jueves, 7 de agosto de 2014

agosto 07, 2014
Carlos Loret de Mola Alvarez / 7-VIII-14

Un niño de siete años con la pierna y el brazo destrozados por esquirlas de una bomba de racimo. Un hombre descuartizado a machetazos y luego arrojado en un cerro. Cien mil cadáveres que tres días después de la tragedia seguían tirados en las calles de olor insoportable. Un bebé asentado junto a un árbol, rodeado de moscas, muriéndose de hambre.


Muchas veces he tenido ganas de soltarme a llorar durante una transmisión o mientras realizo un reportaje. La guerra en Afganistán en 2001. El golpe en Haití de 2004. El tsunami en Indonesia ese mismo año. La hambruna en el Cuerno de África en 2011. Súmele los dramas domésticos: los papás de niños secuestrados, de muertos por balas perdidas, las niñas que no tienen qué comer en la sierra, las brutales historias de discapacidad.


“Nunca pierdas la capacidad de asombrarte”, me recomendó hace unos quince años Ricardo Rocha, uno de mis primeros maestros del oficio de reportero. Me persigue la frase porque me da miedo que después de atrocidades como éstas un día ya no reaccione mi piel.

Pero hace unos días me di cuenta que estaba a punto de quebrarme mientras veía un tristísimo reportaje de Danielle D´Ithurbide sobre las mamás separadas de sus hijos por las insensibles e inhumanas políticas migratorias de Estados Unidos.

Las mamás, indocumentadas. Sus hijas, con todos los papeles. Unas que son deportadas. Otras que permanecen en el suelo donde nacieron.

Días que se vuelven años, llamadas que se tornan esporádicas, ausencia que la costumbre somete. ¿Qué estaría yo sintiendo si me separaran así de mis hijos? ¿Si un día los escuchara decir por Skype: papá, ya no me hables, porque me prometiste que ya nos íbamos a ver, que ya ibas a venir y ya pasaron dos años? Me derrumbé por dentro.

La de los niños que nacieron en Estados Unidos y son separados de sus padres, que ya hicieron su vida de aquel lado, es una tragedia. Y también lo es la de los menores que viajan solos desde Centroamérica y México.

Hay una crisis humanitaria en territorio de la principal potencia del mundo. Su respuesta es insuficiente, frustrante. Sus grillas internas complican todo y surge el odioso oportunismo de personajes como el gobernador de Texas, el republicano Rick Perry, que ofrece militarización de la frontera, más como trampolín personal hacia una candidatura presidencial que como solución al drama.

Para enfrentar la situación Barack Obama pidió a su Congreso recursos extraordinarios por tres mil 700 millones de dólares. Sólo le autorizaron 694 millones. El principal objetivo no es atender a los menores sino la deportación más expedita. Los republicanos son más estridentes en su postura pero los demócratas tampoco tienen soluciones más sensibles. Los republicanos avalan a quienes toman las armas para disparar contra migrantes, los demócratas en el gobierno federal actual han deportado a más indocumentados que nadie en la historia.

Espero que no nos condenen sólo a llorar.