miércoles, 18 de mayo de 2016

mayo 18, 2016
J.P. Missé / La Vanguardia

BARCELONA, España, 18 de mayo.- No hizo falta ninguna invocación bíblica. Resucitó, y no a los tres días, sino después de estar 30 años congelado en el Polo Sur. Se trata de un tardígrado, más conocido como oso de agua, que es un animal microscópico (menor a un 1 mm de extensión) campeón de la supervivencia y la adaptación a ambientes extremos.

No parece en nada a un osito de peluche, más bien recuerda, con sus pliegues y su boca, a una bolsa de aspiradora. Pero este microanimal fue hallado en una base polar japonesa en 1983, y volvió a la vida en enero de este año.

La clave es que puede entrar en un estado de criptobiosis, en el que detienen sus procesos metabólicos hasta que encuentre condiciones medioambientales adecuadas a su vida. Como una pequeña reproducción de Lobezno, puede reparar su propio ADN y seguir vivo.


Así, puede desconectar del mundo exterior y soportar temperaturas que van desde los -200º hasta los 100º, aguantar altas cargas de radiación o presiones insoportables para otros organismos. Inclusive, la NASA lo lanzó al espacio exterior en el 2011 y sobrevivió. La próxima parada era la luna marciana Fobos, pero la nave espacial rusa Fobos-Grunt falló y el proyecto quedó estancado. (Más fotos en Facebook)

 Amantes del frío y el calor

El oso de agua no es el único animal que sobrevive a ambientes tan hostiles. En el desierto del Sahara, la hormiga Cataglyphis bicolor sale a buscar insectos achicharrados por temperaturas superiores a los 60º, y lo hace rápidamente impulsadas por sus patas sumamente delgadas, que apenas tienen contacto con las arenas ardientes.

Otras especies amantes de ambientes cálidos son la araña lobo (Adelocosa anops) prefiere el calor de la piedra recién moldeada por la lava para convivir junto a diversas clases de ciempiés. Un hábitat similar al de la talégala de las Marianas (Megapodius laperouse), que prefiere anidar en las cenizas de los volcanes.

Otro animal que resiste el calor, como si fuera un pequeño Iron Man, es el Crysomallon squamiferum, un caracol descubierto en 2001 en aguas termales del océano Índico, con su concha formada por una capa externa de sulfuro de hierro, que le protege de depredadores y de las altas temperaturas. Los científicos lo están estudiando con interés por el potencial que puede tener para la industria aeronáutica, la construcción y la militar.

En el otro extremo, la araña saltarina del Himalaya (Europhys omnisuperstes) captura, con su tela, los insectos congelados que vuelan por los vientos que soplan a más de 6.700 metros de altura. Es el animal que vive a mayor altitud.

También aguanta estoico el frío el escarabajo rojo de corteza plana (Cucujus clavipes), que si no se muere en el norte de Alaska, es porque produce proteínas anticongelantes que evita que se formen moléculas de agua, y no se congelan sus fluidos internos. Y su sangre contiene elevadas dosis de glicerol, por lo que el agua de su cuerpo no se convierte en cristales de hielo.

Los extremófilos

La ciencia bautizó –con poca originalidad- como extremófilos a los microorganismos que pueden vivir en temperaturas cercanas al cero absoluto o donde el agua hierve, debajo de las rocas o en altas concentraciones de salinidad o acidez.

La clave, como en los otros ejemplos, es la adaptación. Diversos microorganismos, al ser de una composición celular tan básica, puede moldear su supervivencia en ámbitos que serían imposibles para otras especies. Es más, “hay microorganismos que necesitan condiciones extremas para poder sobrevivir”, define Ignacio López Goñi, profesor de Microbiología y Parasitología de la Universidad de Navarra.

Y aquí se entra en el reino de las exageraciones. Los termófilos son microorganismos que viven entre los 60º y los 80º, y los hipertermófilos –como se intuye en su nombre- se desarrollan en temperaturas que superan los 100º. Por ejemplo, la arquea Methanopyrus kandleries sólo puede vivir a partir de los 98º, cuando el agua está a punto de hervir. Y tampoco le hace falta oxígeno para crecer.

Si uno cree que en el congelador no hay bicho que resista el frío, está en un error. La bacteria Psychromonas ingrahamii crece a temperaturas de –12º, como otras bacterias gram negativas como la Moraxella, la Polaribacter, la Moritella, etcétera.

 La investigación para la industria y la vida

La investigación de estos microorganismos extremos es muy útil incluso para la vida cotidiana, porque tienen enzimas y otros compuestos diferentes al de las demás especies. Si pueden hacer lo mismo que otros organismos pero en altas temperaturas, con mucha salinidad o acidez, se pueden crear productos como los detergentes en polvo que tiene biocatalizadores (enzimas) que eliminan las manchas en agua fría.

Otro campo es en la investigación de vida extraterrestre. “Cuando los científicos hablan de vida en otros planetas no están buscando hombrecillos verdes con antenas, sino microbios. Algo parecido a las bacterias que conocemos pero que sean capaces de vivir en ambientes tan inhóspitos como puede ser Marte: una atmósfera enriquecida en CO2, temperaturas entre -100ºC y 30ºC, campo magnético muy débil, menor gravedad, mayor radiación o inexistencia de agua líquida”, dice López Goñi.

¿Acaso la vida podría haber llegado a bordo de algún cometa, con microorganismos extremos? No se sabe, pero sí es cierto que el génesis se produjo gracias a estos seres microscópicos que sobrevivieron en un planeta con condiciones mucho más inhóspitas que las actuales.