viernes, 24 de julio de 2020

julio 24, 2020
Vladimir Putin


Han transcurrido 75 años desde el final de la Gran Guerra Patria. A lo largo de esos años, han crecido varias generaciones y se ha cambiado el mapa político del planeta. Ya no existe la Unión Soviética que ha alcanzado una grandiosa y aplastante victoria contra el nazismo y ha salvado al mundo entero. De hecho, los mismos acontecimientos de aquella guerra, incluso para sus participantes, son agua pasada. Entonces, ¿por qué la fiesta celebrada en Rusia el 9 de mayo se considera la fiesta más importante del país?, pero el 22 de junio, el corazón sangra y se siente un ardor en la garganta.

Se suele decir que la guerra ha dejado una marca profunda en la historia de cada familia. Cuando hablamos sobre la guerra, pensamos sobre los destinos de millones de personas, sus sufrimientos y el dolor de la pérdida. Orgullo, verdad y memoria.

Para mis padres, la guerra significaba los sufrimientos terribles en Leningrado asediado donde murió mi hermano Vitia de dos años y donde mi madre sobrevivió de milagro. Mi padre, a pesar de estar en reserva social, decidió ir al frente como voluntario para defender su ciudad natal. Hizo lo mismo que millones de ciudadanos soviéticos. Combatió en la cabeza de puente Nevski Piatachok y fue gravemente herido. Cuanto más años pasan, mayor es la necesidad de hablar con los padres, aprender más sobre el período militar de sus vidas. Pero ahora no hay a nadie a quien se puede preguntar. Por eso, traigo en mi corazón conversaciones con mis padres sobre este tema, sus tímidas emociones.


Para mí y para mi generación es importante que nuestros hijos, nietos y bisnietos entiendan qué pesares y pruebas sufrieron sus antepasados, cómo y por qué pudieron resistir y vencer. ¿De dónde apareció su verdadera fuerza moral y férrea extraordinaria que asombró y emocionó al mundo entero? En efecto, protegieron a su hogar, sus hijos, sus parientes y su familia, pero lo más importante es que todos estaban unidos por el amor a su patria. Ese sentimiento profundo y personal en su totalidad se refleja en la propia esencia de nuestro pueblo y se ha convertido en uno de los factores determinantes de su lucha heroica y sacrificada contra los nazis.

A menudo se hacen la pregunta: “¿Cómo comportará la generación actual? ¿Cómo actuará en una situación crítica?” En mi cabeza hay una imagen de los doctores y enfermeras jóvenes, a veces universitarios recién graduados que hoy van a la “zona roja” para salvar a la gente; así como nuestros militares que lucharon hasta la muerte contra el terrorismo internacional en el norte del Cáucaso y en Siria. Son muy jóvenes. Muchos soldados de la legendaria e inmortal Sexta Compañía de Desembarco tenían 19-20 años. Pero todos ellos demostraron que son dignos de la hazaña realizada por los soldados que defendieron nuestro país durante la Gran Guerra Patria.

Por eso, estoy seguro de que la característica definitoria de los pueblos de Rusia es que cumplen con su deber y no sienten pena por sí mismos si las circunstancias lo exigen. La abnegación, el patriotismo, así como el amor a la casa natal, a la familia y a la patria siguen siendo los valores fundamentales y principales para la sociedad rusa hasta hoy día. Generalmente, en gran medida son la base de la soberanía de nuestro país.

Hoy día, tenemos nuevas tradiciones creadas por el pueblo, tales como el Regimiento Inmortal. Eso es una marcha de nuestra memoria agradecida, así como los lazos consanguíneos y vivos entre generaciones. Millones de personas marchan llevando las fotos de sus familiares que defendieron la patria y derrotaron al nazismo. Eso significa que sus vidas, pruebas y sacrificios, así como la victoria que lograron para nosotros, nunca serán olvidados.

Asumimos la responsabilidad del pasado y del futuro y haremos todo lo posible para evitar que se repitan las tragedias terribles. Por eso, sentí que era mi deber presentar un artículo sobre la Segunda Guerra Mundial y la Gran Guerra Patria. Muchas veces he discutido esta idea en conversaciones con los líderes mundiales y encontró su comprensión. A finales del año pasado, en la cumbre de los líderes de la CEI (Comunidad de Estados Independientes), todos estábamos unidos: es importante recordar a los descendientes que la victoria sobre el nazismo fue alcanzada ante todo por el pueblo soviético y que los representantes de todas las repúblicas de la Unión Soviética lucharon juntos en el frente y en la retaguardia en esta lucha heroica. Al mismo tiempo, discutí con mis colegas el período de preguerra que fue muy difícil.

Esa conversación provocó mucha reacción pública en Europa y en el mundo. Por lo tanto, es realmente necesario y de actualidad recurrir a las lecciones del pasado. Al mismo tiempo, había muchas emociones, complejos mal disimulados y acusaciones ruidosas. Varios políticos se han apresurado a afirmar por costumbre que Rusia está tratando de reescribir la historia. Sin embargo, no podían desmentir ningún hecho o argumento. Por supuesto, es difícil, y además es imposible discutir con los documentos auténticos, que, a propósito, están almacenados no solo en los archivos rusos, sino también en los extranjeros.

Por lo tanto, es necesario seguir analizando las razones que llevaron a la guerra mundial y reflexionando sobre sus complejos acontecimientos, tragedias y victorias, así como sobre sus lecciones tanto para nuestro país como para el mundo entero. Quisiera repetir que es esencial basarse solo en materiales de archivo y pruebas de los contemporáneos para excluir cualquier especulación ideológica y politizada.

Quisiera también recordarle una vez más lo obvio. Las causas profundas de la Segunda Guerra Mundial son asociadas en gran parte con las decisiones tomadas al final de la Primera Guerra Mundial. Para Alemania, el Tratado de Versalles se ha convertido en un símbolo de profunda injusticia. De hecho, trataba de un robo del país que se vio obligado a pagar a los aliados occidentales enormes reparaciones que agotaban su economía. Ferdinand Foch, mariscal francés y comandante en jefe de los ejércitos Aliados, profetizó diciendo: “Este no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años”.

Fue la humillación nacional la que creó el caldo de cultivo para los sentimientos radicales y revanchistas en Alemania. Los nazis utilizaron hábilmente estos sentimientos y construyeron su propaganda, prometiendo librar a Alemania del legado de Versalles y restaurar su antiguo poder, pero, de hecho, empujaron al pueblo alemán a una guerra nueva. Irónicamente, los Estados occidentales, principalmente Gran Bretaña y Estados Unidos, han contribuido directa o indirectamente a esto. Sus círculos financieros e industriales invistieron muy activamente en fábricas y plantas alemanas que producían productos militares. Entre las aristocracias y las élites políticas había muchos partidarios de los movimientos radicales, de extrema derecha y nacionalistas, que ganaron fuerza tanto en Alemania como en Europa.

