miércoles, 18 de junio de 2014

junio 18, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 18-VI-14

FORTALEZA, Brasil.— Se le leyeron los labios. Clarito. En la pantalla gigante del estadio “Castelao” de esta ciudad, don Francisco Guillermo Ochoa Magaña, portero de la Selección Mexicana de futbol, se incorporó tras impedir un gol que ya era y le dijo a un compañero: “está cabrón”.


Imposible decodificar si se refería al partido, al remate, al jugador que lo había realizado, a los escapes de la delantera local que lo tenían produciendo un milagro cada veinte minutos, a los periodos de acoso brasileño que se compensaban con iguales lapsos de ataque mexicanos.


México enfrentó sin miedo a la selección de casa, favorita para ser campeona del mundo. Por cada dosis de talento natural amarillo, nuestros verdes respondieron con una muestra de esfuerzo sin límite.

La cancha no estaba pareja:

Sólo lo que pagó el Barcelona por uno de los jugadores de Brasil, Neymar Jr., alcanza para comprar dos veces al equipo mexicano completo.

Y además están Marcelo, del Madrid; Dani Alves, del Barcelona; Ramires, del Chelsea; David Luiz, que se mudó de éste al Paris St. Germain, donde trabaja Thiago Silva.

Los aficionados mexicanos sentimos que éramos muchos en Fortaleza, hasta que entramos al estadio: estábamos 9 a 1 en desventaja.

Y a cada Cielito Lindo nos respondían con un Soy brasileeeeeño, con mucho orguuuuuuuullo, con mucho amoooor, que no se compara en melodía y verso, pero que aplasta en volumen.

Fueron 94 minutos de partido. Y cada uno tuvo 120 segundos. Porque así se sintieron. El pánico cada que Neymar tomaba la pelota o Marcelo desbordaba o Fred se acercaba a Ochoa o Alves organizaba el ataque.

Y eran respiros cuando se cruzaba Rafa o se anticipaba El Maza o cortaba Moreno o giraba Herrera o burlaba Giovanni o recibía Oribe o intentaba Chicharito... o don Francisco Guillermo Ochoa Magaña jugaba a que su pecho era escudo de granadero en violenta manifestación brasileña: Neymar al minuto 26, Fred al 36, Paulinho al 44, nuevamente Neymar al 68, Thiago al 85.

Supe que los locales estaban arrinconados cuando, por decenas de miles, iracundos por la incapacidad ofensiva a la que había sido sometida su escuadra, adoptaron el homofóbico grito que México ha dejado como nuevo legado al balompié cada que el portero rival saca de meta.

Simple: México logró que Brasil se ardiera.

Hace algunos años el poeta José Emilio Pacheco me dijo divertido que hemos perdido sofisticación en nuestra capacidad de expresarnos. Y que ahora todo lo sustituimos con un: “está cabrón”.

Pacheco explicaba que la expresión nos impide conocer si está difícil o imposible, si es un elogio a un tercero o cuál de sus virtudes se quiere resaltar. Mueren los calificativos, los sustantivos, los verbos porque… “está cabrón”.

Así que podemos obviar su suerte, su talento, sus reflejos, su reacción, su seguridad, su capacidad para superar dudas propias y ajenas, su resistencia para no desconcentrarse por las críticas y su entereza para no temblar ante un enemigo gigante.

O podemos usar su frase en la pantalla gigante del “Castelao” y decir, sencillamente, que don Francisco Guillermo Ochoa Magaña “está cabrón”.

SACIAMORBOS

La misma pantalla mostró rato después del final: Guillermo Ochoa. Man of the Match.