domingo, 3 de febrero de 2019

febrero 03, 2019
José Repetto

Hace algunos días un reportero acudió a una rueda de prensa. Al ver que sería encabezada por un hombre que, le constaba, engañó a su esposa y la dejó por "la otra" decidió irse. ¿Su argumento? Que no prestaría su tiempo y espacio a alguien con tan baja calidad moral, a alguien capaz de faltar a su palabra (votos matrimoniales) y lastimar a quien en él confiaba, por moralista que suene.

Nos han intentado convencer de que la vida personal de políticos, empresarios, artistas y demás figuras públicas no es relevante, que es "su problema" y "no debemos meternos", pero dicho razonamiento indulgente ¿a quién beneficia?

Únicamente a quienes obran mal en su vida privada. A los adúlteros, a los infieles, a los mentirosos, a los golpeadores, a los abusivos, a los ladrones, a los malos padres, a quienes tienen algo que ocultar, etc.

No hay nada más relevante que la vida personal de un individuo a la hora de valorar ya sea si votar por él, comprar en su negocio, ir a sus espectáculos o tratar con él de cualquier manera. Porque si fallan sin remordimiento (todos podemos equivocarnos) en su día a día ¿cómo le quedarán a los demás, con quienes ni siquiera tienen un vínculo personal? Pues peor todavía.

Si no puede justificar moralmente sus acciones más allá de decir "es mi vida privada", es que sus acciones no tienen justificación alguna. Y eso el público lo debe tener en cuenta.

Al menos que tengan el valor de defenderse públicamente, o bien admitir sus faltas. Pero no pretendan que éstas sean ignoradas.

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