El “orden mundial” de Versalles generó numerosas contradicciones ocultas y conflictos evidentes. Se basan en el hecho de que los ganadores de la Primera Guerra Mundial han definido de manera arbitraria las fronteras de los nuevos Estados europeos. Poco después de su aparición en el mapa, surgieron las disputas territoriales y reclamaciones mutuas que se convirtieron en “minas de acción retardada”.

Uno de los resultados más importantes de la Primera Guerra Mundial fue la creación de la Sociedad de las Naciones. Esa organización internacional se enfrentaba a grandes expectativas para la paz y la seguridad colectiva a largo plazo. Eso fue una idea progresista, cuya realización consecuente, sin exagerar, pudiera impedir que repitan horrores de la guerra mundial.

Sin embargo, la Sociedad de las Naciones, que estaba dominada por las potencias vencedoras –Gran Bretaña y Francia–, mostró su ineficacia y simplemente se quedó estancada en las conversaciones fútiles. Ni la Sociedad de las Naciones, ni el continente europeo en general no han escuchado los reiterados llamamientos de la Unión Soviética de formar un sistema igualitario de seguridad colectiva, en particular, concluir el Pacto oriental y el Pacto del Pacífico, que podrían servir de barrera a la agresión. Esas propuestas han sido ignoradas.

La Sociedad de las Naciones tampoco pudo evitar conflictos en varias partes del mundo, como la invasión italiana de Etiopía, la guerra civil en España, la agresión de Japón contra China y el Anschluss de Austria. Los acuerdos de Múnich –en los que, además de Hitler y Mussolini, participaron los líderes de Gran Bretaña y Francia– conllevaron la división de Checoslovaquia con la plena aprobación del Consejo de la Sociedad de las Naciones. En este contexto quisiera observar que, a diferencia de muchos de los líderes de Europa de entonces, Stalin no desacreditó a sí mismo al verse personalmente con Hitler, que era entonces conocido en los círculos occidentales como un político bastante respetable y un invitado bienvenido en las capitales europeas.

Polonia –junto con Alemania– participó también en la división de Checoslovaquia. Acordaron de antemano y juntos los territorios checoslovacos que recibirán. El 20 de septiembre de 1938, Józef Lipski, embajador de Polonia en Alemania, informó a Józef Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, sobre las siguientes garantías de Hitler diciendo: en el caso del conflicto entre Polonia y Checoslovaquia basado en los intereses polacos en Cieszyn, el Reich nos (Polonia) secunde. También, el jefe de los nazis dio pistas, aconsejó que Polonia comenzara sus acciones solo después de la ocupación de los Sudetes por Alemania.

En Polonia, eran conscientes de que sin el apoyo de Hitler los planes polacos de invasión estarían condenados al fracaso. Aquí, quisiera citar minutas de la conversación entre Hans-Adolf von Moltke, embajador de Alemania en Varsovia, y Józef Beck del 1 de octubre de 1938 sobre las relaciones polaco-checas y la posición de la URSS en este asunto. Eso es lo que dice: ... Señor Beck expresó su gran gratitud por la leal interpretación de los intereses polacos en la Conferencia de Múnich, así como por la sinceridad de las relaciones durante el conflicto checo. El gobierno y el público (se trata de Polonia) aprecian plenamente las posiciones del Führer y del canciller del Reich.

La división de Checoslovaquia fue brutal y cínica. Múnich derrotó incluso aquellas garantías formales y frágiles que permanecían en el continente. Mostró que los acuerdos mutuos no tenían ningún valor. Son los acuerdos de Múnich que sirvieron como un disparador, tras las cuales una gran guerra en Europa se hizo inevitable.

Hoy día, los políticos europeos y, sobre todo, los líderes polacos quieren, por así decirlo, barrer Múnich bajo la alfombra. ¿Por qué? Esa situación se debe no solo al hecho de que sus países violaron sus compromisos de entonces y apoyaron los acuerdos de Múnich, incluso algunos participaron en la división de despojo, sino también porque les resulta inconveniente recordar que en aquellos dramáticos días de 1938 solo la URSS apoyó Checoslovaquia.

La Unión Soviética, basándose en sus obligaciones internacionales, incluidos los acuerdos con Francia y Checoslovaquia, trató de evitar la tragedia. Sin embargo, Polonia, en aras de sus propios intereses, ha impedido por todos los medios el establecimiento de un sistema de seguridad colectiva en Europa.

El 19 de septiembre de 1938, Józef Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, escribió directamente sobre ello al embajador Józef Lipski mencionado anteriormente antes de su reunión con Hitler diciendo: ...el año pasado, el gobierno polaco rechazó cuatro veces la proposición de unirse a la intervención internacional para defender Checoslovaquia.

Gran Bretaña, así como Francia, que entonces fue el aliado principal de checos y eslovacos, optaron por renunciar a sus garantías y sacrificar a ese país de Europa del Este. Pero, de hecho, optaron no solo por sacrificarlo, sino también por dirigir las aspiraciones de los nazis hacia el Este para que Alemania y la Unión Soviética choquen inevitablemente entre sí y se desangraran uno a otro.

Esa es la política occidental de la llamada pacificación. Se trata no solamente del Tercer Reich, sino también de otros participantes del llamado Pacto Antikomintern –la Italia fascista y el Japón militarista– que culminó en el Lejano Oriente con la adopción del acuerdo Arita-Craigie de 1939, que dio a Tokio la libertad de manos en China. Las principales potencias europeas no querían reconocer el peligro mortal global que provenía de Alemania y sus aliados. Esperaban que la guerra no les afectaría.

Los acuerdos de Múnich mostraron a la Unión Soviética que los países occidentales resolverían los problemas de seguridad sin tener en cuenta los intereses soviéticos y, en el momento oportuno, podían formar el frente antisoviético.

 Al contrario, la Unión Soviética hasta el último momento trató de usar cualquier oportunidad para crear la coalición anti-Hitler, repito, a pesar de la posición de dos caras de los países occidentales. Así, la dirección soviética recibió información detallada sobre los secretos contactos anglo-alemanes en el verano de 1939 a través de los servicios de inteligencia. Quisiera prestar atención que los contactos se desarrollaron de manera muy intensa, casi simultáneamente con las negociaciones trilaterales de los representantes de Francia, Gran Bretaña y la URSS, que, al contrario, fueron demoradas deliberadamente por los socios occidentales. Quisiera citar un documento de los archivos británicos a este respecto. Eso es la instrucción de la misión militar británica, que llegó a Moscú en agosto de 1939. Allí, se dice directamente que la delegación debe negociar muy lentamente; que el gobierno del Reino Unido no está dispuesto a asumir compromisos detallados que puedan restringir nuestra libertad de acción en cualquier circunstancia. Quisiera señalar que, a diferencia de los británicos y franceses, la delegación soviética estaba encabezada por los principales líderes del Ejército Rojo, que tenían todos los poderes necesarios para firmar un convenio militar sobre la organización de la defensa militar de Gran Bretaña, Francia y la URSS contra la agresión en Europa.

