miércoles, 9 de julio de 2014

julio 09, 2014
SAO PAULO, Argentina, 9 de julio.- Argentina tiene en vilo a Brasil, aspirante a su tercera estrella después de sobrevivir a una tanda de penaltis dramática para finiquitar un encuentro feísimo (0-0, 4-2 en los penaltis). En el equipo de Messi, el héroe es Sergio Romero, que detuvo los lanzamientos de Vlaar y Sneijder para darle un triste adiós a Holanda, que esta vez no cambió de portero y maldice su desgracia en la historia de los Mundiales. En Brasil, todavía con el escozor del 1-7 contra Alemania, se dispara la angustia porque nada dolería más que un título albiceleste, aunque cuesta imaginarlo después del bochorno en el Arena Corinthians. En Maracaná, como en 1986 ó 1990, otro Alemania-Argentina.

A la hora de la verdad, el espectáculo se perdió después del recuerdo a Alfredo Di Stéfano en el minuto de silencio más ruidoso que se recuerda, excitada la grada argentina en ese permanente salto con braceo y mano muerta. Es una forma única de expresarle amor eterno a este deporte y no hubo más emoción que los himnos en un duelo decepcionante, tan distinto a lo que se vio un día antes en el Mineirao de Belo Horizonte.



Entre bostezo y bostezo, no hay ocasiones que relatar en una batalla que no fue tal, más pendientes ambos de no fallar que del propio acierto, puede que la semifinal más aburrida de la historia del fútbol moderno. El tanteo, que se puede entender en los preliminares y más con semejante premio en juego, se prolongó durante toda la noche y se agradeció que llegara el descanso para que el espectador se frotara los ojos y se fuera al bar a divertirse de verdad. Si el Brasil-Alemania fue maravilloso, el Holanda-Argentina sólo puede resumirse desde el desencanto, un desprecio al Mundial.

Es cierto que ninguno de los dos brilló por el camino hasta esta ronda, pero cuesta comprender que hubiera tan poco con esas plantillas. Argentina, nostálgica sin Di María, se vio al principio con la pelota en los pies y no supo que hacer, enfadado el balón porque se le trató fatal y no hubo un paso con sentido o intención. Holanda, parapetada con un arsenal de seis jugadores atrás, puso a De Jong a perseguir a Messi como un perro de presa y al menos consiguió anular al 10, que ya es mucho. Así de triste, un chasco mundial.

Más miedo que fútbol


Mandó el miedo y de fútbol no hubo nada, ni siquiera un regate o un algo para justificar todo lo anterior, cero. Bastaba con aguantar el tipo y apurar al máximo a la espera de algún destello, demasiado previsible en ambos casos. Holanda aguardaba una contra para salir a la carrera, vertiginosa en ese sentido con flechas como Robben, Van Persie o Sneijder, y Argentina se encomendó al momento de Messi, que sin hacer nada asusta a cualquiera pese a completar una actuación lamentable. Al final no hubo ni de una cosa ni de la otra y los porteros vivieron la tarde más plácida del torneo porque no hubo ni remates ni amagos de. Un esperpento.



Ni siquiera el intermedio alteró el guión, no al menos durante los primeros compases. Es cierto que los europeos se adueñaron del partido y quisieron agitar la tabarra, salpicada para colmo por una pesada lluvia, pero el interés era igual de nulo. Y cuando sucedió algo, se equivocó el árbitro, que anuló a Higuaín un gol por fuera de juego cuando el delantero estaba en línea.

Sabella movió el dibujo pensando en la prórroga, entregado al factor emocional de Agüero, y Van Gaal vivía feliz pensando en los penaltis, en donde su protagonismo es decisivo. Como castigo, media hora más de suplicio después de 90 minutos inenarrables que tuvo en el último suspiro la única ocasión de verdad, desbaratado el disparo de Robben por Mascherano.

Los penaltis estaban cantados –pudo evitarlos Palacio– y ambos merecían esa agonía por lo mal que lo hicieron. Y ahí el héroe fue Romero, al que por eso le llaman gato. Tirita Brasil, sueña Argentina y se postula Alemania. (Agencias)