lunes, 11 de mayo de 2015

mayo 11, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Rico en mañas. “Deseo que me entregues la preciada joya de tu virginidad”. Así le dijo Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, a Pirulina, muchacha sabidora. Replicó ella: “Demasiado tarde: ya la entregué hace tiempo. Lo más que puedo ofrecerte es el estuche en que venía”. Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, conoció en una fiesta a un apuesto joven. Le dijo con un mohín de coquetería: “Tan guapo y soltero. ¡Qué lástima!”. Respondió el muchacho: “Está usted equivocada. Soy casado”. Dijo entonces la señorita Sinpitier: “Tan guapo y casado. ¡Qué lástima!”. Uglicia, mujer más fea que un coche por abajo, vio un anuncio en el periódico: “Laboratorio científico solicita mujer dispuesta a hacer el amor con un gorila para propósitos de experimentación. El pago es de 10 mil pesos”. De inmediato acudió Uglicia. Declaró: “Pero necesito que me permitan pagar los 10 mil pesos en abonos”. El otólogo le informó al hombre a quien examinaba: “Tiene usted extraordinariamente desarrollado el sentido del oído. ¿A qué atribuye eso?”. Contestó el tipo: “A que hago el amor con mujeres casadas”. El facultativo se extrañó: “Tal cosa no tiene relación con el oído”. “Claro que la tiene –replicó el sujeto–. Cuando estoy con una mujer casada debo oír si llega el esposo. Eso es lo que me ha desarrollado el oído”. Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna, acudió a la consulta de un reputado urólogo y le manifestó que tenía un problema en su atributo varonil. El médico le pidió que le mostrara la citada parte. Cuando la vio no pudo contener una sonrisa. “¿De qué se ríe, doctor?” –preguntó amoscado el consultante–. “Perdone –se disculpó el galeno–. Es que nunca había visto una parte de varón como la suya. Es tan pequeña, tan diminuta, tan minúscula, que casi no se ve. Pero dígame: ¿cuál es el problema?”. Respondió Maldotado: “La traigo muy inflamada”. Simpliciano, muchacho sin ciencia de la vida, estaba con una linda chica en una alejada playa. Le preguntó ella, mohína: “¿Eso es todo lo que se te ocurre que hagamos aquí? ¿Un castillo de arena?”. La palabra “peje” significa, desde luego, pez. En su acepción segunda, sin embargo, ese vocablo sirve para designar a un hombre astuto. Andrés Manuel López Obrador, llamado El Peje, es rico en mañas. Posee un vasto repertorio de artificios que le permiten andar ya en plena campaña presidencial mientras los demás partidos y su instrumento, el INE, se chupan el dedo. La imagen de AMLO aparece en la propaganda de todos los candidatos de Morena, como si él fuera en verdad el candidato y los otros simples comparsas suyos. La próxima elección de presidente está muy cerca. El 2018 es mañana. Las corruptelas e ineficacias de los actuales detentadores del poder le están pavimentando el camino a López Obrador, que se presenta como adalid de la eficiencia y la moralidad. Si a eso se le añade el tesón con que el tabasqueño busca que la tercera sea la vencida, su presencia constante, sus incesantes prédicas, no es difícil hacer un pronóstico sobre quién será el próximo presidente de este lastimado país. Celerino hizo el amor con una chica. Al terminar le dijo ella: “Eres el peor amante del mundo”. Replicó él, enojado: “¿Cómo puedes decir eso después de sólo seis segundos?”. Un hombre que vivía en la ciudad fue a visitar a un compadre suyo que vivía en el campo, casado con mujer de opimas formas. La visita se prolongó tanto que cayó la noche. Cuando el visitante se disponía a retirarse se desató una tremenda tempestad. Dijo el dueño de la casa: “Compadre: con esta tormenta no puede usted viajar. Quédese a dormir con nosotros. Tenemos solamente una cama, pero no hay problema: somos de confianza. Mi señora se acostará de un lado, usted del otro, y yo en medio”. Así lo hicieron. A la mañana siguiente el hombre de la ciudad llevó aparte a su compadre y le dijo en voz baja: “Compadre, siento decirle que mi comadre es una zorra: toda la noche me tuvo agarrado de ahí”. Contestó el otro: “Era yo, compadre. Por si las dudas”. FIN.