Polonia que no quiso tener ninguna obligación con la parte soviética desempeñó su papel en el fracaso de las negociaciones. El liderazgo polaco, incluso bajo la presión de los aliados occidentales, se negó a actuar juntos con el Ejército Rojo contra la Wehrmacht. Solo cuando se supo de la llegada de Joachim von Ribbentrop a Moscú, Józef Beck, sin ganas, no directamente, sino a través de diplomáticos franceses, notificó a la parte soviética: ...en caso de acciones conjuntas contra la agresión alemana, no se excluye la cooperación entre Polonia y la URSS bajo condiciones técnicas que deban definirse. Al mismo tiempo, explicó a sus colegas: ...no estoy en contra de esta formulación únicamente a los efectos de facilitar las tácticas, mientras que nuestra opinión de principio sobre la URSS es definitiva y permanece sin cambios.

En aquella situación, la Unión Soviética firmó un Tratado de No Agresión con Alemania. De hecho, fue el último de los países europeos en hacerlo. Cabe notar que lo hizo sobre el trasfondo de un peligro real de guerra en dos frentes: con Alemania en el oeste y con Japón en el este, donde ya había intensas batallas de Jaljin Gol.

Stalin y su entorno merecen muchas acusaciones justas. Recordamos los crímenes del régimen contra su propio pueblo y los horrores de la represión masiva. Quisiera repetir que a los líderes soviéticos les se puede reprochar por muchas cosas, pero no por falta de comprensión de la naturaleza de las amenazas externas. Vieron que los enemigos estaban tratando de dejar la Unión Soviética uno a uno con Alemania y sus aliados. Actuaron, consciente de este peligro real, a fin de ganar un tiempo precioso para fortalecer la defensa del país.

En lo que respecta al Tratado de No Agresión concluido en aquel momento, hay muchas conversaciones y reclamaciones dirigidas exactamente a la Rusia moderna. Sí, Rusia es la sucesora jurídica de la URSS; el período soviético, con todos sus triunfos y tragedias, forma parte integral de nuestra historia milenaria. Pero quisiera recordar también que la Unión Soviética hizo una evaluación legal y moral del llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov. La resolución del Soviet Supremo del 24 de diciembre de 1989 condenó oficialmente los protocolos secretos, ya que eran un acto de poder personal, que no reflejaba de ningún modo la voluntad del pueblo soviético, que no fue responsable de aquellos acuerdos.

Sin embargo, otros Estados prefieren no recordar los acuerdos firmados por los nazis y los políticos occidentales, mucho menos de hacer la evaluación jurídica o política de tal cooperación, en particular, la connivencia tácita de algunos políticos europeos con los bárbaros planes de los nazis, hacia su estímulo directo. ¡Qué cínica es la frase de Józef Lipski, embajador de Polonia en Alemania, que dijo en una conversación con Hitler el 20 de septiembre de 1938!: “...si se resuelve (el problema judío), le erigiremos... un hermoso monumento en Varsovia”.

Tampoco sabemos si existieron algunos secretos “protocolos” y anexos a los acuerdos de algunos países con los nazis. Todo lo que queda es “creer en la palabra”. En particular, los materiales sobre las negociaciones secretas entre Gran Bretaña y Alemania todavía no han sido desclasificados. Por eso, pedimos a todos los Estados a que intensifiquen el proceso de apertura de sus archivos y la publicación de documentos previamente desconocidos de los períodos de preguerra y guerra, del mismo modo como lo hace Rusia en los últimos años.

Estamos listos de colaborar ampliamente y realizar los proyectos de investigación conjuntos de historiadores. Pero volvamos a los eventos inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Fue ingenuo pensar que, al resolver el asunto de Checoslovaquia, Hitler no presentaría otra reclamación territorial, esta vez, contra Polonia, su reciente cómplice en la división de Checoslovaquia. A propósito, el motivo fue el legado de Versalles o sea el destino del llamado Pasillo polaco. La consiguiente tragedia en Polonia es la obra de los dirigentes polacos de entonces, que impidieron la conclusión de la alianza militar entre Gran Bretaña, Francia y la URSS y confiaron en la ayuda de los socios occidentales, así como reprimieron a su pueblo por la máquina de destrucción de Hitler.

La ofensiva alemana se desarrolló en plena conformidad con la doctrina de la guerra relámpago. A pesar de la resistencia violenta y heroica del ejército polaco, solo una semana después del comienzo de la guerra, el 8 de septiembre de 1939, las tropas alemanas estaban en las afueras de Varsovia. Al 17 de septiembre, los líderes militares y políticos de Polonia habían huido a Rumania, traicionando a su pueblo, que seguía luchando contra los invasores.

Los aliados occidentales no cumplieron las expectativas polacas. Al declarar la guerra a Alemania, las tropas francesas se adentraron solo unas decenas de kilómetros en territorio alemán. Fue algo parecido a la demostración de acción activa. Además, el Consejo Supremo de Guerra anglo-francés, convocado por primera vez el 12 de septiembre de 1939 en Abbeville, Francia, decidió detener la ofensiva por completo debido a la rápida evolución de los acontecimientos en Polonia. Se comenzó la notoria guerra de broma, es decir la traición y violación directa de Francia y Gran Bretaña de sus obligaciones con Polonia.

Más tarde, durante el Tribunal de Núremberg, los generales alemanes explicaron su rápido éxito en Oriente de la manera siguiente. General Alfred Jodl, exjefe del mando de operaciones de las Wehrmacht, admitió: ... única razón por la que no habíamos sido derrotados ya en 1939, es solo porque alrededor de 110 divisiones francesas y británicas, desplegadas contra 23 divisiones alemanas durante nuestra guerra con Polonia en Occidente, permanecieron completamente inactivas.

Pedí sacar de los archivos todos los materiales relacionados con los contactos de la URSS y Alemania en los días dramáticos de agosto y septiembre de 1939. Según los documentos, el párrafo 2 del Protocolo Secreto del Tratado de No Agresión entre Alemania y la URSS de 23 de agosto de 1939 establece que en caso de reorganización territorial y política en las regiones que forman parte del Estado polaco, la frontera entre las esferas de interés de Alemania y de la URSS deberá “pasar aproximadamente a lo largo de los ríos Narev, Vístula y San”. En otras palabras, la esfera de influencia soviética incluía no solo territorios donde residieron predominantemente ucranianos y bielorrusos, sino también tierras históricas polacas entre los ríos Bug y Vístula. Hoy día, ese hecho no es bien conocido.

Tampoco bien conocido es el hecho de que inmediatamente después del ataque a Polonia en los primeros días de septiembre de 1939, Berlín instó en repetidas ocasiones a Moscú a que se una a las hostilidades. Sin embargo, el liderazgo soviético ignoró tales llamadas. Se negó a participar en eventos dramáticos hasta en el último momento.

Solo cuando resultó evidente que Gran Bretaña y Francia no tenían ninguna intención de ayudar a su aliado, y la Wehrmacht fue capaz de ocupar rápidamente toda Polonia y llegar muy cerca de Minsk, se decidió introducir las tropas del Ejército Rojo en así llamado Kresy Wschodnie (Tierras fronterizas del este) en la mañana del 17 de septiembre. Hoy en día, son partes del territorio de Bielorrusia, Ucrania y Lituania.

