martes, 2 de abril de 2019

abril 02, 2019
José Repetto

Con el suicidio de Armando Vega Gil, el "movimiento" #MeToo en México ha cobrado su primera víctima fatal.


Uso comillas porque es cuestionable si un chismógrafo que reproduce acusaciones anónimas, no corroboradas y sin una pizca de evidencia merece ser llamado movimiento.

Y es que esto es lo que sucedió en el caso del artista. A través de una de las cuentas de #MeToo se reprodujo un mensaje anónimo, y por tanto cobarde y carente de toda credibilidad, donde se acusa a Vega de tratar lascivamente a una menor de edad.

El músico, angustiado por el daño que esto causaría a su reputación y su carrera, no vio más salida que el suicidio.

Y de esta manera #MeToo México cobró su primera víctima fatal. Un hombre que, al ser acusado anónimamente y sentenciado injustamente en redes, no encontró otra solución.

#MeToo cínica y desvergonzadamente culpó a Vega Gil de su suicidio, lavándose las manos del daño que habían hecho.

Y es que pocos se atreverán a decir que este "movimiento" de chismes y calumnias viola la ley de manera sistemática: es difamación, calumnia y daño moral destruir la reputación de alguien con base en anónimos.

Esperemos los hombres que sean panfleteados por #MeToo no se dejen intimidar y ejerzan acciones legales contra las responsables de esas cuentas de Twitter. Si suficientes alzan la voz, interponen sus denuncias y les dan seguimiento podría si no lograr su cierre al menos exhibirlas y dejarlas marcadas por lo que son: chismosas y calumniadoras "man haters" (popularmente denominadas feminazis).

#MeToo tendrá poder sólo mientras sus víctimas se dejen.

#MeToo no reivindica nada, no hace ningún bien a nadie, sólo daña a las verdaderas víctimas de acoso pues hace menos creíbles sus historias y pone en riesgo la reputación, labor y vida de hombres inocentes, pues cualquiera puede inventar una acusación con el fin de vengarse de alguien o simplemente por diversión.

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