MONTEVIDEO, Uruguay, 28 de febrero.- Empezó a despedirse de la Presidencia sin muchas ganas. A la hora 16.30, José Mujica debía presentarse en el Palacio Estévez para descubrir en ceremonia protocolar un cuadro suyo en el Museo de la Casa de Gobierno, junto a Torre Ejecutiva. Evitó a los militantes que lo esperaban en el frente y entró al palacio por atrás. “Muy bien”, dijo al ver su retrato. “¡Mirá qué barra que te acompaña!”, le comentó el prosecretario de Presidencia, Diego Cánepa. Mujica observó los cuadros de Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle y Tabaré Vázquez y se retiró, sin decir más.
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De chancletas y distendido en un acto oficial. (Todas las fotos del archivo de El País) |
Dos horas y media después debió regresar a Plaza Independencia, esta vez para la ceremonia de arriado del Pabellón Nacional. Unos minutos antes, llegó el presidente electo, Tabaré Vázquez, junto al vice electo Raúl Sendic, y se acercó a las vallas para saludar a los militantes. Luego caminó hacia el estrado y se sentó a la espera de Mujica.
“¡Buenas tardes!”, saludó el mandatario por altoparlante apenas llegó. “¡Gracias, Pepe!”, respondieron algunos, desaforados, con máscaras del mandatario y sacudiendo banderas frenteamplistas. La pepemanía comenzaba a latir.
Luego del himno, Mujica y su esposa, la senadora Lucía Topolansky, caminaron hacia el pabellón que flameó durante los últimos cinco años en Plaza Independencia, junto al monumento a Artigas. La pareja presidencial mantuvo la mirada firme en el pabellón, mientras los blandengues lo arriaban, hasta que Topolansky no logró contener la emoción. Entonces, Mujica miró hacia el cielo, respiró y bajó otra vez la mirada.
Al recibir el pabellón, le dio cuatro palmadas, saludó a los militantes con su mano y volvió al estrado para dar su discurso. “¡Te amo, Pepe!”, gritó una señora. “¡La bandera sos vos, viejo!”, retrucó otra, con la voz quebrada.