lunes, 27 de enero de 2014

enero 27, 2014
Gilberto Avilez Tax

Hace unos días me enteré de la muerte del poeta Juan Gelman. Apenas digería esa muerte de la palabra, cuando hoy me entero de otra mala, jodidamente mala noticia, de la muerte de otro poeta, José Emilio Pacheco.

¿Acaso será la muerte de los poetas, una rebeldía final contra la podredumbre actual de la humanidad, despiadadamente capitalista, cínica e individualista?

74, 15, 80, 93 (años totales de mi abuelo), 56 (años totales de mi padre) o 110 (años a los que nunca llegaré), ¡qué mas da!, todos morimos demasiado pronto, no nos terminamos nunca de despedir, y nunca acabaremos de amar, de odiar o de conversar. A este paso que vamos, ejercer el oficio o des-oficio de poetas, como que ya va pareciendo que se trata de un oficio peligroso, de alto riesgo.

Los poetas son frágiles como los cristales de mis lentes, mueren de pronto tarde o de mañana, o componen un terceto a la tarde última donde ella nunca llegará.


A este paso que vamos, el oficio o des-oficio de poeta será una profesión de alto riesgo, cargada de pólvora y presagios de la nada. La poesía será como jugar con uranio imantado, y el poeta bailará haciendo cabriolas en el abismo.

Pero, pensándolo bien, a este paso que vamos, el chingadadesumadre de Fidel Castro, perro hijueputa, poetas o no, acabará por enterrarnos a todos.