sábado, 23 de junio de 2018

junio 23, 2018
José Repetto

Hace poco más de 7 años murió mi padre en la Clínica de Mérida. Yo tenía 23 entonces.

Él falleció tras una operación a la que lo sometieron. Su cuerpo no resistió.

Por años culpé a su cardiólogo, Manuel Barrera Bustillos, así como al urólogo Tomás Eric Sáenz Pérez, y llegué a publicar quejas contra ellos en varios portales y hasta pegar volantes.

Ahora que el tiempo ha pasado -rapidísimo- mi perspectiva es diferente y veo las cosas con mayor clalidad y entendimiento, libre de la rabia que experimenté entonces.

Sé que Barrera y Sáenz hicieron todo lo posible por salvar a mi padre, que ciertamente no actuaron con malicia ni fueron poco atentos, y que fue injusto de mi parte intentar desahogarme haciéndoles daño. Había perdido a mi padre y mejor amigo, y me sentí culpable por no acompañarlo más esos últimos días.

Estaba fuera de mí. Llegué a perder unos kilos de peso y me aislé del mundo. Eso es prueba de mi estado mental entonces.

Sí siento que nos faltó información por parte de los médicos, pero eso no llevó a mi papá a la muerte. Ahora veo que yo sólo buscaba a quién culpar para no culparme a mí mismo.

Por ello ofrezco de manera voluntaria una disculpa pública (pues mis ataques fueron muy públicos) a los doctores Manuel Barrera Bustillos y Tomás Éric Sáenz Pérez.

Mi único reclamo es que se nos debió informar más, pero sé que eso es algo común en México, por desgracia. Falta promover el concepto de consentimiento informado. De haber sabido el riesgo, me hubiera  quedado ahí las 24 horas.

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