lunes, 24 de febrero de 2014

febrero 24, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Aquel ejecutivo comentó en su casa: "Mi nueva secretaria es una muñequita". Preguntó su pequeña hija: "¿Y cierra los ojos cuando la acuestas?". (¡Inocente!)... El instructor de paracaidismo le indicó al novato: "Te lanzas, cuentas hasta 10 y abres el paracaídas". El novato, que era tartamudo, inquirió nervioso: "¿Has-has-hasta cuán-cuántas de-de-debo co-contar?". Le contesta el instructor: "Hasta dos"... Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, fue a la consulta del doctor Ken Hosanna, reconocido médico, y le contó que con frecuencia batallaba para ponerse en aptitud de hacer obra de varón. Después de examinarlo le dijo el facultativo: "No puedo dar con la causa de su mal. Ha de ser por la bebida". "Muy bien -se levantó Empédocles-. Volveré cuando esté usted sobrio"... En el bar un tipo le confió a otro al que acababa de conocer: "Me preocupa que en el momento del orgasmo mi esposa grita: '¡Armando! ¡Armando!'". Preguntó el otro: "¿Por qué te preocupa eso?". Respondió el primero: "Porque me llamo Leovigildo"... El dinero, escribió Somerset Maugham, es como un sexto sentido sin el cual no se puede hacer uso de los otros cinco. Bien dijo Jacob Astor: "Si es cuidadoso y se sabe administrar, un hombre que gane un millón de dólares al mes puede vivir como si fuera rico". Don Crésido era señor adinerado. Tanto que nunca hablaba de dinero. En un lujoso bar conoció a una bella dama. A fuer de ejecutivo inmediatamente fue al asunto. "Le ofrezco mil dólares -le dijo- si pasa conmigo un fin de semana en mi yate". "¡Está usted loco! -respondió airadamente la mujer-. ¡Por quién me toma, idiota!". "No hay necesidad de molestarse -replicó, displicente, el ricachón-. Le ofrezco 5 mil dólares". "Es usted un majadero" -contestó la mujer. "Tampoco hay necesidad de molestarme -habló él-. Le daré 25 mil dólares y una bolsa de pan de pulque de Saltillo". "Le ruego que no insista, caballero". El tono de la dama fue ahora más suave. "Abreviemos -dijo entonces don Crésido-. Le ofrezco 100 mil dólares". Preguntó, vacilante, la mujer: "¿Y la bolsa de pan de pulque no?". "La incluiré" -declaró, munificente, el dineroso seductor. "Está bien -cedió la dama-. Por esa cantidad y ese valioso obsequio adicional pasaré con usted un fin de semana en su yate. Pero usted pagará el Dramamine, pues sufro de mareos, sobre todo en el mar. Y otra cosa: no vaya usted a pensar que soy de esa clase de mujeres". Replicó don Crésido: "Tú y yo sabemos ya la clase de mujer que eres. Lo único que estábamos haciendo era ponernos de acuerdo en los detalles"... En eso, en ajustar los detalles, consiste ahora la tarea del gobierno y de los tres partidos políticos principales -los otros no son partidos políticos, son empresas comerciales- para llevar a cabo las reformas conseguidas en el Pacto por México. Suele suceder que en tratándose de acuerdos es más difícil concretar lo accesorio que lo principal. Esperemos que al elaborar la legislación secundaria sobre los cambios constitucionales hechos, tanto el gobierno federal como el PAN, el PRI y el PRD muestren el mismo espíritu conciliatorio y de interés por México que demostraron al hacer el Pacto... He cumplido por hoy mi tarea de orientar a la República. Paso ahora a otro tema... Dos linajudas damas de una ciudad del sur de Estados Unidos hablaban del viaje a Nueva York que había hecho una de ellas. Le dijo ésta a su amiga bajando la voz: "¿Sabías tú que en esa gran ciudad hay hombres que besan a otros hombres?". "My goodness! -exclamó la otra con asombro-. ¿Cómo llaman a esos hombres?". "Los llaman 'gays' -respondió la viajera. Y prosiguió con el mismo tono misterioso: "¿Y sabías que en Nueva York hay mujeres que besan a otras mujeres?". "Glory be! -se sorprendió la amiga-. ¿Cómo llaman a esas mujeres?". Le informó la señora: "Las llaman 'lesbianas'". Bajando la voz aún más le preguntó: "¿Y sabías que en esa urbe pecadora hay hombres que besan a las mujeres... er... allá abajo?". "Heavens! -prorrumpió la otra sin dar crédito a lo que sus oídos -ambos- escuchaban-. Y ¿cómo llaman a esos hombres?". "No sé las demás -respondió la linajuda dama-. Al mío yo le decía 'papacito'"... FIN.