–¿Cuántos comunistas dice que tiene Cuba?
–Preguntó sin rodeos Mao Zedong.
La respuesta de Ernesto Guevara de la
Serna fue con dígitos notables para los nueve dirigentes comunistas
latinoamericanos que junto al Che formaban parte de la delegación, pero
magros si tomamos en cuenta las gigantescas dimensiones del partido de
los comunistas chinos.
–¿Y cuántos comunistas dice que
representan? –Embistió nuevamente El gran timonel.
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En septiembre de 1946, Martínez Verdugo ingresó al Partido Comunista Mexicano. De 1946 a
1952 formó parte de la Comisión Organizadora de la Juventud Comunista y
de 1952 a 1954 participó en el Comité del PCM del Distrito Federal |
Las cifras de la respuesta que dio Che
Guevara recibieron una reacción dura, imprevista del presidente Mao:
–Nunca cesaremos la polémica pública con
los soviéticos, así lo pidan los comunistas de todo el mundo.
Discutiremos años, décadas, siglos si es necesario.
La respuesta puso punto final a un diálogo
de sordos de 10 dirigentes comunistas de igual número de partidos de
América Latina, comisionados por la Conferencia de La Habana, en
diciembre de 1964, y que fueron recibidos tras varias horas de antesala
por El gran sol rojo que ilumina nuestros corazones, vestido de pijama y
a bordo de un tren que hacía el recorrido entre la capital de la
República Popular China y Shangai.
El comandante revolucionario era ya un
personaje más que conocido por la dirigencia del gigante asiático, pues
cuatro años antes realizó la primera gira de trabajo y entabló
negociaciones con ella.
La política del pijama como muestra de
distancia con sus interlocutores, no fue la primera ni la última vez que
la utilizó Mao. El mismo recurso empleó con el embajador de la entonces
URSS en la hoy Beijing (Pekín).
Los latinoamericanos viajaron antes a
Moscú para exponer a Leonid Brézhnev lo mismo que a su homólogo chino:
–Suspender la polémica pública entre el
Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista Chino.
Preparar una nueva conferencia de los partidos comunistas. Que en la
organización intervenga desde el principio el partido chino. Y no
intervenir en la vida interna de otros partidos.
El éxito obtenido con los dirigentes
soviéticos fue efímero, en tanto que dos partes formaban el centro del
disenso que empezaba a causar estragos entre los comunistas
latinoamericanos.
Se recupera el testimonio oral de Arnoldo
Martínez Verdugo, integrante de aquella delegación, porque con las
deudas editoriales que legó a sus compañeros –Escritos políticos de
Hernán Laborde, por ejemplo–, se perderán muchas vivencias y
acontecimientos importantes en que participó el sinaloense de Pericos.
En abono a la veracidad del testimonio
consignado en Historia del comunismo en México, pero sin los vitales
detalles, la primera versión la escuchó el reportero en una cena entre
el abogado Hugo Tulio Meléndez, Arnoldo y el corresponsal George
Natanson.
Que Zedong no entendió o no quiso entender
lo elemental de los planteamientos acordados en la capital de la mayor
de las antillas, se reconfirmó, una década después, al asegurar sin el
menor tacto a Kim Il-sung, su otrora aliado en la guerra de Corea frente
a Estados Unidos:
–Ustedes están con una nalga sentada en Moscú y otra sentada en Pekín.
–No, camarada Mao, nuestras dos nalgas las
tenemos sentadas en Pyongyang –atajó cortante Kim.
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