sábado, 1 de junio de 2019

junio 01, 2019
NUEVA YORK, 1 de junio de 2019.- Ya no se sabe qué capítulo es éste del mismo drama de siempre. Sólo cambia la cifra en esta gran locura estadounidense. Un hombre armado entró la tarde del viernes en el complejo municipal de Virginia Beach, en el estado de Virginia (EE.UU.) y abrió fuego indiscriminadamente. Dejó doce muertos y cuatro heridos, de los que no trascendió en qué estado se hallaban. El pistolero también falleció a consecuencia del fuego cruzado con los agentes.

Los motivos no estaban claros. Sí ha trascendido, según explicó en rueda de prensa el jefe de la policía Jim A. Cervera, que el autor fue un trabajador de estas dependencias que conocía bien el lugar.

Incluso lo definió como “un empleado con muchos años de trayectoria en estos servicios públicos”. De esta manera quedó claro que los investigadores sabían perfectamente la identidad del autor, un hombre, aunque en principio no la difundieron a fin de asegurar las pesquisas. La Policía informó esta mañana que se llamaba DeWayne Craddock, de 40 años. No estaba descartado que otra persona pudiera estar implicada. 

Policías cerca del lugar del tiroteo. (Getty Images)

En concreto, accedió al edificio número dos de las instalaciones y lo recorrió planta a planta sembrado la tragedia. Todavía muchos se preguntaban cómo era posible que “sólo” hubiera trece muertos, ya que el fatídico resultado podría haber sido mucho peor.

“Este es el día más devastador en la historia de Virginia Beach”, lamentó el alcalde Bobby Dyer. “Las víctimas son personas a las que conocemos, nuestros amigos, compañeros de trabajo, vecinos, colegas”, remarcó el alcalde. En términos similares se expresó el gobernador de Virginia, Ralph Northam. “Este es un día terrible, terrible”, dijo visiblemente emocionado ante las cámaras. “Me encuentro totalmente abatido por esta masacre, por los familiares”, añadió.

Uno de los policías que afrontó al agresor salvó su vida gracias a llevar el chaleco antibalas, y recibió varios impactos.

Virginia es uno de los estados en que se permite llevar armas. En el edificio no había ningún tipo de detector de metales.

Megan Baton, una de las empleadas, estaba en esa segunda planta cuando el supervisor escuchó un ruido y les indicó que todos debían ir a su oficina. El ruido continuó. Al menos una veintena de personas se acurrucaron en el suelo y bloquearon la puerta colocando mesas. “Seguimos escuchando los tiros. Nos mantuvimos inmóviles”, recaló. Había compañeros que no pudieron contener el llanto. Otros guardaron silencio. “Nunca te puedes imaginar que esto te puede pasar”, confesó Banton.

Pero en Estados Unidos puede pasar en cualquier sitio. De hecho, pasa a menudo. (Francesc Peirón / La Vanguardia / The New York Times)

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