RÍO DE JANEIRO / SAO PAULO, Brasil, 1 de marzo.— Los rolezinhos (paseítos) y las protestas contra la Copa del Mundo llegaron también al carnaval de Brasil. La fiesta más grande de este país no ha escapado a los temas más candentes que hay ahora en la sociedad brasileña. Algunos bloques de carnaval decidieron abordar temáticas políticas y sociales relacionadas con las problemáticas que aquejan a este país, aunque eso les haya costado ser descalificados oficialmente y no poder participar en el sambódromo.
(clic a las imágenes de Folha de S.Paulo y O Globo) |
Con un número histórico de bloques de calle para este carnaval en la
historia de las ciudades de Río de Janeiro y Sao Paulo, la fiesta más
grande en este país ha comenzado. Es la hora de los excesos porque luego
serán días de guardar. La gente sale a las calles a bailar, cantar y
divertirse con las tradicionales marchinas de los bloques de calle de
carnaval. Cada barrio y colectivo organiza el suyo. Algunos participarán
en los sambódromos de Río y Sao Paulo pero a otros eso no les importa.
Es el caso del bloque “Ocupa Carnaval”,
en Río de Janeiro, compuesto en su mayoría por estudiantes y profesores
que han participado en las protestas contra la Copa del Mundo en esta
ciudad en días pasados.
A ritmo de batucada, samba y funk, y vestidos como indios del Amazonas, entonan marchas tradicionales a las que les han cambiado la letra y les han agregado sátira, crítica social y protesta.
Así han compuesto las marchas “Máscara Negra”, “Cachaça”, “Bola Preta” o
“Alah-la-ô”, en las que critican el gasto excesivo en la realización
del Mundial de futbol y la represión de la Policía Militar, que esta
semana presentó los nuevos comandos que combatirán a los manifestantes
en el Mundial.
La noche del miércoles se concentraron en la zona de Cinelandia y Lapa de esta ciudad y realizaron proyecciones en los emblemáticos arcos del centro de Río, cercados por cientos de policías militares.
“El carnaval es el más bello jeito del pueblo. Los carioca ocupamos las
calles con confeti, estandartes, serpentina y tambores mostrando que Río
es nuestro. Salimos a gritar que no estamos de acuerdo con que se
transforme la ciudad en un gran negocio, donde el lucro prevalece sobre
la vida, donde el dinero es más libre que las personas”, dice Tarcisio
Motta, profesor de historia de la Universidad de Río.
En el barrio de Vila Madalena, al oeste de Sao Paulo, un colectivo de
defensores de derechos humanos ha construido un lugar en el cual agrupan
esfuerzos para combatir el racismo que aún anida en la sociedad
brasileña. Se hacen llamar Feira Preta. No todos son negros. Hay
mestizos y muchos blancos. La discriminación y el racismo dicen, no sólo
se da por el color de la piel; se padece, aseguran, por la economía,
los accesos a trabajos, la diferencia de salarios y hasta por el lugar
donde la gente puede vivir ante la inflación económica que padece este
país, de casi 6%.
Cuando presentaron su tema —Rolezinho das Criolas— a la Prefectura de
Sao Paulo, de inmediato vino la negativa. Tampoco consiguieron apoyo de
cerveceras u otras empresas. Con ese tema, el colectivo busca poner en
la mesa de discusión los “rolezinhos”, esos paseos que en últimas fechas
han cobrado fuerza en las grandes ciudades brasileñas, en donde jóvenes
de clases marginadas y pobres se agrupan para ir a pasear a un centro
comercial y provocar tumultos.
El colectivo no consiguió ni siquiera los permisos para desfilar por
Vila Madalena, la misma institución en Sao Paulo encargada de combatir
la discriminación y el racismo. “La comunidad de Vila Madalena a última
hora rechazó el tema y comenzamos a hacerlo de forma independiente.
Tuvimos que hacer todo en una semana, por las redes sociales y con
nuestros recursos y ayuda de la gente”, asegura Adriana Barbosa, una de
las organizadores del bloque y parte del colectivo.
Así que sin dinero ni permisos ellos han salido a dar su rolezinho por
Vila Madalena. Al frente va el estandarte del bloque y unas bailarinas
con un look de los años 80; también marcha una banda de samba y los
cantores, luego las decenas de personas que se unieron a la invitación
por Facebook y quienes se les unieron al verlos pasar por las calles.
