lunes, 16 de marzo de 2015

marzo 16, 2015
Héctor Rodolfo López Ceballos

El despido de Carmen Aristegui por parte de la cadena MVS significó un duro golpe para el periodismo. En un país donde ejercer la labor informativa es sumamente riesgoso y casi suicida, los pocos espacios que aún se deben a la audiencia se van silenciando por intereses ajenos a la verdad y a la libertad de expresión. 

Carmen Aristegui durante su visita a Mérida en octubre del año pasado (foto: JMRM)

Y es que en México coexisten dos maneras de hacer noticia, de ejercer la labor periodística: la que coquetea con el poder -no se sabe con cuál de todos-, la tradicional y convencionalmente corrompible, la que maquilla la información y crea tendencias a su conveniencia y también está la otra, la más  compleja y peligrosa, aquella que implica ser crítico, decir lo que nadie más dice y señalar lo que no se quiere que se señale. 

Hasta el domingo Noticias MVS se caracterizaba por ser uno de los últimos reductos de la libre información, un espacio comprometido con la audiencia y que contaba con estándares éticos bastante altos a comparación de otras concesionarias y medios de difusión. Es lamentable que día con día se vayan perdiendo estas trincheras, más aún en un momento crítico de la historia nacional que tan urgido está de voces críticas y opositores al discurso oficial. 

Y es peligrosísimo no contar con ésta oposición preparada y audaz, que no teme hacerle frente a un sistema que va avanzando a paso seguro y que cuenta con herramientas y recursos ilimitados para lograr sus objetivos. 

Nichos como el que nos ofrecía Carmen Aristegui eran absolutamente necesarios para la sociedad, que normalmente no tendría acceso a información contrastante con el oficialismo o diferente a las que ofrecen programas llenos de banalidades faranduleras y que enajenan al espectador de su realidad. 

Sin espacios como los que ofrecen los pocos periodistas que todavía se atreven a comer del fruto prohibido que oculta la maquinaria estatal, probablemente poco o nada se hubiese sabido acerca del caso Monex, la ley de telecomunicaciones, la casa blanca y la del Secretario de Hacienda, los conflictos de interés del gobierno con cientos de empresas, los compadrazgos, entre muchas otras cotidianidades del sistema político mexicano. En una época de oscurantismo informativo son imprescindibles las luminarias que ayuden a la sociedad a crearse un criterio más amplio y a poder analizar su realidad e incluso a enterarse de ella. No es cualquier cosa que se silencien estas voces que ni siquiera el democrático internet puede auspiciar, pues en un país en donde menos de la mitad de la población tiene acceso a este medio de información y comunicación, se vuelve más complicada una tarea ya de por sí en crisis. 

Es sin duda un momento crítico y crucial para la sociedad mexicana que se ha quedado sin otra alternativa –y por eso se considera un ataque directo contra la libertad de expresión- a la que nos venden como la única e irrebatible. Periodistas comprometidos con la ética profesional, con la verdad y con su audiencia, como es el caso de Carmen Aristegui,  se extrañan a cada instante y no sobran, nunca sobran.