Es evidente que no había otra opción. De lo contrario, la URSS estaría en peligro mucho más mayor, ya que, repito, la antigua frontera entre la URSS y Polonia estaba a unas pocas decenas de kilómetros de Minsk. La inevitable guerra con los nazis comenzaría desde posiciones estratégicas extremadamente desfavorables para el país. Millones de personas de varias nacionalidades, incluyendo los judíos que residieron cerca de Brest y Hrodna, Przemyśl, Lviv y Vilna, serían sacrificados a los nazis y sus secuaces locales: antisemitas y ultranacionalistas.

El hecho de que la Unión Soviética trataba de evitar la participación en el conflicto hasta el último momento y no quería jugar del lado de Alemania contribuyó a que las tropas soviéticas y alemanas se encontraron muy al este de las fronteras estipuladas en el protocolo secreto: no a lo largo del Vístula, sino a lo largo de la llamada Línea Curzon, que fue recomendada por la Triple Entente como la frontera oriental de Polonia en 1919.

Según se sabe, cuando hablamos sobre los eventos pasados no se debe recurrir al modo subjuntivo. Solo quería señalar que en septiembre de 1939, los dirigentes soviéticos tuvieron la oportunidad de empujar las fronteras occidentales de la URSS hacia el oeste, hasta Varsovia, pero decidieron no hacerlo.

Los alemanes ofrecieron a fijar el nuevo status quo. El 28 de septiembre de 1939 en Moscú Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov firmaron el Tratado Germano-Soviético de Amistad, Cooperación y Demarcación, así como un protocolo secreto sobre la modificación de la frontera estatal, que fue establecida según a la línea de demarcación donde se habían acampado de facto los dos ejércitos.

En otoño de 1939, abordando sus tareas militares, estratégicas y defensivas, la Unión Soviética empezó a incorporar Letonia, Lituania y Estonia. Su ingreso a la URSS se llevó a cabo sobre una base contractual, con el consentimiento de las autoridades elegidas. Fue de acuerdo con las normas del derecho internacional y público de la época. Además, en octubre de 1939 Vilna y las áreas circundantes, anteriormente parte de Polonia, fueron devueltas a Lituania. Dentro de la URSS las repúblicas bálticas mantuvieron sus autoridades e idioma, y tuvieron representación en las instituciones soviéticas más altas del Estado.

Durante todos esos meses se continuó una lucha diplomática, política y militar invisible de afuera, así como el trabajo del servicio de inteligencia. Moscú entendía que se enfrentaba a un enemigo implacable y cruel, que ya estaba en una guerra oculta con el nazismo. Y no hay ninguna razón para considerar las declaraciones oficiales y las notas formales de protocolo de aquellos años como una prueba de “amistad” entre la URSS y Alemania. La URSS tuvo contactos activos comerciales y técnicos no solo con Alemania sino también con otros países. Al mismo tiempo, Hitler trató una y otra vez de implicar a la URSS en un enfrentamiento con Gran Bretaña. Sin embargo, las autoridades soviéticas no dejaban que les convencieran.

Hitler trató por última vez de involucrar a la Unión Soviética en actividades conjuntas en el curso de la visita de Mólotov a Berlín en noviembre de 1940. Pero Mólotov siguió precisamente las órdenes de Stalin y se limitó a generalidades sobre la idea de los alemanes en relación a la adhesión de la URSS al Pacto Tripartito, una alianza entre Alemania, Italia y Japón, firmado en septiembre de 1940 y dirigido contra Gran Bretaña y EU. No es casualidad que ya el 17 de noviembre Mólotov dio las siguientes instrucciones a Iván Maiski, el plenipotenciario soviético en Londres: Para su información... No fue firmado en Berlín ningún tratado y no hubo intención de hacerlo. Lo de Berlín se limitó a... un intercambio de opiniones... Por lo visto, a los alemanes y los japoneses les gustaría mucho empujarnos hacia el Golfo Pérsico y la India. Rechazamos la discusión de ese tema porque consideramos que tales consejos por parte de Alemania son inapropiados. Y el 25 de noviembre las autoridades soviéticas pusieron punto final a ese asunto. Formalmente plantearon a Berlín condiciones inaceptables para los nazis, incluida la retirada de las tropas alemanes de Finlandia y un tratado de asistencia mutua entre la URSS y Bulgaria y otras. De este modo, descartaron a sabiendas toda oportunidad para unirse al Pacto. Esa posición fortaleció definitivamente la determinación del Führer de iniciar una guerra contra la URSS. Y ya en diciembre, rechazando todas las advertencias de sus estrategas sobre el peligro desastroso de una guerra en dos frentes, Hitler aprobó el plan Barbarroja. Lo hizo entendiendo que la Unión Soviética era la fuerza mayor que se le oponía en Europa. Y que la lucha próxima en el Este iba a decidir el resultado de la guerra mundial. Estaba seguro que la campaña de Moscú sería fugaz y exitosa.

Quisiera subrayar lo siguiente: en aquel entonces los países occidentales de hecho se pusieron de acuerdo con las acciones soviéticas y reconocieron el deseo de la Unión Soviética de garantizar su seguridad. De esa manera, ya el 1 de octubre de 1939, Winston Churchill, en aquel momento el primer lord del Almirantazgo, dijo en una intervención radiofónica: Rusia está llevando a cabo una política fría de protección de sus propios intereses... Para proteger a Rusia contra la amenaza nazista fue claramente necesario que las tropas rusas estuvieran en aquella línea (se tiene en cuenta la nueva frontera occidental). El 4 de octubre de 1939, en la Cámara de los Lores, Edward Halifax, el secretario de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, declaró:

...hay que recordar que las acciones del gobierno soviético consistieron en trasladar la frontera esencialmente a la línea recomendada durante la Conferencia de Versalles por Lord Curzon... Solamente cito hechos históricos y creo que son indiscutibles. David Lloyd George, un famoso político y hombre del Estado británico, subrayó: Los ejércitos rusos se desplegaron en los territorios que no eran polacos y habían sido ocupados por Polonia por la fuerza después de la Primera Guerra Mundial... Sería un acto de locura criminal poner en un mismo plano el avance ruso y el avance alemán.

En conversaciones informales con el plenipotenciario soviético Iván Maiski los políticos y diplomáticos ingleses de alto nivel hablaron con más franqueza. El 17 de octubre de 1939 Richard Butler, subsecretario de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, compartió lo siguiente: ...los poderes públicos ingleses creen que no puede haber ninguna discusión sobre la devolución de Ucrania y Bielorrusia Occidentales a Polonia. Si se pudiera crear una Polonia etnográfica de tamaño modesto con garantías no solo de la URSS y Alemania, sino también de Inglaterra y Francia, el gobierno británico se consideraría totalmente satisfecho. El 27 de octubre de 1939 Harold Wilson, asesor principal de Neville Chamberlain, dijo: Polonia debe... ser restablecida como un Estado independiente, pero sin Ucrania Occidental y Bielorrusia.

