viernes, 13 de febrero de 2015

febrero 13, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a una chica llamada Florimela: “Me gustaría que me regalaras tu virginidad”. Ella, sonriendo, contestó: “Para eso llegaste demasiado tarde”. “Está bien -se resignó Afrodisio-. Entonces regálame por lo menos el estuchito en que venía”. El acróbata entró en su casa rodante y sorprendió ahí a su esposa en coición adulterina con uno de los enanos del circo. “¡Inverecunda fémina! -le gritó en paroxismo de furor-. ¡Infame zorra, vulpeja sin pudor, etcétera! ¡Antier te hallé yogando con el Gigante Matacuás; ayer te pesqué en la cama con el trapecista, y hoy te encuentro con el enano!”. Respondió la pecatriz: “Como ves, le voy bajando”. Un señor pasó a mejor vida. Su viuda le guardó luto un tiempo razonable -cuatro días- y luego se aplicó a la concienzuda tarea de darle vuelo a la hilacha.  Pocos años después ella también se despidió del mundo. En el cementerio una de sus amigas exclamó con voz emocionada: “¡Al fin se juntaron!”. Preguntó alguien, conmovido: “¿Ella y su esposo?”. “No -aclaró la amiga-. Sus piernas”. A aquella muchacha le decían “El semáforo”. Después de las 12 de la noche ya nadie la respetaba. Cuando la economía norteamericana cae en un bache, la de México se precipita en un insondable abismo. Si fuera abismo a secas ya nos la arreglaríamos, pero cuando se trata de un abismo insondable la cosa cambia. Cometimos un grave error, entre otros muchos (1.987,554 hasta la hora de cerrar esta edición): petrolizamos nuestra economía; vale decir que la hicimos depender casi totalmente del petróleo. Y ya se sabe que ese ese bien está sujeto a tantas eventualidades que con frecuencia se convierte en mal. Ahora, con el precio del barril de petróleo por los suelos, la economía del país anda por los subsuelos. (Y para colmo hay que retornar el barril). Se impone la austeridad en el gasto, aunque eso no lo entiendan quienes viven y medran a la sombra del erario, como los partidos políticos, los llamados representantes populares y la profusa burocracia electoral. No esperemos a que la situación se agrave aún más. Tomemos medidas inmediatas para hacer frente al temporal. Por mi parte he renunciado al refresco (sabor de ponche tropical) que acostumbraba en la comida, y en adelante compraré solamente música de cámara -tríos y cuartetos-, no ya de sinfónica completa. Así contribuyo a la ímproba tarea de salvar a la nación. Un joven leñador se enamoró de la hija de un minero que buscaba oro en las Montañas Rocallosas. El genitor le dijo que sólo le daría la mano de su hija si superaba tres pruebas: debería beberse en una hora un galón de whiskey de centeno; debería dar caza al puma que merodeaba por el bosque, y finalmente debería hacerle el amor a una osa salvaje que tenía cautiva en una jaula de barrotes férreos. El enamorado muchacho se aplicó de inmediato a cumplir el tremendo desafío. Por principio de cuentas se bebió de repetidos tragos todo un galón de infame whiskey. Dijo al final: “Supe que no tendría problema para hacer esto: hoy en la mañana, antes de venir aquí ensayé para calarme, y me bebí otros cuatro litros. No tuve ningún problema”. Luego el fornido leñador dio muerte al puma. Lo hizo en forma por demás ingeniosa. Le puso un montoncito de pinole. Cuando el felino fue a oliscarlo para saber qué era, el valeroso joven le introdujo en salva sea la parte el palo de un escoba. Al sentir aquello el puma hizo: “¡Hiiiii!”, y aspiró en manera tal que se tragó el pinole y pereció asfixiado. La tercera prueba, la que consistía en hacerle el amor a la osa enjaulada, fue la más difícil, pues al parecer la osa era señorita de las de antes, muy decente, y opuso una resistencia tenaz para no ver mancillada su virtud. Aun así el muchacho triunfó en la arriesgada empresa, y le hizo el amor cumplidamente a la feroz plantígrada, si bien salió de la jaula todo rasguñado, con la ropa hecha jirones y los cabellos en desorden. El minero quedó asombrado al ver el arrojo y determinación del mozo. Le dijo lleno de admiración: “Has cumplido las pruebas que te puse. Ahora puedes casarte con mi hija”. “¡Olvídese de su hija! -contestó respirando agitadamente el joven leñador-. ¿Cuánto quiere por la osa?”. FIN.