jueves, 13 de marzo de 2014

marzo 13, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Flordelicia terminó de hacer el amor con su galán. Le dijo: "Las monjas del colegio siempre me decían que fuera buena. ¿Lo fui?". "Los condones no son nada seguros" -manifestó Afrodisio, hombre proclive a la concupiscencia de la carne. Y explicó: "Yo estaba con una mujer casada, y aunque usé el condón llegó el marido". Decía doña Holofernes: "Mi marido es un hombre tempranero. Todos los días a las 5 de la mañana abre la ventana de su cuarto y entra a la casa". En la reunión de parejas las señoras se quejaban de que sus esposos no las sacaban nunca. Capronio, sujeto ruin y majadero, declaró: "Yo todos los días saco a mi mujer, pero ella se las arregla para volver a entrar". No soy partidario de que haya Día de la Mujer. Soy partidario de que haya Día de la Mujer. No soy partidario de que haya paridad de género en la designación de candidatos a puestos de representación. Soy partidario de que haya paridad de género en la designación de candidatos a cargos de representación. No soy partidario de que exista un Instituto de la Mujer. Soy partidario de que exista un Instituto de la Mujer. ¡Acabáramos, columnista mentecato! (Séame permitida esa expresión interjectiva sacada de los sainetes de Carlos Arniches). Advierto que estás sumido en un mar de confusiones, si puedo usar esa locución inédita. Conforme a los principios de la lógica racional -porque también hay lógica irracional- una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo. ¿Explicarás acaso tu falta de sindéresis? No soy partidario de que haya Día de la Mujer por la sencilla razón de que no hay Día del Hombre. Por lo mismo no me parece bien que haya un Instituto de la Mujer: tampoco hay Instituto del Hombre. Y no creo que deba haber paridad de género en la atribución de las candidaturas a cargos de representación, pues éstos deben ser ganados por méritos, no por consideraciones de entrepierna. Pero sucede que México es todavía un país machista en el cual existen aún discriminación, abusos e injusticias de toda suerte contra la mujer. Es necesario entonces un ámbito legal e institucional que evite esos malos tratos hasta en tanto no se instaure entre nosotros una igualdad social entre la mujer y el hombre. Esa igualdad permite que en otros países no haya necesidad de que existan días de la mujer y organismos destinados a dar a las mujeres una protección especial. Yo nací, crecí y he vivido toda mi vida en ese ambiente de dominación de la mujer por el hombre. Me reconozco culpable de acciones y omisiones derivadas de esa injusta y absurda situación. Aplaudo entonces que haya Día de la Mujer, y paridad de género en las candidaturas a puestos de representación, e Instituto de la Mujer, y todo aquello que contribuya a la supresión de ese machismo que no ha dejado de existir. No solamente lo vemos en los usos y costumbres de algunas etnias en nuestro país, costumbres y usos que algunos demagogos defienden con necia tozudez: también lo advertimos en modalidades de la vida diaria que aceptamos sin cuestionar, como el hecho de que la mujer casada deba añadir a su nombre el apellido de su esposo antecedido por un "de" que parece implicar derecho de propiedad del marido sobre ella. No sé si el movimiento feminista mexicano haya impugnado tal costumbre. Yo la rechazo porque veo en ella un anacrónico resto de machismo como el que se notaba en aquella famosa Epístola de don Melchor Ocampo que antaño se leía a quienes contraían matrimonio, y que por obsoleta fue suprimida ya. Otras obsolescencias hay que sobreviven y que se deben suprimir, entre ellas la de la peroraciones -como ésta- aburridas y aburradas. El agente viajero hubo de pasar la noche en una granja. Se disponía a dormir cuando entró en su habitación la linda hija del granjero. "¿Necesita algo? -le preguntó. Él trató de abrazarla. "Alto -le advirtió ella-, o llamaré a mi papá". Intentó besarla: "Alto -repitió la muchacha-, o llamaré a mi papá". El hombre persistió en su intento, y finalmente ella cedió. Después del primer trance amoroso pidió otro. Y otro más. Cuando por cuarta vez se acercó al exhausto viajero éste le dijo con voz feble: "Alto, o llamaré a tu papá". FIN. (Milenio)