Hay que subrayar que en el curso de esas discusiones también se sondeó el terreno para mejorar las relaciones entre la Unión Soviética y Gran Bretaña. Esos contactos en gran medida sentaron la base de la futura alianza y la coalición anti-Hitler. Entre los políticos responsables y previsores se destacó Churchill, quien, a pesar de su antipatía conocida hacia la URSS, se pronunció a favor de cooperación con ella incluso antes. Ya en mayo de 1939 declaró en la Cámara de los Comunes: Nos encontraremos en peligro mortal si no podemos crear una gran alianza contra la agresión. Sería una tontería suma rechazar una colaboración natural con la Rusia soviética. Y una vez comenzadas las hostilidades en Europa –en un encuentro con Iván Maiski el 6 de octubre de 1939– confió que... Gran Bretaña y la URSS no tienen ningunas contradicciones serias, así pues no hay motivo para relaciones tensas e insatisfactorias. El gobierno británico... quería desarrollar... relaciones comerciales. También estaría preparado para discutir cualesquiera otras medidas que puedan contribuir al mejoramiento de las relaciones.

La Segunda Guerra Mundial no ocurrió de inmediato, no comenzó de repente, de súbito. Y la agresión de Alemania contra Polonia no fue inesperada. Fue resultado de muchas tendencias y factores en la política internacional de la época. Todos los acontecimientos de antes de la guerra formaron una cadena de eventos fatal. Pero, por supuesto, el factor principal que predeterminó la mayor tragedia de la historia de la humanidad es el egoísmo del Estado, la cobardía, la indulgencia del agresor ganando fuerza, la falta de voluntad de las élites políticas para encontrar un compromiso.

Por lo tanto, no es justo decir que la visita de dos días del ministro de Relaciones Exteriores nazi Ribbentrop a Moscú fue la razón principal que llevó a la Segunda Guerra Mundial. Todos los países claves, en diversos grados, tienen su parte de culpa por su comienzo. Cada uno de ellos cometió errores irreparables, creyendo presuntuosamente que era posible engañar a los demás, obtener ventajas unilaterales o quedarse al margen de un inminente desastre mundial. Y esa falta de previsión, renuncia a crear un sistema de seguridad colectiva costaron millones de vidas y pérdidas colosales.

Lo escribo sin la menor intención de asumir el papel de un juez, de acusar o justificar a alguien, y mucho menos de iniciar una nueva ronda de la lucha informativa internacional en el campo histórico que puede resultar en un choque entre Estados y pueblos. Creo que son los académicos, con una amplia representación de científicos respetados de diferentes países, que deben buscar evaluaciones equilibradas de los acontecimientos del pasado. Todos necesitamos la verdad y la objetividad. Por mi parte, siempre he instado a mis colegas a entablar un diálogo tranquilo, abierto y de confianza, y adaptar una visión autocrítica e imparcial del pasado compartido. Ese enfoque permitirá evitar la repetición de los errores cometidos entonces y asegurar un desarrollo pacífico y sano durante años y años.

Sin embargo, muchos de nuestros asociados todavía no están listos para trabajar juntos. Por el contrario, persiguiendo sus propios objetivos, aumentan el número y el alcance de los ataques informáticos contra nuestro país, quieren que nos justifiquemos y nos sintamos culpables. Adoptan declaraciones enteramente hipócritas y politizadas. Por ejemplo, la Resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, aprobada por el Parlamento Europeo el 19 de septiembre de 2019, acusó expresamente a la URSS –junto con la Alemania nazi– de haber desencadenado la Segunda Guerra Mundial. Naturalmente, no se hace mención alguna de Múnich.

Creo que tales “papeles”, no puedo llamar a esa resolución un documento, con su clara intención a provocar un escándalo, conllevan amenazas peligrosas y reales. Es que fue aprobada por un organismo muy respetado. ¿Y qué demostró? Por desgracia, demostró una política consciente de destrucción del orden mundial de la posguerra, cuya creación fue una cuestión de honor y responsabilidad de los países, representantes de algunos de los cuales han votado hoy a favor de esa falsa declaración. Y así, han cuestionado las conclusiones del Tribunal de Núremberg, los esfuerzos de la comunidad mundial, que después del victorioso 1945 ha ido creando instituciones internacionales universales. A este respecto quisiera recordarle que el propio proceso de integración europea, durante el cual se crearon las estructuras pertinentes, incluido el Parlamento Europeo, solo fue posible gracias a las lecciones extraídas del pasado, sus claras evaluaciones jurídicas y políticas. Y aquellos que deliberadamente cuestionan ese consenso están destruyendo los cimientos de toda la Europa de la posguerra.

Además de la amenaza a los principios fundamentales del orden mundial, también hay un aspecto moral, un aspecto ético. Profanar e insultar la memoria es una bajeza. La bajeza puede ser intencional, hipócrita, plenamente consciente, cuando las declaraciones al respecto del 75º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial enumeran a todos los miembros de la coalición anti-Hitler, excepto a la URSS. La bajeza puede ser cobarde cuando se derriban los monumentos erigidos en honor de los luchadores contra el nazismo y se justifican acciones vergonzosas por consignas falsas de la lucha contra la ideología indeseable y la supuesta ocupación. La bajeza puede ser sangrienta cuando los que se oponen a los neonazis y herederos de los partidarios de Stepán Bandera son asesinados y quemados. De nuevo, la bajeza se manifiesta de formas diferentes, pero eso no la hace menos repugnante.

El olvido de las lecciones de la historia conduce inevitablemente a una gran expiación. Defenderemos firmemente la verdad basada en hechos históricos documentados. Continuaremos hablando honesta e imparcialmente sobre los eventos de la Segunda Guerra Mundial. Es una de las metas de un amplio proyecto dirigido a crear en Rusia la mayor colección de documentos de archivo, películas y fotografías sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial y el período de preguerra.

Ese trabajo ya está en marcha. Muchos materiales nuevos, recientemente descubiertos y desclasificados los usé incluso en la preparación de este artículo.

Y a este respecto puedo afirmar con plena responsabilidad que no hay documentos de archivo que confirmen la versión de que la URSS tuviera la intención de iniciar una guerra preventiva contra Alemania. Sí, la dirección militar soviética se adhirió a la doctrina de que, en caso de agresión, el Ejército Rojo rápidamente haría frente al enemigo, pasaría a la ofensiva y haría la guerra en territorio enemigo. Sin embargo, esos planes estratégicos no significaban en absoluto una intención de atacar a Alemania primero.

Por supuesto, hoy en día los historiadores tienen a su disposición documentos de planificación militar, directivas de los cuarteles generales soviéticos y alemanes. Por último, sabemos cómo se desarrollaron los eventos en la realidad. Armados con este conocimiento, muchos discuten las acciones, errores y desaciertos de la dirección militar y política del país. A este respecto diré una cosa: junto con un enorme flujo de desinformación de todo tipo, los líderes soviéticos recibieron también información veraz sobre la inminente agresión nazista. Y en los meses anteriores a la guerra, tomaron medidas para fortalecer la preparación del país para el combate, incluso el reclutamiento secreto de una parte de las personas sujetas al servicio militar para el entrenamiento y el redespliegue de unidades y reservas de los distritos militares internos a las fronteras occidentales.

