A principios del siglo pasado, era costumbre en Yucatán que a todo pasajero que llegase a una hacienda, se le diese gratis alojamiento y comida. El padre don Lorenzo Mateo Caldera, cura de Hunucmá, no estaba de acuerdo con tan hospitalaria costumbre, porque su modesta finca se encontraba al borde del camino carretero de Mérida a Sisal, y la llegada de viajeros era allí cosa de todos los días. Para evitarse enojosas explicaciones, escribió con carácter de decreto una décima y, después de hacérsela entender a su mayordomo, la clavó en la pared del corredor. Decía así:
"Quien aquí llegue no entienda
que da pan el mayordomo,
pues Dios sabe cómo como
para que mi hacienda ascienda.
Tiene orden sí de que atienda
a quien con la plata asoma,
y si por punto algo toma
para comer o llevar,
en habiendo de pagar,
que siga su punto... y coma."
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