viernes, 21 de noviembre de 2014

noviembre 21, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Adonisio Formoso era un hombre sumamente guapo. A su lado Brad Pitt y Leonardo DiCaprio parecían Quasimodo. Decidió casarse con una mujer hermosa a fin de producir magníficos especímenes humanos. Oyó hablar de un hombre que tenía tres hijas de extraordinaria belleza, tanto que el pueblo las llamaba con gran imaginación creativa “Las Tres Gracias”. El apuesto galán buscó al paterfamilias y le ofreció una considerable suma si le daba en matrimonio a una de ellas. “Puede usted escoger la que le guste” -le dijo el genitor, a quien el pueblo llamaba (con gran imaginación creativa) El Pichabuena, por las preciosas hijas que había engendrado. Le mostró a la primera. La muchacha, en efecto, tenía agraciado rostro y cuerpo escultural, pero sus ojos no se ponían de acuerdo entre sí: mientras uno veía hacia el Golfo de México el otro miraba hacia el Océano Pacífico. “Su hija es muy hermosa -le dijo el pretendiente al padre-, pero está, digamos, un poquitito bizca. Cosa de nada, claro, pero un poquito bizca”. Trajo el señor a la segunda hija. Era también muy bella, pero estevada, o sea zamba. El solicitador le dijo al papá de la muchacha: “Su hija es muy hermosa, pero está, digamos, un poquitito zamba. Cosa de nada, claro, pero un poquito zamba”. El padre, entonces, le presentó a su hija menor. ¡Oh maravilla! La joven parecía un ángel. Su arrebolada faz y sus armoniosas formas no mostraban ninguna marca que alterara la absoluta perfección de aquella etérea ninfa, al parecer salida de los pinceles del Giotto, o por lo menos de uno de ellos. “¡Contigo me casaré!” -declaró, extático, Adonisio. El papá de la etérea ninfa preguntó: “¿Y la considerable suma?”. El enamorado le extendió un cheque de seis cifras. Se llevó a cabo el matrimonio entre la célica doncella y el apuesto galán. Siete meses después ella dio a luz un hijo. ¡Horror! La criatura era un monstruo de fealdad, un endriago, un adefesio. A su lado Quasimodo parecía Brad Pitt o Leonardo DiCaprio. “¡Fuego del averno! -profirió Adonisio, que en su juventud había leído novelas de Salgari-. Si soy tan guapo ¿cómo es que el niño nació tan feo?”. Explicó el papá de la muchacha: “Es que cuando mi hija se casó con usted ya estaba, digamos, un poquitito embarazada. Cosa de nada, claro, pero un poquito embarazada”. La suspensión del desfile del 20 de noviembre -acertada por lo demás- me hizo pensar que hemos llegado ya a la penosa situación en que el caos domina sobre el orden, y la anarquía sobre la ley. Por difíciles que sean los tiempos que estamos viviendo ahora, o precisamente por eso, no es posible abdicar de la autoridad ni dejar que los violentos anulen la convivencia comunitaria. Entendemos la prudencia, desde luego, pero no la pusilanimidad, palabra que además de ser malsonante -empieza con pus- presenta dificultades de pronunciación. Es peligroso dar la imagen, si me es permitido un símil nunca usado, de que la nave del Estado va al garete. Hay quienes quieren que naufrague para luego recoger sus despojos. Ante eso hay que mostrar firmeza sin autoritarismo. ¿O acaso han desaparecido ya las instituciones? Prudencia, sí, pero no debilidad. Jonás estuvo tres días en el vientre de la ballena. Al menos eso fue lo que le contó a su esposa. Amaz Ingrace, misionero, atravesaba un remoto paraje de la jungla cuando le salió al paso un salvaje armado con un hacha de piedra. Dijo el predicador: “Ya me jodí”. En eso se oyó una voz venida de lo alto: “Hombre de poca fe: no digas eso. Pondré en tu brazo la fuerza de Sansón. Dale al salvaje un puñetazo en la nariz y serás salvo”. Obedeció Amaz y le propinó al aborigen un tremendo mamporro que lo tiró por tierra. Se levantó el sujeto echando sangre por nariz y boca y escapó lanzando ululatos de dolor y gritando una y otra vez las palabras “¡Iji mobuti! ¡Iji mobuti!”, que en su lengua quieren decir: “¡Ay mamacita! ¡Ay mamacita!”. Antes de huir, sin embargo, le mostró al predicador la palma de la mano como diciéndole: “Vas a ver, cabrón”. Cumplió su amenaza: poco después regresó acompañado por más de cien salvajes que rodearon al predicador. Nuevamente se oyó la majestuosa voz venida de lo alto: “Tenías razón, manito. Ya te jodiste”. FIN.