La guerra no fue repentina, la esperaron, se prepararon para ella. Pero el ataque de los nazis tuvo el poder destructivo sin precedentes en la historia. El 22 de junio de 1941 la Unión Soviética se enfrentó al ejército más fuerte, más movilizado y entrenado del mundo, para el que trabajaban las capacidades industriales, económicas y militares de casi toda Europa. No solo la Wehrmacht, sino también los satélites alemanes, contingentes militares de muchos otros Estados del continente europeo participaron en aquella invasión mortal.

Las graves derrotas militares de 1941 llevaron al país al borde del desastre. La capacidad combativa y gobernabilidad tuvieron que ser restaurados por medios extremos, la movilización a nivel nacional y la intensificación de todos los esfuerzos del Estado y el pueblo. Ya en el verano de 1941, bajo el fuego del enemigo, comenzó la evacuación de millones de ciudadanos, cientos de fábricas e industrias al este del país. En el tiempo más breve posible se lanzó en la retaguardia la producción de armas y municiones que comenzaron a llegar al frente en el primer invierno de la guerra, y cerca de 1943 se superaron las cifras de la producción militar de Alemania y sus aliados. En un año y medio, el pueblo soviético hizo algo que parecía imposible, tanto en el frente como en la retaguardia. Y todavía es difícil comprender, entender, imaginar los increíbles esfuerzos, coraje, abnegación necesarias para esos logros grandes.

La fuerza tremenda de la sociedad soviética unida por el deseo de proteger a su tierra natal se levantó contra la invasora máquina nazista, poderosa, despiadada y armada hasta los dientes para vengarse del enemigo que rompió, pisoteó la paz, los planes y las esperanzas de la vida pacífica.

Por supuesto, durante aquella guerra terrible y sangrienta, algunas personas se dejaron llevar por el miedo, la confusión y la desesperación. Hubo traición y deserción. Las duras divisiones causadas por la revolución y la Guerra Civil, el nihilismo, la burla de la historia nacional, las tradiciones y la fe que los bolcheviques trataron de imponer, especialmente en los primeros años después de llegar al poder, todo esto tuvo su impacto. Pero la actitud general de los ciudadanos soviéticos y nuestros compatriotas que se encontraban en el extranjero fue diferente –querían proteger, salvar a la Madre Patria. Fue un impulso real e incontrolable. La gente buscaba apoyo en los verdaderos valores patrióticos.

Los “estrategas” nazis estaban convencidos de que un enorme Estado multinacional podía ser fácilmente dominado. Creyeron que una guerra repentina, su crueldad y sus sufrimientos insoportables exacerbarían inevitablemente las relaciones interétnicas. Y el país podría ser dividido en pedazos. Hitler declaró claramente: Nuestra política hacia los pueblos que viven en las vastas extensiones de Rusia debe ser alentar cualquier forma de desacuerdo y división.

Pero se hizo evidente desde los primeros días que ese plan nazi había fracasado. La Fortaleza de Brest fue protegida hasta la última gota de sangre por los soldados de más de 30 nacionalidades. Durante toda la guerra –tanto en grandes batallas decisivas como en la defensa de cada campo de operaciones, cada metro de tierra natal– vemos ejemplos de esa unidad.

La región del Volga y los Urales, Siberia y el Lejano Oriente, las repúblicas de Asia Central y Transcaucasia acogieron a millones de los evacuados. Sus residentes compartieron todo lo que tenían y proporcionaron todo el apoyo que pudieron. La amistad de los pueblos, su ayuda mutua se convirtió en una verdadera fortaleza que el enemigo no pudo destruir.

Sin importar lo que traten de probar hoy, fueron la Unión Soviética y el Ejército Rojo los que hicieron la contribución principal y decisiva a la derrota del nazismo. Fueron los héroes quienes lucharon hasta el final, embolsados por el enemigo cerca de Bialystok y Maguilov, Uman y Kiev, Viazma y Járkov. Quienes se lanzaron al ataque cerca de Moscú y Stalingrado, Sebastopol y Odessa, Kursk y Smolensk. Quienes liberaron Varsovia, Belgrado, Viena y Praga. Quienes tomaron por asalto Königsberg y Berlín. Defendemos la verdad genuina sobre la guerra, sin adornos o encubierta.

Esa verdad del pueblo y de la gente, una verdad dura, amarga y cruda, nos ha sido transmitida en gran medida por los escritores y poetas quienes pasaron por el fuego y el infierno de los juicios frontales. Para mi generación, así como para las otras, sus relatos honestos y profundos, sus novelas, su penetrante prosa de trinchera y sus poemas han dejado para siempre una huella en el alma. Nos han ordenado honrar a los veteranos que hicieron todo lo posible por la Victoria y recordar a los que murieron en el campo de batalla.

Incluso hoy en día, son impactantes los versos sencillos y de gran significado del poema de Aleksándr Tvardovski “Caí cerca de Rzhev...” dedicado a los participantes de la batalla sangrienta y brutal de la Gran Guerra Patria en la parte central del frente soviético-alemán. Solo en las batallas por la ciudad de Rzhev y el saliente de Rzhev de octubre de 1941 a marzo de 1943, el Ejército Rojo perdió 1.342.888 personas, incluidos los heridos y desaparecidos.

Es la primera vez que anuncio esas cifras terribles, trágicas y lejas de ser completas, recogidas de fuentes de archivo. Lo hago para rendir homenaje a la hazaña de los héroes conocidos y anónimos, de quienes en los años de la posguerra, por diversas razones, se habló injustamente, indignamente poco o nada.

Quiero citar otro documento. Es el informe de la Comisión Internacional de Reparaciones Alemanas, encabezada por Iván Maiski, preparado en febrero de 1945. La Comisión tuvo como objetivo elaborar una fórmula según la cual la Alemania derrotada tendría que reembolsar los daños sufridos por las potencias vencedoras. La Comisión llegó a la conclusión de que “el número de días soldado que Alemania ha pasado en el frente soviético es al menos 10 veces mayor que en todos los demás frentes aliados. El frente soviético también fue donde se encontraron cuatro quintos de los tanques alemanes y cerca de dos tercios de los aviones alemanes”. En general, la URSS representó cerca del 75 por ciento de todos los esfuerzos militares de la coalición anti-Hitler. Durante el período de guerra, el Ejército Rojo “trituró” 626 divisiones de las potencias del Eje, de las cuales 508 fueron alemanas.

El 28 de abril de 1942, Franklin D. Roosevelt dijo en su discurso a la nación estadunidense: Estas fuerzas rusas han destruido y están destruyendo más poder armado de nuestros enemigos –tropas, aviones, tanques y armas– que todas las demás naciones unidas juntas. En su mensaje a Joseph Stalin del 27 de septiembre de 1944 Winston Churchill escribió que es el Ejército ruso el que arrancó las tripas de la máquina militar alemana...

