domingo, 27 de septiembre de 2015

septiembre 27, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 

La mujer más hermosa. La nueva vecina era mujer joven y frondosa, dueña de ubérrimo tetamen y exuberante nalgatorio. Cuando doña Macalota le informó a su marido que se había acabado el azúcar, don Chinguetas se ofreció inmediatamente a ir a la casa de la vecina a pedirle una taza. Fue, en efecto. Pasaron 15 minutos, media hora, una hora, y el señor no regresaba. La esposa, inquieta, fue y llamó a la puerta de la mujer. Asomó ella la cabeza por la ventana del segundo piso y le preguntó: “¿Qué se le ofrece?”. Inquirió a su vez, atufada, doña Macalota: “¿Por qué está tardando tanto mi marido?”. Respondió la vecina: “No lo sé. ¿Con usted se tarda menos?”. Astatrasio Garrajarra, el borrachín del pueblo, caminaba haciendo eses -y emes, y efes, y equis- por la calle. En una esquina se detuvo y le pidió con tartajosa voz a un transeúnte: “Perdone, mi estimado. Con todo respeto: ¿podría usted decirme cuántos chichones tengo en la cabeza?”. La revisó el señor y contestó: “Son siete”. “Es usted muy amable, caballero -agradeció el beodo-. Eso quiere decir que ya nada más me faltan cinco postes para llegar a mi casa”. Don Valetu di Nario le comentó a su nieto mayor: “Estoy leyendo una novela muy triste”. Preguntó el muchacho: “¿Qué novela es esa?”. Respondió el carcamal: “Se llama ‘El amante de lady Chatterly’”. “¡Pero, abuelo! -exclamó el joven-. ¡Esa novela trae sexo en todas sus páginas!”. “Precisamente -suspiró don Valetu-. A mi edad leer acerca de sexo es algo muy triste”. Don Martiriano conducía su coche. Con él iban su esposa, doña Jodoncia, y su pequeña hija. Le preguntó la niña: “Papi: antes de que conocieras a mi mamá ¿quién te decía cómo manejar?”. Un hombre ha llegado a la edad madura cuando ya no le importa a dónde vaya su mujer con tal de que no le pida que la acompañe. Se encontraron dos amigas que hacía mucho tiempo no se veían. Una le dijo a la otra: “Nunca me casé. No tengo marido ni hijos”. “¡Caramba! -se condolió la otra-. ¡Debe ser difícil eso de tener que inventarte problemas!”. ¿En qué se parece el dólar a la minifalda? Sigue subiendo, y subiendo, y subiendo. Ya avanzada la mañana el petrolero texano despertó en su cama del hotel de Las Vegas y vio a su lado a la mujer más negra y más gorda que en su vida había visto. “¿quién es usted?” -le preguntó asustado. Respondió con una gran sonrisa la mujer: “Me llamo Jemina, pero anoche era la Rosa Amarilla de Texas”. Un minuto tiene 60 segundos, a menos que esté precedido por las palabra: “Permítame un.”. Don Centurio cumplió 101 años. Un reportero le preguntó: “¿A qué atribuye usted haber llegado a esa edad?”. Contestó él: “Realmente no lo sé. Quizá se deba al hecho de que hace un año dejé de fumar, de beber y de andar con mujeres”. Llegó un maduro cliente a la farmacia y le preguntó con voz feble al encargado: “¿Tienen condones?”. “Sí, señor -respondió el farmacéutico-. Los hay de diferentes tamaños, variedades y colores. ¿De cuál quiere?”. Inquirió el provecto señor tímidamente: “¿Hay alguno con varillas?”. 


Afrodisio le comentó a su amigo Libidiano: “Un cirujano plástico de California está haciendo a la mujer más hermosa del mundo. Para eso tomó los ojos de Elizabeth Taylor, el rostro de Gene Tierney, la cabellera de Veronica Lake, el cuello de Audrey Hepburn, la cintura de Jean Simmons, el busto de Jane Mansfield, las caderas de Marilyn Monroe y las piernas de Cyd Charisse”. “¡Uta!” -profirió el tal Libidiano-. ¡Lo que podría yo hacer con los sobrantes!”. Don Vellocinio tenía una barba tan grande que para besar a su mujer debía usar popote. La esposa de Avaricio Cenaoscuras, hombre ruin y cicatero, le pidió dinero para comprarse un traje de baño. “¿Otro? -se molestó el cutre-. Ya tienes uno”. “Sí -admitió con mansedumbre la señora-. Pero se le hizo un agujero en la parte de la rodilla”. Una guapa mujer que hablaba cinco idiomas se presentó con don Algón, ejecutivo de empresa, y le pidió que la empleara como traductora. Le dijo con orgullo: “Poseo cinco lenguas”. “¡Magnífico! -exclamó el salaz magnate-. ¡Precisamente somos cinco socios!”. (No le entendí). FIN.