BUENOS AIRES, Argentina, 1 de marzo.- Gyulchekhra Bobokulova, de 38 años, era un integrante más de la familia Meshcheryakova. Había llegado desde Uzbekistán en busca de trabajo. Dejó, en su país, a su marido y sus tres hijos, a los que mantenía con el dinero que sus protectores rusos le daban cada mes por cuidar a Anastasia, una niña de 4 años que demandaba cuidados permanentes debido a un pequeño retraso madurativo.
Gulya, como le decían los Meshcheryakova, tenía su propia habitación en la casa que compartía con la familia en Moscú y trataba a Anastasia como a su propia hija. Pero algo había cambiado en las últimas semanas, luego de un viaje que la mujer realizó a Uzbekistán para visitar a sus hijos. Allí se enteró de que su marido había contraído matrimonio con una segunda mujer, y esto la deprimió en forma brutal.
A su regreso a Moscú, cambió su carácter y se sumergió en internet, donde visitaba páginas que el matrimonio Meshcheryakova no entendía. Comenzó a rezar como nunca antes, aunque sin llegar al extremo de vestir velo.
En lunes 29 de febrero "escuchó voces", como ella misma dijo a los investigadores. Fue ese día cuando prendió fuego la casa donde trabajaba, estranguló a la pequeña Anastasia, le cortó el cuello con un chuchillo de cocina, dejó su cuerpo con la ropa de noche en su cuna y salió a la calle con la cabeza dentro de una bolsa roja. Allí se acercó a una estación de metro en Moscú y blandió la cabeza en alto, al grito de "¡Alá es grande!", proclamándose terrorista, enemiga de la democracia y dispuesta a inmolarse con explosivos ante cualquiera que osara enfrentarla.
Gulya Bobokulova volvió ahora a la escena del crimen, acompañada por la policía. Se la vio caminar convencida de sí misma, con el rostro serio. No mostró signos de arrepentimiento, aunque en todo momento pareció consciente del lugar donde se encontraba y por qué la habían llevado allí rodeada de custodios. "Esta es la casa", le dijo a los policías. Luego ingresó al edificio y mostro la cuna. "Ahí la maté", agregó. El cuerpo sin cabeza de la niña tenía una camiseta corta y pantalones cortos de algodón. En su manta tenía la foto de un gatito.
Cuando volvió a la calle, tuvo que ser protegida por los agentes de los vecinos, que quisieron golpearla. "¡Mató a un niño, deben arrancarle la cabeza!", le gritaron mientras subía al camión policial.
Si bien las investigaciones han quedado a cargo de los servicios de Inteligencia rusos, los agentes no han encontrado vínculos de la mujer con agrupaciones terroristas. Todo apunta a un brote psicótico.
Una niñera "muy normal"
Los padres de Anastya, Vladimir y Ekaterina, han recibido el consuelo de familiares y amigos, mientras intentan comprender lo que pasó. La pareja contó a los investigadores que la mujer "se preocupó por la niña como si fuese un hijo propio".
A su regreso dijo a Vladimir y Ekaterina que su marido la había "engañado". La pareja notó entonces que "el carácter de la niñera se volvió más inestable". Se hizo adicta a internet, rezaba más a menudo y hasta comenzó a vestir ropa musulmana, algo que no había hecho hasta entonces. De todas formas, nunca llegó a ponerse el vestido negro y el velo completo que tenía cuando salió a la calle con la cabeza de Anastasia.
"Ekaterina confiaba plenamente en Gyulchekhra. Más que esto, ella la consideraba miembro de su familia. Todo el mundo la llamaba simplemente Gulya. Vivían en el mismo piso y tenían espacio para cada uno", contó un amigo de los padres de Anastasia.
Gulya llegó a la casa de Anastasia "con las mejores recomendaciones, era cariñosa y nunca habían tenido problema alguno con ella", agregó. El amigo confirmó que Anastasia tenía problemas madurativos y no podía desenvolverse por sí misma. Por eso la niñera estaba con ella casi todo el día, mientras sus padres trabajaban.