miércoles, 8 de octubre de 2014

octubre 08, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


“Acúsome, padre, de que anoche le arrebaté a una muchacha la flor de su virginidad”. Así le dijo al padre Arsilio un joven penitente. El buen sacerdote ardió en santa indignación. “¡Eres un pérfido! -le dijo con tonante cólera-. ¡Te aprovechaste del candor de esa infeliz doncella para saciar tus rijos de lujuria, lascivia, lubricidad, incontinencia, impudicia, libídine y voluptuosidad! De penitencia rezarás cien padrenuestros y cien avemarías. Ahora dime, infame: la desdichada joven a quien quitaste la preciosa gala de su impoluta pureza ¿es católica?”. “No, padre -replicó el muchacho-. Pertenece a una de esas sectas que hay ahora”. “Ya veo -ponderó el párroco-. Está bien: olvídate de la penitencia y vete en paz. La juventud es la juventud”. Me fascina la Edad Media. Los positivistas la llamaron torpemente “edad oscura”. ¿Edad oscura la de Dante, Chaucer, Bocaccio, Santo Tomás de Aquino, el Poema del Cid y Alfonso el Sabio? ¿Edad oscura la de Giotto y las catedrales góticas? ¿Edad oscura la de Bacon, la de Avicena y Averroes? Como diría un muchacho de hoy: no manches. Luminoso tiempo fue aquel en que los hombres aprendieron a ver más allá de lo que se ve, y a tocar con su mano lo inasible. Ahora bien: ¿a qué ese campanudo exordio? Me sirve para decir que los castillos medievales tenían un doble resguardo: el foso y la muralla. Esas defensas amparaban al señor feudal, e impedían que llegaran a él sus enemigos. Observo cierta semejanza entre eso y el viejo sistema político mexicano, por muchos motivos reprobable, pero cuya eficacia no se podrá poner en duda. El primer valladar que protegía al Presidente de la República -después de los gobernadores- eran los secretarios de su Gabinete. Ellos enfrentaban en primera instancia cualquier problema que se presentara. Si la cuestión los rebasaba el caso iba a dar a la secretaría de Gobernación. Y no era el titular quien se hacía cargo del asunto. Antes que él intervenía algún funcionario menor. Si el trance era apurado lo atendía un subsecretario. Y sólo cuando el problema era verdaderamente grave lo tomaba en sus manos el secretario. Así, era muy raro que algún conflicto llegara al Presidente. Los tiempos han cambiado, y las cosas no pueden ser como antes. Eso lo entiendo bien. (Lo que nunca he podido entender es el Teorema de Pitágoras). Me pregunto, sin embargo, si el castillo del señor actual no perdió ya su foso y su muralla. En el conflicto con los estudiantes politécnicos la secretaría de Educación fue hecha a un lado. Gobernación asumió directamente el problema. Quizá no podía hacer otra cosa, pero lo asumió. El secretario del ramo le hizo frente en forma personal, y además salió a la calle a “dialogar” con los muchachos, a pesar de los muchos riesgos que eso conllevaba. Se ha sentado un precedente por el cual otros manifestantes podrán reclamar el mismo privilegio que a los del Poli se otorgó. Más peligroso aún: rebasados el foso y la muralla que protegían el castillo del señor, no será remoto que se le pida a éste atender en persona tales movimientos. Imaginemos a 20 mil estudiantes exigiendo ante el Palacio Nacional o en Los Pinos que el Presidente Peña salga a hablar con ellos, como salió ya el secretario de Gobernación, a quien se considera su segundo en el mando. Si salió el segundo ¿por qué no pedir ahora que salga el primero? Después de su súbita popularidad, y tras los muchos piropos que escuchó, las cosas se le pueden revertir al que dijo a todo que sí, y que a pesar de eso está recibiendo ahora como respuesta un no. Decía un señor: “Me preocupa mi hijo. Ya está en edad de tener sexo, y una de esas jóvenes modernas podría trasmitirle un herpes, o contagiarle el sida. ¡Cómo quisiera yo que se encontrara una muchacha buena, a la antigüita, que lo llenara de ladillas o le pegara una gonorrea!”... Uglilia, mujer fea, dejó en su testamento su cuerpo a la ciencia. Ahora la ciencia está tratando de hacer que el testamento se declare nulo. Comentó cierto señor: “Sólo hay dos cosas que no se pueden evitar: la muerte y los impuestos. ¡Si por lo menos vinieran en ese orden!”. Pepito tenía 4 añitos cuando le preguntó a su mami: “¿Cómo nacen los bebés?”. Respondió la señora: “Los trae la cigüeña”. Volvió a preguntar Pepito: “¿Y quién se está tirando a la cigüeña?”. FIN.