sábado, 26 de noviembre de 2016

noviembre 26, 2016
CIUDAD DE MÉXICO, 26 de noviembre de 2016.- De manera implacable, cada marzo, en la fiesta mexica de Tlacaxipehualiztli, una vieja deidad reclamaba para sí a los mejores guerreros capturados en batalla y las mejores mazorcas, dando lugar a una descarnada ceremonia que recreaba los orígenes de la guerra sagrada. Esa divinidad prehispánica temible, potente y vital, es el leitmotiv de la exposición Xipe Tótec y la regeneración de la vida.

La muestra, inaugurada en el Museo del Templo Mayor por Diego Prieto, secretario técnico y encargado de la Dirección General del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), profundiza en la relación, encarnada en este dios, entre la agricultura y la guerra, a la vez que ahonda en su culto de larga data en la Cuenca de México y en Mesoamérica en general.

Las aproximadamente 50 piezas arqueológicas reunidas en Xipe Tótec y la regeneración de la vida, proceden de Tula (Hidalgo), Monte Albán (Oaxaca), Costa del Golfo (Veracruz); Teotihuacan, Apaxco y Chalco (Estado de México), Guerrero y el área de Occidente (Jalisco).

La muestra reúne alrededor de 50 piezas que representan a esta deidad prehispánica y refieren a su culto en la Cuenca de México y Mesoamérica. (Jesús Villaseca)

En compañía de Jesús González Schmal, coordinador general de la Autoridad del Centro Histórico, el secretario técnico del INAH anotó que las esculturas de barro y piedra, algunas a escala natural, que componen una buena parte de la exhibición, demuestran que la veneración a Xipe Tótec “no fue exclusiva de los mexicas”.

No obstante —refirió el antropólogo Diego Prieto—, es por relatos de los cronistas españoles, como Sahagún, que se conoce el papel que entre los mexicas desempeñó la celebración a Xipe Tótec, dejando “entrever la importancia de los ciclos agrícolas, de la guerra y la organización de esta sociedad, en la que el concepto de la regeneración de la vida implicaba un vínculo con los dioses para que proveyesen el sustento primordial de los hombres: el maíz”.

En la apertura de la exposición, que permanecerá hasta marzo de 2017, Patricia Ledesma Bouchan, directora del Museo del Templo Mayor, destacó la calidad del montaje a cargo del personal del propio recinto, y sobre todo, del guion científico basado en la investigación del doctor Carlos Javier González González, autor del libro Xipe Tótec. Guerra y regeneración del maíz en la religión mexica, a través del cual desentrañó varios misterios alrededor de esta enigmática deidad.

Carlos Javier González, presidente del Consejo de Arqueología del INAH, relató que en la fiesta de Tlacaxipehualiztli, ambos, combatientes y maíz, eran desollados, desmembrados e ingeridos. En un símil con el dios, investido con la piel de las víctimas ofrendadas, el grano era despojado de su cáscara una vez terminado el periodo festivo; antes y durante el mismo, se prohibía retirar la piel de la semilla mediante su cocción con agua y cal.

El investigador explicó a los asistentes que “el maíz tenía un papel muy importante en la fiesta de Tlacaxipehualiztli, la cual antecedía a la época de siembra, de ahí que mediante diversos ritos se intentaba propiciar un buena cosecha”.

Durante muchos años, anotó, “circuló la idea en el ámbito académico de que el dios Xipe Tótec fue un numen importado a la Cuenca de México por los mexicas, y que su veneración se extendió en Tenochtitlan con posterioridad a la derrota que infligieron a Azcapotzalco en 1430”.

Sin embargo, “la evidencia arqueológica apunta a que es una deidad mucho más antigua y extendida en Mesoamérica, tanto así que se han ubicado representaciones suyas en Centroamérica, en territorio salvadoreño”.

Entre la colección que conforma Xipe Tótec y la regeneración de la vida, destaca la presentación por primera vez de  una escultura cerámica de Xipe Tótec, elaborada hacia 900-1150 d.C., y que fue descubierta en 2009 en un terreno colindante a la valla perimetral de la zona arqueológica de Tula, en Hidalgo.

También sobresalen un par de efigies más localizadas por Alfonso Caso en Monte Albán, Oaxaca, del periodo Clásico Tardío (600-900 d.C.). En ellas se identifican atributos que mantendría el dios pasados los siglos. Esto puede compararse con un Xipe Tótec del Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.), parte del acervo del MTM, cuyas piernas, brazos y labio superior están adornados con los moños de "cola de golondrina" o yopitzontli, característicos de esta deidad.

Es por las narraciones de Bernardino de Sahagún, Diego Durán y otros cronistas del siglo XVI, que se conoce la manera en los mexicas le rindieron culto.

Carlos Javier González explicó que la ceremonia del Sacrificio Gladiatorio en honor a Xipe Tótec consistía en la recreación de un hecho mítico, el cual habría ocurrido una vez surgido el Quinto Sol por el sacrificio del dios Nanahuatzin. Entonces, los 400 mimixcoa (los innumerables), recibieron la encomienda de alimentar al astro y a la tierra, obligación que incumplieron y por la que fueron condenados a morir.

En la reactualización del mito que se celebraba en el Recinto Sagrado de México-Tenochtitlan, las víctimas (que personificaban a los 400 mimixcoa) eran atadas de un pie al temalacatl, la Gran Piedra, y se les armaba con un macuahuitl sin navajillas. Inexorablemente, como sentenciaba el mito, su destino era sucumbir en manos de guerreros bien armados.

Los guerreros vencedores —describe el arqueólogo— se convertían en custodios de la piel del sacrificado, la cual prestaban a hombres que ataviados con ella recorrían su calpulli o barrio, para recibir distintos bienes con los que organizarían un banquete y que representaba el momento culminante para su ascenso en la jerarquía militar. Un proceso que Carlos Javier González logró documentar con amplitud en su investigación.

Para hacer referencia al sacrificio gladiatorio, ceremonia crucial de la fiesta de Tlacaxipehualiztli, en la exposición se podrán admirar dos temalacatl de formato menor.

Pese a la difusión de la traducción hecha por Eduard Seler del nombre de Xipe Tótec como “Nuestro señor el desollado”, González González se inclina más a la acepción propuesta por el doctor Alfredo López Austin como “Nuestro señor el dueño de la piel”, ya que la deidad jamás aparece descarnada, sino portando la piel de víctimas sacrificiales.

Apoyada en recursos visuales, Xipe Tótec y la regeneración de la vida también revela la conexión de la fiesta de Tlacaxipehualiztli con otra igualmente importante dentro del calendario ritual mexica, la de Ochpaniztli, dedicada a la diosa madre y que guardaba estrechas semejanzas con la de Xipe Tótec, pero en este caso las víctimas desolladas (que representaban advocaciones de esta deidad femenina) eran mujeres. (La Jornada/ INAH)