lunes, 29 de febrero de 2016

febrero 29, 2016
Fabiola Santiago / Columnista de Miami Herald

En Vermont y Minnesota, el mensaje automático del PAC Nacional de Estados Unidos, en la voz de un agricultor que se describe a sí mismo como un nacionalista blanco, insta a los votantes de la manera más directa posible: “No vote por un cubano. Vote por Donald Trump”.

En la Florida, la encuesta más reciente muestra que eso es exactamente lo que están haciendo los republicanos: votar por Trump, no por el nativo cubanoamericano Marco Rubio.

Y en Miami, resurge un raro espécimen: el americano blanco abiertamente racista.

Una enfermera certificada nombrada Joanne me dejó un mensaje en mi teléfono: “No todos odiamos a Donald Trump; muchos de nosotros somos americanos y amamos a nuestro país tal como era antes de que ustedes los cubanos llegaran... Regresen a Cuba y llévense a Obama –¡llévenselo!– con ustedes”.

El magnate Donald Trump llega como favorito indiscutible del Partido Republicano al llamado Supermartes, la docena de elecciones primarias que se celebran en Estados Unidos. Si logra buenos resultados en las próximas dos semanas, su nominación para las presidenciales de noviembre será casi inevitable. Tras meses de parálisis, sus rivales le atacan y redoblan el escrutinio. Quizá sea demasiado tarde. El establishment del partido se divide entre quienes le repudian y quienes se hacen a la idea de que sea el candidato. (Marc Bassets / El País)

Ya se ve venir. La campaña racista de ataques de corte étnico y contra la religión, sello distintivo de la candidatura de Donald Trump, ha encontrado otro blanco: los cubanoamericanos. Ha llegado nuestro turno de ser vilipendiados y movidos a enfrentarnos unos contra otros por los multitudinarios fanáticos del líder charlatán republicano.

Desde el primer día, el multimillonario de programas televisivos de realidad ha ganado un apoyo significativo de elementos racistas mediante flagrantes mentiras y ataques contra las minorías. Las concentraciones de su campaña son como las reuniones de avivamiento del poder blanco de las que los afroamericanos y los hispanos han sido expulsados agresivamente.

Después de las llamadas automáticas pidiendo no votar por un cubano, por primera vez los cubanoamericanos están furiosos.

Era sólo una cuestión de tiempo y de situación para que los seguidores de Trump recurrieran a poner en juego la baraja anticubana

Y debo preguntar: ¿Dónde estaban ustedes cuando Trump difamaba a los mexicanos? ¿O cuando castigaba al presentador Jorge Ramos por hacer preguntas fuertes? ¿O cuando diseminaba mentiras sobre los musulmanes? Repitiendo sus mentiras, apoyando su discriminación. ¿Dónde estaban ustedes cuando Trump insultaba a las mujeres. Calladitos, ¿eh?

Era sólo una cuestión de tiempo y de circunstancia para que los seguidores de Trump recurrieran a poner en juego la baraja anticubana. Con dos rivales cubanoamericanos siguiéndole de cerca para la nominación republicana, y con Jeb Bush fuera de la campaña y la mayoría de sus seguidores sumándose al campo de Marco Rubio, ha llegado la hora.

La enfermera que me dejó el mensaje lleno de odio atiende a enfermos en Miami-Dade, donde cerca del 70 por ciento de la población es hispana, cubanos en su mayoría. Si ella se siente libre de insultar a una periodista que puede localizarla, ¿se imaginan cómo debe tratar a sus indefensos pacientes? Pero ése es el tipo de personas que Trump motiva e inspira.

Personas como ella se habían convertido en una anomalía en el Miami moderno.

Si existían, una pequeñísima minoría dentro de una minoría después del giro demográfico llamado “la huida de los blancos” de los años 1980, habían optado por mantener oculto su odio. Antes de la candidatura de Trump no había vuelto a oír el tipo de canalladas de que los cubanos fuimos objeto en aquel tiempo. ¿Recuerdan el grito de batalla: “Que el último americano que se vaya de Miami haga el favor de traer la bandera”?

La bandera se quedó y los cubanoamericanos –republicanos en su mayoría aunque también algunos demócratas– ascendieron a ocupar altos cargos públicos.

Trump es ahora el monstruo que el Partido Republicano creó con su mensaje de odio, obstruccionismo y sus demostraciones de falta de respeto –desde los salones del Congreso hasta las ondas radiales locales– hacia el primer presidente de raza negra. El candidato niega estar detrás de la llamadas automáticas o del PAC.

Pero Trump les dio luz verde a los racistas a pensar que tienen el derecho de decidir quién es suficientemente puro para considerarse norteamericano. Y ese raro espécimen de odio en Miami ha regresado.