viernes, 26 de mayo de 2017

mayo 26, 2017
MADRID, 26 de mayo de 2017.- Las autoridades australianas han liberado por todo su territorio una cepa mortífera de un virus para arrasar sus poblaciones salvajes de conejos. El patógeno, causante de la enfermedad hemorrágica, es tan letal como el ébola y tan contagioso como la gripe. En solo un par de meses, el virus ha eliminado el 42% de los ejemplares silvestres, según las cifras preliminares del Gobierno de Nueva Gales del Sur, el estado más poblado de Australia.

Los conejos europeos fueron introducidos en 1859 en la isla mayor por un colono inglés, Thomas Austin. Los animales, sin apenas depredadores, se convirtieron en una peste. Una coneja puede tener cada año más de cinco camadas, de hasta cinco gazapos cada una. Ante la plaga, las autoridades australianas decidieron en 1900 levantar una valla de 1.700 kilómetros para impedir el paso de los conejos a la parte occidental de la isla. No funcionó. En la década de 1920, había unos 10.000 millones de conejos silvestres en Australia, según los cálculos del Gobierno.

Un conejo muerto. (abc.net.au)

Las autoridades han propagado ahora, en unos 600 puntos de la isla, la nueva cepa K5 del conocido virus de la enfermedad hemorrágica del conejo. La cepa, denominada científicamente RHDV1 K5, se ha aislado en Corea del Sur y solo afecta a los conejos silvestres. “Es mucho peor que el ébola. El virus resiste meses activo en el medio ambiente. Los conejos mueren en 48 horas y la mortalidad alcanza el 90%”, explica el virólogo Francisco Parra, de la Universidad de Oviedo.

El equipo de Parra identificó en 2012 en España una nueva variante del virus de la enfermedad hemorrágica y trabaja en su vacuna. En la península Ibérica, la escasez de conejos pone en peligro la conservación de especies como el lince ibérico y el águila imperial ibérica. Por eso, la guerra biológica en Australia pone los pelos de punta a los expertos españoles.

“Es una medida peligrosa para otras partes del mundo en las que intentamos preservar los conejos. Los virus no saben de fronteras. Cualquier australiano lo puede traer a España en sus botas. Es una medida irresponsable”, lamenta Parra. Australia ya introdujo en 1951 el virus de la mixomatosis —descubierto en Uruguay— para diezmar sus poblaciones de conejos. En 1952, vista la letalidad alcanzada en Oceanía, un médico jubilado francés decidió liberar el virus en sus tierras. La mixomatosis se extendió por toda Europa, llegando a aniquilar el 99% de los conejos en algunas regiones.

“Jugar con virus patógenos es peligroso. Un solo país no debería poder tomar una decisión así. Debería ser un tema regulado por la Organización Mundial de Sanidad Animal”, opina el biólogo Rafael Villafuerte, del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (CSIC), en Córdoba. El investigador, experto en la gestión del conejo en lugares como el Parque Nacional de Doñana, teme mutaciones del virus. “Los conejos se adaptan a las enfermedades y en respuesta los virus se hacen cada vez más letales”, advierte. Tanto Parra como Villafuerte alertan, además, de un posible salto del virus de la enfermedad hemorrágica a otras especies.

“Es evidente que los objetivos de Australia y de España son muy diferentes. Nosotros estamos tratando de exterminar una plaga, mientras que España intenta conservar una especie nativa”, admite Mark Schipp, responsable de asuntos veterinarios del Gobierno australiano. Schipp subraya el “enorme daño” que causan los 150 millones de conejos silvestres en la isla: unas pérdidas de más de 200 millones de dólares anuales para los agricultores, según el Centro de Investigación Cooperativa de Animales Invasores.

La plaga de conejos, además, amenaza la supervivencia de más de 300 especies de flora y fauna, incluyendo 24 en peligro crítico de extinción, como la orquídea bailarina, el periquito ventrinaranja y el pequeño marsupial pósum pigmeo, según el mismo organismo, adscrito al Gobierno. “España tiene en marcha medidas efectivas para controlar el riesgo de cualquier importación de conejos o de agentes biológicos, en línea con los estándares sanitarios internacionales. Y Australia se complace de cumplirlos”, zanja Schipp. (Manuel Ansede / El País)