, pero todo indica que fue hace mucho. ¡Anímate!, incitaba la escritora a sus amables lectorcitas. La mujer tiene derecho a buscar el goce sexual en la manera que le acomode más, y un vibrador es un medio fácil, seguro y económico de conseguir ese deleite. Visitar un sex shop es hoy tan natural como ir al súper. Ahí podrás adquirir cosas que enriquecerán tu intimidad y le darán nuevo sentido a tu existencia. Fue la señora, pues, a una de esas tiendas -se puso lentes negros, pues era católica, y con los lentes sentía menos remordimiento-, y compró un vibrador de la marca Twist and Shake (placer garantizado o la completa devolución de su dinero). Esa misma noche lo probó. Aquello fue un descubrimiento. Sintió cosas que jamás había sentido. Volvió a tener vida sexual, que hacía mucho tiempo no tenía. Al marido no le extrañó escuchar aquel ruidito en el cuarto de su esposa; pensó que se estaba secando el pelo. Pero una vez las vibraciones lo despertaron a las 2 de la mañana. Esas no eran horas de secarse el pelo, razonó. Fue a donde estaba su señora y la encontró ocupada en aquel solitario menester. Ella le dijo que no podía dormir, y que el aparatito era un somnífero muy recomendado por la ciencia médica. El tipo no creyó la explicación. Se molestó bastante. Que tu esposa te engañe con otro hombre es cosa seria, y más que te sea infiel con otra mujer; pero que te ponga el cuerno con un artículo de plástico, aunque sea americano, es algo inadmisible. Le ordenó a su consorte que se deshiciera del vibrador. Ella invocó sus derechos de mujer. Dijo el marido: O él o yo. La señora no respondió, y su silencio fue interpretado por el esposo como señal de que ella prefería el aparato. De ahí vino el divorcio. Ahora él sale a la calle buscando un cariño, buscando un amor, y ella se está en casita feliz con su Twist and Shake. Desde luego –lo juro por lo más sagrado- este texto no es para hacer propaganda a los vibradores, ni de esa marca ni de ninguna otra. Tampoco es un relato pornográfico. Menos aún constituye un alegato feminista. Trata solamente de las infinitas formas que puede tener el erotismo, una de las mayores riquezas de lo humano. Con ese espíritu lo escribí. Con ese mismo espíritu se debe leer… FIN.