domingo, 27 de septiembre de 2015

septiembre 27, 2015
FILADELFIA, 27 de septiembre.- En el último día de su visita a Estados Unidos, Francisco quiso reunirse con los detenidos. Llego en helicóptero al  de Filadelfia, un centro penitenciario dedicado a dos agentes de la policía penitenciaria asesinados durante el servicio en la cárcel de Holmesburg en 1973. Es la cárcel masculina más grande de Filadelfia, con cuatro bloques de detenidos, que son, en conjunto alrededor de 2800. Los detenidos construyeron la gran silla de madera, tapizada de blanco, en la que se sentó el Papa.

Francisco explicó a una delegación de detenidos vestidos con camisa azul, que lo escuchaban conmovidos en silencio: «una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir. He venido como pastor, pero sobre todo como hermano a compartir su situación y hacerla también mía». 

El Santo Padre visitó a los presos del Instituto Correccional Curran-Fromhold.

El Papa recordó el episodio evangélico en el que Jesús lava los pies de sus discípulos en la Última Cena. En esa época, explicó Bergoglio, «Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy». Porque «vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida», y Jesús « nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar».

Vivir, añadió Francisco, «supone ‘ensuciar nuestros pies’ por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino.

No nos pide a dónde hemos ido, «no nos interroga qué estuvimos haciendo». Viene a nuestro encuentro «para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión no ha sido nunca un sinónimo de expulsión. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades. Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio y el dolor, las heridas, de toda una sociedad».

Después de haber explicado que Jesús no quiere dejar fuera a nadie, y que prepara una mesa «para todos y a la que todos somos invitados», Francisco dijo a los detenidos: «Este momento en su vida solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a la que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad».

Jesús, concluyó el Papa latinoamericano, «nos enseña a mirar el mundo con sus ojos. Ojos que no se escandalizan del polvo del camino; por el contrario, lo busca limpiar y sanar, lo busca remediar. Nos invita a trabajar para generar una nueva oportunidad: para los internos, para sus familias, para los funcionarios; una oportunidad para toda la sociedad. Quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes, con todas las personas que de alguna manera forman parte de este Instituto. Sean forjadores de oportunidades, sean forjadores de camino, de nuevos senderos. Todos tenemos algo de lo que ser limpiados, purificados».

Al final de su discurso, Bergoglio saludó uno a uno a los detenidos presentes, en compañía del fraile franciscano capellán de la cárcel. (Andrea Tornielli / Vatican Insider)