NAIROBI, Kenia, 27 de noviembre.- «En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento». Papa Francisco, en el último día de su visita en Kenya recorre la pequeña calle de Kangemi, una de las zonas más pobres de Nairobi, situada en un pequeño valle que colinda con otras zonas pobres. Aquí viven más de cien mil personas sin una red de drenaje y sin servicios, en viviendas fabricadas con láminas y madera. El encuentro se lleva a cabo en la Iglesia de San José Trabajador, de la que se ocupan los jesuitas. Hay muchos niños sentados en el suelo. Bergoglio saluda a los enfermos en silla de ruedas, pide que lo bendiga un sacerdote en silla de ruedas.
El Papa escucha los saludos de una de los habitantes del «slum», Pamela Akwede, que le recuerda que el 60% de la población de Nairobi vive en estas zonas pobres, que ocupan solamente el 5% del área de la ciudad. La gente aquí «sobrevive con menos de un dólar al día. Hay focos de cólera, especialmente a principios de este año». Mientras sor Mary Killeen recuerda que se necesita una mayor presencia de religiosos en los barrios pobres.
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El Papa Francisco acudió este viernes a primera hora de la mañana al barrio pobre de Kangemi, en Nairobi, donde mantuvo un emotivo encuentro con algunos de sus habitantes, entre ellos ancianos y niños. (AFP) |
Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires, mandó a muchos sacerdotes a vivir a las «villas miseria», y está visiblemente contento: «En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones». Pero antes de «denunciar las injusticias que sufren» los habitantes de los «slums», Bergoglio habla sobre la «sabiduría de los barrios populares», de esos «valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, pareciera haber olvidado».
«Ustedes —dice el Papa— son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo». Y cita valores como «la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos. Ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento», porque «donde comen 10 comen 12», explica Francisco citando un documento de los sacerdotes argentinos comprometidos en las «villas miseria». «Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero. Gracias por recordarnos que hay otro tipo de cultura posible. Quisiera reivindicar en primer lugar estos valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado».
Después de haber recordado que «el camino de Jesús comenzó en las periferias, va desde los pobres y con los pobres hacia todos», el Papa dijo que no se puede «de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana. Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas».
«Vemos la injusta distribución del suelo (tal vez no en este barrio pero sí en otros) —continúa el Pontífice—, que lleva en muchos casos a familias enteras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada adecuadas. También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por parte de ‘desarrolladores privados’ sin rostro, que hasta pretenden apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos».
Un problema grave, subraya Francisco, es «la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros recreativos y deportivos, talleres artísticos». Sobre todo falta agua potable, «un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Negarle el agua a una familia, bajo cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se lucra con esta necesidad».
Bergoglio alude también a la violencia que se difunde y a las «organizaciones criminales, al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes como ‘carne de cañón’ para sus negocios ensangrentados. También conozco los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman junto a ustedes el camino de la inclusión social».