Eduardo Ibarra Aguirre / 8-VI-16
“La pluralidad, la competencia y la alternancia son signos inequívocos de la vitalidad de nuestra democracia”, dice el titular del Ejecutivo federal en su primera lectura pública de la jornada comicial del domingo pasado.
Y dijo más: “Como gobernantes, debemos escuchar y atender el mensaje de la ciudadanía”, que optó por ocho candidatos panistas –algunos de reciente filiación priísta e impresentables por enriquecidos con base en la corrupción y por ser presuntos pederastas como Miguel Ángel Yunes, respaldado con entusiasmo por la “izquierda moderna” del declinante Partido de la Revolución Democrática– y sólo cinco del Revolucionario Institucional, en un hecho sin precedente en la historia electoral mexicana, al perder el tricolor tres bastiones históricos en los que gobernó 87 años: Veracruz, Tamaulipas y Durango, y Quintana Roo 41 años, a partir de que el territorio se convirtió en “estado libre y soberano”.
El núcleo del mensaje presidencial, pronunciado en la reunión nacional de consejeros de BBVA Bancomer 2016, incluye el juicio de que “la democracia mexicana es perfectible, pero nadie puede negar que hoy son exclusivamente los ciudadanos quienes eligen a sus representantes”. Si la exclusividad fuera tal, pues sería ante los votantes donde el presidente formularía su primer acercamiento al tema, y no ante uno de los más notables dueños del dinero en la aldea global.
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"...Sin duda, nuestra democracia es perfectible. Pero nadie puede negar que hoy, en México, son exclusivamente los ciudadanos quienes eligen a sus representantes. El voto cuenta y se cuenta bien. Concluida la elección, es tiempo de dejar atrás la polarización, el encono y el enfrentamiento..." |
Importa sobremanera que Enrique Peña tome nota de algunos de los más importantes mensajes implícitos en la votación dominical y que todo parece indicar es esencialmente anti Partido Revolucionario Institucional más que de apoyo a Acción Nacional, partido que fue el catalizador del hartazgo con la desmesurada corrupción que representan como íconos los Duarte (Javier en Veracruz y César en Chihuahua) y Roberto Borge en Quintana Roo, además de la inseguridad pública desbordada en Tamaulipas con Egidio Torre, candidato y gobernador desde hace seis años por “derecho de sangre” y gobierno que las evidencias indican que está coludido, como sus antecesores, con el Cártel del Golfo y/o Los Zetas.