Esa evaluación resonó en todo el mundo, porque esas palabras son la gran verdad, de la que en aquel entonces nadie dudaba. Casi 27 millones de ciudadanos soviéticos murieron en los frentes, en cautiverio alemán, de hambre y bombardeados, en guetos y hornos de los campos de exterminio nazis. La URSS perdió uno de cada 7 de sus ciudadanos, Gran Bretaña uno de cada 127, y EU uno de cada 320. Por desgracia, esa cifra de las pérdidas más duras e irreparables de la Unión Soviética no es concluyente. Se debe continuar el trabajo minucioso para restaurar los nombres y destinos de todos los que perecieron: los soldados del Ejército Rojo, los partisanos, los combatientes clandestinos, los prisioneros de guerra y de los campos de concentración, así como los civiles asesinados por los escuadrones de la muerte. Es nuestro deber.

Y aquí un papel especial les pertenece a los participantes del movimiento de búsqueda, asociaciones militares y patrióticas y de voluntarios, proyectos como la base de datos electrónica Pamiat Naroda basada en documentos de archivo. Y, por supuesto, para abordar esa tarea humanitaria común se necesita una estrecha cooperación internacional.

La victoria fue alcanzada gracias a los esfuerzos de todos los países y pueblos que lucharon contra el enemigo común. El Ejército británico protegió a su patria de la invasión, luchó contra los nazis y sus satélites en el Mar Mediterráneo, en África del Norte. Las tropas americanas y británicas liberaron a Italia, abriendo el Segundo Frente. EU asestó golpes poderosos y aplastantes al agresor en el Océano Pacífico. Recordamos los tremendos sacrificios del pueblo chino y su gran papel en la derrota de los militaristas japoneses. No olvidaremos a los combatientes de “Francia Combatiente”, quienes no reconocieron la vergonzosa rendición y continuaron luchando contra los nazis.

También estaremos siempre agradecidos por la ayuda prestada por los aliados que proporcionaron al Ejército Rojo municiones, materias primas, alimentos y equipo. Y fue substancial, alrededor del 7 por ciento de la producción militar total de la Unión Soviética.

El núcleo de la coalición anti-Hitler comenzó a tomar forma inmediatamente después del ataque a la Unión Soviética, cuando EU y Gran Bretaña la apoyaron de forma inequívoca en la lucha contra la Alemania de Hitler. Durante la conferencia de Teherán de 1943, Stalin, Roosevelt y Churchill formaron una alianza de grandes potencias, acordaron elaborar una diplomacia de coalición, una estrategia conjunta en la lucha contra una amenaza mortal común. Los Tres Grandes comprendieron claramente que la consolidación de las capacidades industriales, de recursos y militares de la URSS, EU y Gran Bretaña les daría una supremacía indiscutible sobre el enemigo.

La Unión Soviética cumplió plenamente sus obligaciones con sus aliados, siempre tendiendo una mano amiga. Por ejemplo, el Ejército Rojo apoyó el desembarco de las tropas anglo-americanas en Normandía con la operación de gran escala Bagratión en Bielorrusia. En enero de 1945, al alcanzar el río Óder, nuestros soldados pusieron fin a la última ofensiva poderosa de la Wehrmacht en el Frente Occidental en las Ardenas. Y tres meses después de la victoria sobre Alemania, la URSS, en plena conformidad con los acuerdos de Yalta, declaró la guerra a Japón y derrotó al Ejército de Kwantung de un millón de hombres.

Ya en julio de 1941 las autoridades soviéticas declararon que “el objetivo de esta guerra... contra los opresores fascistas, no es sólo la eliminación del peligro que pende sobre nuestro país, sino también ayudar a todos los pueblos europeos que sufren bajo el yugo del fascismo alemán.” A mediados de 1944 el enemigo fue expulsado de casi todo el territorio soviético. Pero era necesario acabar con el enemigo en su guarida. Entonces, el Ejército Rojo empezó su misión de rescate en Europa. Salvó a pueblos enteros de la destrucción y la esclavitud, así como de los horrores de Holocausto. Los salvó a costa de la vida de cientos de miles de soldados soviéticos.

Es también importante no olvidar la enorme asistencia material ofrecida por la URSS a los países libertados para erradicar el hambre y reconstruir la economía y la infraestructura. Lo hizo mientras que en miles de verstas desde Brest hasta Moscú y el Volga no hubo nada más que rescoldos. Por ejemplo, en mayo de 1945 el gobierno de Austria pidió a la URSS que le prestara la ayuda alimentaria porque no supo cómo alimentar a la población en las siete semanas siguientes hasta la nueva cosecha. El acuerdo de las autoridades soviéticas para enviar los alimentos fue caracterizado por el canciller federal del gobierno provisional de la República de Austria Karl Renner como un acto de salvación que los austriacos nunca olvidarán.

Los aliados establecieron conjuntamente el Tribunal Militar Internacional para castigar a los criminales políticos y militares nazis. Las decisiones de ese Tribunal definen claramente la calificación jurídica de tales crímenes de lesa humanidad como genocidio, depuraciones étnicas y religiosas, antisemitismo y xenofobia. El Tribunal de Núremberg también condenó directamente e inequívocamente a los cómplices y colaboradores de los nazis de toda índole.

Ese fenómeno vergonzoso se manifestó en todos los Estados europeos. Tales "activistas" como Philippe Pétain, Vidkun Quisling, Andréi Vlásov y Stepán Bandera, así como sus secuaces y seguidores, aunque disfrazados de luchadores por la independencia nacional o contra el comunismo, fueron traidores y verdugos. Su inhumanidad era a menudo superior a la de sus maestros. Impulsados por el deseo de congraciarse, cumplían con gusto las más troces misiones como miembros de unidades especiales de represalia. Ellos fueron los responsables por la masacre de Babi Yar, la masacre de polacos en Volinia, el incendio de Khatyn y exterminios de judíos en Lituania y Letonia.

Nuestra posición de hoy sigue siendo la misma: los crímenes de los cómplices del nazismo no tienen justificación alguna ni plazo de prescripción. Por lo tanto, es desconcertante que algunos países de repente pongan a los que se mancillaron con la colaboración con los nazis al mismo nivel que los veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Creo que es inaceptable equiparar a los libertadores con ocupantes. En lo que se refiere a la glorificación de los cómplices de los nazis, solamente puedo considerarla como la traición de la memoria de nuestros padres y abuelos. Es la traición de los ideales que unieron a los pueblos en su lucha contra el nazismo.

En aquel entonces, los dirigentes de la URSS, EU y Gran Bretaña enfrentaron un reto literalmente histórico. Iósif Stalin, Franklin Roosevelt y Winston Churchill representaban a los países con diferentes ideologías, ambiciones estatales, intereses y culturas, pero demostraron una enorme voluntad política, superaron sus divergencias y parcialidades y dieron prioridad a los verdaderos intereses del mundo. Como resultado, llegaron a un acuerdo y alcanzaron una solución que benefició a toda la humanidad.

