martes, 14 de abril de 2015

abril 14, 2015
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez

La Cumbre de las Américas pasará a la historia porque sirvió de escenario para el fin de la Guerra Fría en Latinoamérica 25 años después de la caída del Muro de Berlín.

La mediocre participación de México en un tema en el que podía presumir una larga tradición de independencia frente a Estados Unidos será olvidada. A nadie se le ocurrió sugerirle al presidente Peña Nieto que citara el papel de nuestro país tantas veces como el único que se negó a hacer el vacío a La Habana.

Lo mismo que la nula discusión acerca de la crisis venezolana, porque los vientos de cordialidad propiciados por la política de acercamiento de Barack Obama sirvieron de coartada al presidente Nicolás Maduro. Nadie se animó a tocar los abusos del régimen post chavista contra sus opositores, también porque muchos de los líderes presentes no tienen mucha cara para reclamar con lo que ocurre en sus países. 


La reunión realizada en Panamá es histórica por ser la primera vez que acude Cuba. Por eso Raúl Castro bromeó al empezar su discurso: “Como me deben seis cumbres que me excluyeron… pedí permiso de que me cedieran unos minuticos más.”


El líder cubano recordó los aciagos momentos de la Revolución de 1959 y los peores momentos del imperialismo americano; las intervenciones en Guatemala, Chile y luego criticó “la embestida” contra Venezuela. Obama se mantenía sereno, escuchando la traducción vía auricular, masticando chicle y revisando unos documentos.

Raúl recalcó el sufrimiento del pueblo cubano durante décadas por el bloqueo estadunidense pero también le tendió una mano a Obama, “hay que apoyarlo, es un hombre honesto”.

Luego lo exculpó de ese pasado y destacó su “origen humilde”.

Obama empujó su doctrina de acercamiento con Cuba y de paso con Irán: “Nuestras naciones deben liberarse de los viejos argumentos, debemos compartir la responsabilidad del futuro. Este cambio es un punto de inflexión para toda la región”.

Obama llegó a esta cumbre y se encontró con una región sin liderazgos fuertes. Ya no está el polémico pero siempre relevante Hugo Chávez, la magia del mejor Lula está ausente y su sucesora, Dilma Rousseff, tiene suficientes problemas internos para pretender tomar la batuta del liderazgo latinoamericano. Algo parecido podría decirse del presidente mexicano.

México tenía muchos argumentos históricos para estar en el centro de la celebración por el regreso de Cuba, pero no estuvo a la altura. El discurso de Peña Nieto pasó desapercibido. No fue ni para recordar que nuestro país fue el único que se opuso a los designios de Washington cuando en 1962, en una votación histórica de la Organización de Estados Americanos (OEA), se abstuvo de votar por la salida de Cuba.

En ese entorno, Obama y Castro no tuvieron rival que les peleara los reflectores. El histórico acercamiento se comió a la cumbre misma.

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