domingo, 18 de febrero de 2018

febrero 18, 2018
PARÍS, 18 de febrero de 2018.- Brigitte Macron se dosifica. Sabe que ha caído bien a los franceses pero no quiere de ningún modo eclipsar a su marido. Ha concedido contadas entrevistas, carece de cuenta en Twitter, Instagram, Facebook u otras redes sociales, e intenta realizar la mayor parte de su actividad pública sin presencia de la prensa. De hecho, su agenda pública sólo se da a conocer a posteriori, al final de cada mes, en la web del Elíseo.

“¡Debo decir que es mucho más fácil de lo que creía!” Así juzgó ella misma su función como primera dama (un término que detesta, por cierto), en unas raras declaraciones que concedió al canal de noticias BFM TV durante su reciente visita a Senegal, junto a su esposo. Brigitte reconoció que le piden ­incontables mediaciones (recibe una media de 170 cartas al día), sobre todo en asuntos relacionados con la sanidad, el tratamiento a los discapacitados y la educación. Si lo considera oportuno, comenta el problema con su marido o con el ministro responsable de la materia para ver qué se puede hacer.

Brigitte Macron. (AFP / Getty Images)

 Ex profesora de Letras Clásicas –lo era del ahora presidente, al que lleva 24 años–, Brigitte se siente todavía una maestra. “Es curioso, pero nunca he tenido la impresión de haber dejado mi carrera atrás –dijo al canal BFM–. Sigo siendo, esencialmente, una profesora. Nunca lo quise ser y me convertí en ella por azar, pero lo asumí. Continúo siendo una profesora y cuando estoy en ese ambiente me siento en mi elemento, eso está claro”. Para ella, “la educación es ciertamente la columna vertebral de nuestra sociedad”. “La educación es ser solidarios, es ayudar a los otros”, agregó.

Nueve meses después de haber llegado a la presidencia, el joven jefe de Estado aún genera interrogantes sobre su verdadero ideario político, su programa o sus propias convicciones religiosas, por ejemplo. Su elección tuvo bastante de excepcional, en un escenario de desgaste de todos los partidos y de falta de alternativas. A Macron se le escruta en cada detalle. No hay duda de que la presencia de Brigitte a su lado está siendo un plus porque le aporta una publicidad positiva. Pese a su discreción, pese a su voluntad de quedar en un segundo plano, Brigitte no escapa al foco mediático y la luz que proyecta, hasta ahora, le favorece a él.

“Brigitte Macron se está ganando una buena reputación –opina Corinne, de 53 años, madre de dos hijas y ejecutiva de una multinacional–. Los franceses esperan de la esposa del presidente que esté a la altura para representar a Francia, que sea inteligente, que ejerza influencia en algunas materias y que tenga un estilo. Creo que esta señora es inteligente, es profesora, viste bien. Y no exagera en su función. No ha habido ningún escándalo. Ha sabido ponerse en la piel de la esposa del presidente y encontrar su papel”.

Le Figaro, el primer diario de Francia,acaba de dedicar a la primera dama un largo reportaje en la que compara su modo de actuar con el de sus predecesoras. La llama “la estilista cultural del pre­sidente” y traza cierto paralelismo con Claude Pompidou, esposa de George Pompidou, que fue pre­sidente entre 1969 y 1974. Aquella pareja presidencial también era cultivada –una virtud que los franceses aún aprecian– y se distinguió por su intenso contacto con la intelectualidad de la época y el mundo de la cultura.

Brigitte Macron está dando una impronta especial a su función, que había quedado un poco desdibujada durante las presidencias de Sarkozy y de Hollande, unos líderes que trasladaron al Elíseo su convulsa vida sentimental. Desde Bernardette Chirac, no ha habido una inquilina del Elíseo que residiera allí de manera estable, que hiciera suyo el lugar.

El semanario L’Express afirmó, en la portada de su último número, que “la estrella es Brigitte” y explicó que la esposa del presidente “tiene una obsesión: ser ella misma”, actuar con naturalidad, sin imposturas, que la vean como una persona auténtica. Por esa razón organiza sus actos de la manera más discreta posible, con ayuda de dos estrechos colaboradores –Pierre-Olivier Costa y y Tristan Bromet–, a los que llama “les garçons” (los muchachos), y que le acompañan incluso en paseos improvisados, al terminar la jornada, en los que no rehúsa hablar con la gente por la calle.

La prensa rosa ha descubierto que Brigitte Macron tiene un gancho extraordinario entre sus lectores. La revista Closer ha comprobado que cuando la primera dama figura en portada, ese número aumenta sus ventas un mínimo del 10%, a veces hasta un 20%. Eso sí, no deben ser reportajes críticos. En ese caso los lectores pierden interés. Quieren que su opinión positiva se refuerce, no lo contrario.

La esposa de Macron, muy atenta a la alimentación saludable –siempre insiste en que su marido coma a diario frutas y verduras variadas– está considerando copiar de Michelle Obama la idea de montar un huerto que surta de productos frescos al Elíseo. Probablemente esta pequeña explotación agrícola no estará en el palacio presidencial, por falta de espacio adecuado, sino en La Lanterne, antiguo pabellón de caza, anexo al palacio de Versalles, que ahora se usa como segunda residencia de los jefes de Estado.

Brigitte muestra un interés evidente por la cultura, por las exposiciones, por la literatura, por el teatro. Quiere evitar, no obstante, dar a conocer sus gustos, intervenir en decisiones concretas o expresar su opinión en polémicas puntuales, para que no la acusen de hacer valer su influencia, aunque es obvio que la tiene.

A pesar de las exigencias de la seguridad, la mujer de Macron trata de no caer en la tentación de la burbuja. Fue significativo, por ejemplo, que cuando Melania Trump estuvo París, la Casa Blanca sugirió que la visita que iban a efectuar al museo d’Orsay se hiciera sin público, que fuera un tour privado para ellas solas. Brigitte se negó. Ha visto que los franceses, en estas situaciones, sí la reconocen pero no la agobian.

Una de las tareas que Brigitte tiene por delante es remodelar la decoración del Elíseo –un palacio al que los empleados llaman coloquialmente el château–, modernizar su estilo e incorporar nuevas obras de arte. Se está asesorando con los mejores expertos.

Según L’Express, la primera dama se siente tan cómoda que incluso puede permitirse bromear un poco sobre la diferencia de edad con su esposo y las arrugas de ella, hasta el punto de que un día, comentando la fatiga del presidente por el intenso trabajo que conlleva su cargo, dijo: “Se levanta mucho más arrugado que hace ocho meses… Me va a alcanzar”. (Eusebio Val / La Vanguardia)

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