Las potencias vencedoras nos dejaron un sistema que representa la quintaesencia de las búsquedas intelectuales y políticas de varios siglos. Una serie de conferencias –la Conferencia de Teherán, la Conferencia de Yalta, la Conferencia de San Francisco y la Conferencia de Potsdam– sentó las bases para un mundo que, a pesar de las graves tensiones, ya lleva 75 años sin una guerra global.

El revisionismo histórico que se manifiesta ahora en el Occidente, sobre todo con respecto a la Segunda Guerra Mundial y sus resultados, es peligroso porque distorsiona de manera brutal y cínica la percepción de los principios del desarrollo pacífico establecidos en las conferencias de Yalta y San Francisco en 1945. El principal logro histórico de Yalta y otras decisiones de aquellos tiempos era el acuerdo de crear un mecanismo que permitiera a las grandes potencias resolver sus diferencias dentro de los límites de la diplomacia.

El siglo XX nos trajo conflictos mundiales de carácter total y amplio, y además surgieron en 1945 las armas nucleares capaces de destruir físicamente la Tierra. En otras palabras, la solución de controversias por la fuerza se puso extraordinariamente peligrosa. Los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial lo entendían. Lo entendían y eran plenamente conscientes de su responsabilidad ante la humanidad.

La amarga experiencia de la Sociedad de las Naciones se tuvo en cuenta en 1945. La estructura del Consejo de Seguridad de la ONU fue diseñada de manera tal que garantizara la paz con la mayor explicitud y eficiencia. Así nació la institución de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y su privilegio y responsabilidad de vetar.

¿Qué significa el derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU? Hablando con franqueza, es la única alternativa razonable a las confrontaciones directas entre los grandes países. Las cinco potencias la utilizan para declarar que una decisión sea inadmisible para ellos o incompatible con sus intereses y su visión del enfoque adecuado. Y otros países, aun cuando no estén de acuerdo con eso, aceptan la realidad de esa posición sin tratar de satisfacer sus aspiraciones unilaterales. Es decir, en todo caso se debe buscar compromisos.

El nuevo enfrentamiento global comenzó poco después la Segunda Guerra Mundial y a veces tuvo un carácter muy violento. El hecho de que la Guerra Fría no se convirtió en la Tercera Guerra Mundial constituyó una prueba sólida de la eficacia de las disposiciones acordadas por los Tres Grandes. Las normas de conducta que se convinieron cuando se creó la ONU permitieron minimizar los riesgos y controlar el enfrentamiento.

Claro que vemos que el sistema de la ONU funciona ahora con dificultad y no es tan eficaz como podría ser. Pero la ONU sigue cumpliendo su función principal. Los principios de las actividades del Consejo de Seguridad de la ONU son un mecanismo único para prevenir una gran guerra o un conflicto global.

Los llamamientos para que se elimine el veto y las oportunidades especiales de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad que hemos oído con frecuencia en los últimos años son irresponsables en la práctica. Si eso se hiciera, las Naciones Unidas se convertirían, en esencia, en la misma Sociedad de las Naciones, una asociación para conversaciones fútiles sin influencia en los procesos mundiales. Es bien sabido cómo acabó. Es por eso que las potencias vencedoras diseñaron el nuevo orden mundial con la mayor seriedad para no cometer los mismos errores que sus antecesores.

El actual sistema de relaciones internacionales es uno de los resultados más importantes de la Segunda Guerra Mundial. Hasta las diferencias más irreconciliables geopolíticas, ideológicas o económicas no nos impiden encontrar formas de coexistir y cooperar pacíficamente, siempre que existan el deseo y la voluntad. Hoy el mundo está atravesando tiempos un poco turbulentos. Todo está cambiando, desde el equilibrio global de fuerzas e influencias hasta los fundamentos sociales, económicos y tecnológicos de las sociedades, los Estados y continentes enteros. En los tiempos pasados las transformaciones de esa magnitud casi siempre fueron acompañadas por mayores conflictos militares. Siempre hubo una lucha de fuerza para establecer una nueva jerarquía global. Gracias a la sabiduría y la perspicacia de los políticos de las potencias aliadas se pudo crear un sistema que previene manifestaciones extremas de tal rivalidad objetiva que ha sido el rasgo histórico inherente al desarrollo mundial.

Todos los que asumen la responsabilidad política, sobre todo los representantes de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, tenemos un deber de garantizar que ese sistema sobreviva y se mejore. Hoy, tanto como en 1945, es importante demostrar la voluntad política y debatir juntos el futuro. Nuestros colegas –señor Xi Jinping, señor Macron, señor Trump y señor Johnson– han apoyado la iniciativa propuesta por Rusia de celebrar una reunión de los dirigentes de los cinco Estados nucleares que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Les expresamos nuestro agradecimiento y esperamos que tal reunión en persona se celebre en la primera oportunidad.

¿Cómo vemos el programa de la próxima cumbre? Sobre todo, creemos que sería aconsejable considerar medidas para promover la participación amplia en los asuntos mundiales. Necesitamos tener una conversación sincera sobre tales cuestiones como el mantenimiento de la paz, el fortalecimiento de la seguridad global y regional, el control de las armas estratégicas y los esfuerzos conjuntos para hacer frente al terrorismo, extremismo y otros retos y desafíos pertinentes.

El tema especial del programa es la situación económica global. Sobre todo, hay que discutir cómo superar la crisis económica causada por la pandemia de coronavirus. Nuestros países adoptan medidas sin precedentes para proteger la salud y la vida de la gente y ayudar a los ciudadanos que se han encontrado en condiciones de vida difíciles. Pero la gravedad de las consecuencias de la pandemia y el ritmo de la recuperación económica dependen de nuestra capacidad para trabajar de manera unida y concertada, como verdaderos asociados. Todavía es más inaceptable utilizar la economía como un instrumento para presionar y enfrentar otros Estados. Los temas más apremiantes incluyen la protección del medio ambiente, la lucha contra el cambio climático, así como la seguridad del espacio global de información.

El programa de la próxima cumbre de los cinco países que propone Rusia es muy importante y pertinente tanto para nuestros países como para el mundo en general. Tenemos ideas e iniciativas concretas relativas a todos los temas de ese programa.

No cabe duda de que la cumbre de Rusia, China, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña desempeñará un papel esencial para desarrollar respuestas comunes a los retos y desafíos actuales y demostrará nuestro compromiso colectivo con el espíritu de cooperación y los elevados ideales y valores humanistas por los que lucharon codo con codo nuestros padres y abuelos.

Tenemos la memoria histórica común, entonces podemos y debemos tener confianza en el otro. Proporcionará una base sólida para negociaciones exitosas y esfuerzos concertados para fortalecer la estabilidad y la seguridad globales con miras a aumentar la prosperidad y el bienestar de todos los Estados. No es exagerado decir que es nuestro deber y nuestra responsabilidad ante el mundo entero, así como ante las generaciones del presente y el futuro.

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