El Islam nos ha reunido en una misma casa, una nación. Nos guste o no, todos pertenecemos a aquel espíritu superior que celebra la paz y la hermandad. En el nombre del "Islam" está contenida la raíz de la palabra "paz". Pero he aquí que desde hace algún tiempo la noción de paz está siendo traicionada, rota y pisoteada por individuos que, diciendo pertenecer a esta nuestra casa, han decidido reconstruirla sobre bases de exclusión y fanatismo. Para esto se entregan al asesinato de inocentes. Una aberración, una crueldad que ninguna religión permite.
Hoy han superado una línea roja: entrar en la iglesia de una pequeña ciudad de Normandía y agredir a un anciano, un sacerdote, cortarle la garganta como a un cordero, repetir el gesto con otra persona, dejándola en tierra en su propia sangre entre la vida y la muerte, gritar el nombre de Daesh y luego morir: es una declaración de guerra de un nuevo género, una guerra de religión. Sabemos cuánto puede durar y cómo va a terminar. Mal, muy mal.