lunes, 7 de enero de 2019

enero 07, 2019
MADRID, 7 de enero de 2019.- El cornezuelo de centeno (Claviceps purpurea) es un hongo parásito de muchos cereales, que aparece como una excrecencia en forma de cuerno -de ahí su nombre-, y que se desarrolla en los granos. Su color varía entre el púrpura y el negro, y su tamaño es de pocos centímetros de longitud. Los animales que se alimentan con este hongo se pueden envenenar y entre los síntomas que manifiestan se encuentran la gangrena en las patas, pezuñas o colas, así como abortos y la pérdida de producción de leche.


La toxicidad se debe a un elevado número de sustancias químicas, de las que se han identificado más de 200, que varían desde los compuestos más simples, tipo aminas, hasta otros más complejos, como los alcaloides policíclicos. De todos ellos, los últimos son los más peligrosos y entre ellos se encuentran el ácido lisérgico y sus amidas, como la ergotamina. De hecho, del primero deriva la dietilamida de ácido lisérgico –el LSD- una potente droga con efecto alucinógeno.

El culto a Deméter

Un pequeño templo ubicado junto al mar en la ciudad helena de Eleusis fue durante casi dos mil años (1500 a.C hasta el 392 d.C) uno de los centros espirituales más importantes de la civilización occidental. Se encontraba a unos 30 kilómetros al noroeste de Atenas, en la frontera entre Megara y Ática.

Por allí pasaron, al menos una vez en su vida, miles de ciudadanos decididos a conocer los Misterios de Eleusis, cuyo símbolo era una espiga de cereal. El templo estaba dedicado a las diosas Perséfone y Deméter, la diosa de los cereales.

A mediados del mes de Boedromion -a comienzos de octubre-, se celebraba que Deméter había enseñado los misterios de la agricultura a los hombres y el regreso de Perséfone a la Tierra, tras pasar la mitad del año en el inframundo con su esposo Hades. Hasta Eléusis se desplazaron gran número de personalidades de la antigüedad como Platón, Aristóteles, Sófocles, Plotino, Cicerón, Adriano o Marco Aurelio.

Dos sacerdotes, los hierofantes («reveladores de lo sagrado»), custodiaban el templo y eran los encargados de presidir los ritos, cuidar el reciento y realizar las actividades religiosas.

Los peregrinos pasaban entre uno y tres días en las afueras del templo, ayunando y purificándose física y espiritualmente, para finalmente penetrar en grupos de trescientos, a una gran sala subterránea llamada Telesterion, donde se enseñaban las reliquias sagradas de la diosa.

Una vez en el interior comenzaban las ceremonias. Eran guiados por los propios hierofantes, mistagogos («conductores de los misterios») y psicopompos («los que ponen de manifiesto lo anímico»).

El momento más importante era cuando se les daba a ver el kykeon, un bebedizo, elaborado con agua, harina y menta molida. Con él, experimentaban revelaciones colectivas que, hasta la fecha, no se han podido reproducir con certeza. Poco más sabemos, ya que los peregrinos tenían prohibido, bajo pena de muerte, revelar lo que allí sucedía a los no iniciados.

Kykeon: un cóctel de drogas alucinógenas

En 1993, Albert Hoffman (1906-2008), tras 50 años estudiando los efectos del LSD, llegó a la conclusión de que, entre los ingredientes del kykeon, estaban los alcaloides del cornezuelo del centeno. Un cereal que, por cierto, se cultivaba en las proximidades del templo.

En la base del rito había una promesa de inmortalidad, dentro de un marco que apuntaba hacia un renacimiento místico. En el año 392 el emperador Teodosio I prohibió la celebración de los Misterios, para destruir la influencia pagana e imponer al cristianismo como religión estatal. (Pedro Gaegantilla/ ABC)

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