Locura y carnaval
La
locura no es estigma en carnaval. Y mucho menos para el de Rio de
Janeiro, uno de los más delirantes del mundo. Más bien al contrario,
perder la compostura y vulnerar todo lo establecido se convierte casi en
una obligación que redefine las fronteras entre cuerdos y trastornados,
si es que existen, en una de las fiestas más bestias del mundo. Todo es
posible durante estos días, incluso un multitudinario desfile en un
centro psiquiátrico en el que locos y cuerdos se ponen al mismo nivel
para estar igual de chiflados al mismo tiempo y romper todas las
distancias que el día a día impone entre esas dos condiciones mentales.
El centro psiquiátrico Nise da Silveira se encuentra en la Zona Norte de
Rio, lejos de los conocidos tópicos turísticos de la Cidade
Maravilhosa, olla hirviendo de calor atizada por kilómetros de cemento
ya alejados de la brisa marina que relaja el tórrido verano carioca.
Llegar hasta allí significa alejarse de la aparentemente desarrollada y
pomposa a veces ciudad brasileña, de los lujos y también de las bellezas
naturales. Para llegar hasta allí desde la Rio más brillante hay que
luchar como un bárbaro contra codazos y empujones por un asiento en un
tren que está muy lejos de ser un servicio público a la altura de una
ciudad que presume -aunque cada vez menos- de ser sede del inminente
Mundial y los Juegos de 2016.
Pero también allí, en el otro Rio de Janeiro, suceden pequeños milagros
cotidianos gracias a un buen puñado de buenas intenciones. Haciendo
honor a la mujer que dio nombre al recinto, trabajan durante todo el año
psiquiatras, pacientes e invitados para esa ruptura de barreras entre
el interno y el ciudadano, entre el normal y el trastornado.
Proyectos culturales, estímulo de la creatividad y libertad de
movimientos, tanto la entrada de visitantes como la salida de los
pacientes, ponen en práctica la conocida como revolución psiquiátrica de
Brasil, propiciada por la susodicha Nise da Silveira, alumna de Carl
Jung que luchó contra la agresividad de los tratamientos mentales de la
época, especialmente a partir de 1944, año en que inauguró el centro en
que nos ubicamos y que acabó adoptando su nombre. Sin ella, no sería
posible la ley que establece en el país que los tratamientos
psiquiátricos deben ser llevados a cabo en centros psicosociales
abiertos y que pone rumbo al fin de los tradicionales manicomios.
'Todo el mundo se vuelve loco'
Mucha
expectación, maquillaje y rienda suelta a la fantasía (curioso que esa
palabra en portugués también signifique disfraz) preceden a la gran
fiesta del centro psiquiátrico, donde médicos, psicólogos, pacientes y
visitantes con curiosidad intercambian ropajes y pareceres. "Me gusta el
carnaval y disfruto porque soy guapa y me encanta prepararme y que
todos me echen fotos y me digan que soy guapa. No tengo que ensayar para
bailar porque mi madre me enseñó de pequeña", expresa con alegría la
pasista y paciente, radiante en su escueto vestido dorado de musa del
carnaval.
"El carnaval disminuye la distancia porque todo el mundo se vuelve loco,
es el contexto propicio para esa mezcla necesaria entre las personas,
aunque nuestro carnaval dura todo el año porque lo preparamos durante
meses", explica Ariadne Mendes, psiquiatra e ideóloga de este 'bloco'
(como se conocen los desfiles callejeros del carnaval) que lleva ya 14
años saliendo a la calle. "Toda actividad expresiva, grupal y de nuevos
conocimientos es por sí sola terapéutica.
Espacios donde se pueda compartir, manifestar y expresar cosas para aprender, ayudan en la terapia", agrega. Y culmina: "Tradicionalmente, la psiquiatría aísla a las personas del mundo y les quita la identidad, eliminando la creatividad y la ciudadanía. Aquí intentamos lo contrario, desarrollar esas potencialidades para que las personas se redescubran, ellas mismas y sus talentos, pierden aislamiento gracias a un trabajo completo de integración. No sólo se divierten, sino que trabajan y todo ello suma fuerzas para dar sentido a la vida, objetivo que la psiquiatría tradicional a veces obvia".
Tras horas de unos preparativos que en sí ya son una fiesta en el patio del centro psiquiátrico, la multitud de locos por el carnaval sale a las calles cantando 'marchinhas' cuyas letras hablan de esa propia locura sin tomársela a pecho, sino celebrándola en su temporada alta que es el carnaval. El recinto queda vacío y en la calle las diferencias mentales se difuminan cada vez más hasta que resulta difícil distinguir quién es qué, fundidos todos en un mismo trastorno, delirio de colores y descaro que es el carnaval de Rio, un carnaval de locos. (El Universal / El Mundo)