miércoles, 23 de septiembre de 2015

septiembre 23, 2015
WASHINGTON D.C., 23 de septiembre.- El papa Francisco proclamó hoy nuevo santo de la Iglesia católica al franciscano español Junípero Serra, fraile del siglo XVIII, fundador de las primeras misiones de California, en una ceremonia en Washington.

El pontífice pronunció en latín la fórmula de canonización y pidió que sea incluido en los libros de los santos de la Iglesia católica al comienzo de un acto en el Santuario nacional de la Inmaculada Concepción de la capital estadounidense.

El acto formal comenzó con la petición al papa por parte del cardenal estadounidense Donald William Wuerl para que el pontífice proclamara la santidad de Junípero Serra, beatificado por Juan Pablo II el 28 de septiembre de 1988.


Posteriormente se procedió a la lectura de la biografía de Serra y a continuación se pronunció la Letanía de los Santos, la oración en la que se pide la intercesión de todos los santos.

El papa pronunció luego la fórmula: "En honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, después de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchando el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos santo a Junípero Serra".

“Audacia misionera”
Eso tenía Junípero Serra. Él, evangelizador de México y “padre” de California, fue un eslabón de la “cadena de testigos” que han permitido a la fe católica llegar a todos los rincones de la tierra. Lo dijo hoy el Papa, durante la ceremonia de canonización de ese fraile español. Recordó que -muchos como él en la historia de la Iglesia- han salido de las estructuras eclesiásticas que otorgan “falsa contención”, conformismo y comodidad. Y ante las críticas de algunos grupos, defendió al nuevo santo recordando que él fue un defensor de los indígenas.

Antes de dirigirse al Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, al salir de la nunciatura en Washington, el pontífice saludó de mano a un grupo de fieles que lo esperaban. Luego, en su vehículo utilitario negro se dirigió a las inmediaciones del templo, donde cambió por el papamóvil descapotado. Sobre él tuvo un nuevo “baño de multitudes”, mientras las campanas del santuario anunciaban su llegada.

La misa inició con el rito de elevación a los altares de Serra (1713-1784). Decenas de hispanos de diversos países asistieron a la ceremonia, con el sueño de ver reconocido como santo por el Papa a su patrono. Porque, muchas comunidades latinas de California, lejos de despreciar su figura la estiman. No obstante algunas polémicas instrumentales.

Jorge Mario Bergoglio no centró en la figura del fraile su discurso, pronunciado en italiano. Habló de él hasta el final y prefirió reflexionar primero sobre la invitación del apóstol Pablo a todos los cristianos a vivir con alegría. Una llamada que, constató, choca con las tensiones de la vida cotidiana que pueden conducir a la resignación triste que se puede transformar en acostumbramiento y tener una consecuencia letal: anestesiar el corazón.

Sostuvo que, para no permitir que la resignación sea el motor de la propia vida, Jesús invita a salir y anunciar la alegría del evangelio. “El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo”, constató.

Explicó que este impulso a salir y anunciar, Cristo lo propuso para todos. “Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón”, agregó.

Pero aclaró que la misión católica no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada.

Insistió que la Iglesia, pueblo de Dios, sabe transitar los “caminos polvorientos de la historia” atravesados por conflictos, injusticias y violencia, para ir a encontrar a quien lo necesita. Precisó que ese pueblo no le teme al error y, más bien, le teme al encierro, a la “cristalización en elites”, al aferrarse a las propias seguridades. Porque sabe que el encierro, en sus múltiples formas, es la causa de tantas resignaciones.

Fue ahí donde vinculó su reflexión con la figura de Junípero Serra. Aseguró que la fe ha llegado hasta nuestros días porque muchos como él respondieron a la llamada y optaron por la “audacia misionera” antes que encerrarse.

Por eso quiso recordarlo. Porque el fraile “supo testimoniar la alegría del evangelio”, supo vivir “la Iglesia en salida”, supo dejar su tierra y sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades.

“Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos”, estableció. De esta manera le respondió a ciertos grupos indígenas que acusan a Serra de violencia y exterminio.

El Papa recordó que el lema del santo fraile fue “siempre adelante”. Afirmó que esas palabras, para él sirvieron para vivir la alegría del evangelio. Y ponderó: “Fue siempre adelante, porque el señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: siempre adelante”. (EFE / Andrés Beltramo Álvarez / Vatican Insider / lanacion.com.ar)