jueves, 1 de junio de 2017

junio 01, 2017
Axel García*

Tenemos dos cerebros: uno en la cabeza y otro oculto en nuestras entrañas. Los neurólogos han hallado que este último también es capaz de recordar, ponerse nervioso y dominar a su colega más noble.

Hace 4,500 años, los eruditos egipcios situaban en la parte más prosaica de nuestro organismo, con sus intestinos inquietos y pestilentes, la sede de nuestras emociones. En el Papiro Smith, por ejemplo, ya puede leerse que el estómago constituye la desembocadura del corazón, el órgano “donde se localizan el pensamiento y el sentimiento”. De este modo, cualquier manifestación o alteración en la mente cardiaca se refleja indefectiblemente en el aparato digestivo. 


En el Papiro Ebers (1550 a. de C.) se describe sin tapujos esta relación anatómica y funcional: “Tratamiento de una gastropatía. Al recibir una buena noticia, un cosquilleo placentero invade la barriga, como si en su interior revolotearan miles de mariposas. Por el contrario, las situaciones de tensión, miedo o aflicción hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en nuestras entrañas.

Fruto de décadas de trabajo, los científicos están en condición de afirmar que, por inaudito que pueda parecer, en el tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro muy similar al que tenemos en la cabeza.

Efectivamente, el tubo digestivo está literalmente tapizado por más de 100 millones de células nerviosas, casi exactamente igual que la cifra existente en toda la médula espinal, estructura que junto al encéfalo –cerebro, cerebelo y tronco encefálico– forma el denominado sistema nervioso central (SNC).

Desde el punto de vista estructural, los neurólogos dividían el sistema nervioso en dos componentes: el central y el periférico (SNP). Este último incluye las neuronas sensitivas, que conectan el SNC con los receptores sensitivos; y las neuronas motoras, que ponen en comunicación el sistema central con los músculos y las glándulas.

Ya en el estómago, los alimentos deben ser digeridos, pero también aquí se van a digerir los sentimientos. Si el paciente no exterioriza la agresividad, esta se quedará dentro y si la expresa en exceso se sentirá culpable y lo rumiará, pero de ninguna de los formas solucionará su problema.

Las personas que padecen de estómago suelen ser personas que rehúyen las situaciones conflictivas.

El cerebro es el encargado de digerir las emociones, mientras que el intestino digiere los alimentos. Cuando el paciente presenta problemas en su intestino delgado nos podemos plantear si no estará analizando demasiado las cosas.

Para la Medicina Psicosomática, el intestino delgado es un indicador de las angustias vitales de la persona, y pueden manifestarse en forma de diarrea, que representa el miedo de soltar. Por otra parte, cuando el que está afectado es el intestino grueso, el síntoma más frecuente va a ser el estreñimiento, que viene a representar la resistencia de dar o el afán de retener. Y no sólo en el sentido material del dar sino también respecto a las emociones, el miedo a exteriorizarlas.

Otro dato importante es que el 90% de la serotonina, la hormona del bienestar, la producimos en el intestino.

El cerebro intestinal libera sus sustancias químicas como, por ejemplo, la serotonina (la famosa hormona de la felicidad y el bienestar) como respuesta a una alimentación y digestión sanas. Hay que saber que la serotonina no se produce sólo en el cerebro sino que, por el contrario, la mayor parte de ella (el 90%) se libera en el intestino.

Si nos alimentamos bien, variado y con un aporte proporcional de todos los nutrientes; si tenemos unos hábitos sanos a la hora de comer (sin prisa, masticar bien y no distraernos) el sistema digestivo nos responde y nos lo agradece con una sensación de bienestar, dándonos un buen suministro de energía, vitalidad y optimismo.
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*Estudiante de la Universidad Anáhuac Mayab