sábado, 20 de mayo de 2017

mayo 20, 2017
RIAD, 20 de mayo de 2017.- Para un presidente al que no le gustan los largos viajes y cuya campaña electoral estuvo marcada por la retórica antiislámica, aterrizar de buena mañana en Arabia Saudí no parece el mejor comienzo. Pero Donald Trump ha llegado este sábado a Riad a hacer lo único que sabe: negocios y cerrar acuerdos. A las pocas horas de llegar, ha firmado un contrato de venta de armamento estadounidense por más de 100.000 millones de dólares para modernizar el Ejército mejor dotado de Oriente Próximo, después del de Israel, donde será recibido el lunes.

En el arranque de su primera gira exterior por seis países –Arabia Saudí, Israel, Palestina, Vaticano, Bélgica (OTAN) e Italia (G7)– el mandatario republicano se dispone a estrechar las relaciones con la dinastía de los Saud, con las monarquías del Golfo y con medio centenar de países musulmanes suníes a los que enviará un mensaje de unidad frente al auge político y militar del Irán chií.

Trump es el único presidente estadounidense que ha elegido a Arabia Saudita, o a cualquier país mayoritariamente musulmán, como su primera parada en un viaje al extranjero.

Con el mensaje al mundo musulmán que debe pronunciar el domingo en la capital saudí, Trump va a emprender un radical giro revisionista a la estrategia de su predecesor en la Casa Blanca. El discurso de Barack Obama en El Cairo de 2009, instando a las reformas democráticas, y el acuerdo nuclear con Teherán de 2015, para intentar promover la estabilidad en la región, se van a tornar previsiblemente en un auto de fe para el reconocimiento de las autocracias que rigen la vida de casi la quinta parte de la humanidad y en un amplio frente de rechazo al desafío expansionista iraní en Siria y Yemen.

Apoyado en un bastón, el rey Salmán, de 81 años, recibió efusivamente a pie de escalerilla del Air Force One a la pareja presidencial. Las imágenes mostradas por el canal panárabe Al Yazira mostraron al monarca saudí estrechando la mano a Trump y a su esposa, Melania, que iba con la cabeza descubierta, al igual que ya hicieran hace unos días Angela Merkel y hace dos años Michelle Obama. Fue un recibimiento de alfombra roja oficial y escasa presencia popular, de banderas estadounidenses jalonando la ruta desde el aeropuerto por avenidas vacías, decoradas con fotos del monarca saudí y el presidente estadounidense con el lema Juntos, nosotros triunfamos.

El presidente viaja acompañado por su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner, a quien la prensa estadounidense atribuye un papel clave en la mediación para cerrar el contrato con las principales compañías de armamento de EE UU que será rubricado en la tarde de este sábado. También le acompañan Sean Spicer, portavoz de la Casa Blanca, Gary Cohn, principal asesor económico del presidente, y Dina Powell, consejera adjunta de seguridad nacional.

El presidente viaja acompañado por su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner.

Trump tuiteó por primera vez desde suelo internacional como presidente: "Genial estar en Riad, Arabia Saudí. Deseoso de lo que viene por la tarde y la noche".

El rey colocó a Trump la medalla de Abdulaziz Al Saud, el honor civil más alto de la nación.

Arabia Saudí parece mostrar entusiasmo en reeditar la alianza sellada con Washington tras la Segunda Guerra Mundial tras el periodo de desconfianza surgido durante el mandato de Obama, quien hace un año fue recibido con extrema frialdad en su última visita. Su Ejército —que cuenta con 227.000 militares–- fue el cuarto mayor comprador de armas mundial, con un gasto de 63.700 millones de dólares, según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación por la Paz (SIPRI, en sus siglas inglesas). La hegemonía de su Fuerza Aérea en el Golfo se basa en la superioridad de los F-15 de fabricación estadounidense, que se va a ver reforzada con la adquisición de 84 F-15 SA, la versión más moderna del cazabombardero, así como de helicópteros Black Hawk Apache.

Al margen de la consolidación de la relación bilateral con Riad, a cuyos gobernantes otorga con esta visita un papel de preeminencia en el mundo islámico —desde África hasta Asia– Trump aspira a reconstruir el domingo los puentes de EE UU con más de 1.200 millones de musulmanes de todo el planeta. “Voy a hablar con los líderes de los países islámicos para instarles a combatir el odio y el extremismo e impulsar un futuro pacífico para su religión”, dijo el presidente antes de iniciar su viaje, dejando atrás el discurso político de la campaña electoral en el que planteaba vetar la entrada a EE UU a todos los musulmanes.

“Va a pedir a nuestros socios que den pasos decididos para enfrentarse al ISIS y a Al Qaeda, y a quienes perpetúan el caos y la violencia que golpea al mundo islámico y más allá”, precisó su consejero de Seguridad Nacional, Hebert Raymond McMaster. “Será un discurso que pretende unir en contra de los enemigos de todas las civilizaciones y mostrar nuestro compromiso con los aliados musulmanes”, enfatizó el exgeneral McMaster, un militar respetado por su visión intelectual y que rechaza la islamofobia.

La primera dama ha bajado del Air Force One sin velo, a pesar de que el magnate criticó un gesto similar de Michelle Obama cuando visitó Riad en 2015. Trump reprochó entonces que Michelle no llevara cubierta la cabeza y tuiteó lo siguiente: “Mucha gente dice que fue maravilloso que la señora Obama se negase a llevar pañuelo en Arabia Saudí, pero ellos se sintieron insultados. Ya tenemos suficientes enemigos”.

Melania ha seguido los pasos de su antecesora y ha dado un apretón de manos al rey Salman, que les esperaba en el aeropuerto de Riad. Esto último puede ser considerado escandaloso por muchos musulmanes conservadores del país, que ven con malos ojos que una mujer de la mano a un hombre.

Pero las primeras damas estadounidenses no han sido las únicas en escapar del código de vestimenta del país. A principios de año, la cancillera alemana, Angela Merkel, también prescindió del velo durante su visita a Arabia Saudí. Lo mismo ocurrió con la primera ministra británica, Theresa May, que aseguró que quería ser un modelo a seguir para las mujeres oprimidas.

Arabia Saudi tiene prácticas estrictas en lo que respecta a las mujeres en los espacios públicos. La normativa les prohíbe conducir, salir a la calle con el cabello descubierto y les obliga a vestir la abaya, un manto negro que les cubre hasta los pies. Además, si su marido lo cree conveniente, deben llevar un niqab, un velo que cubre toda la cara. (El País / La Vanguardia)