martes, 30 de mayo de 2017

mayo 30, 2017
PANAMÁ, 30 de mayo de 2017.- Aunque le dio tiempo de perdier perdón a su manera, con la atención mediática que un gesto así se merecía, Manuel Antonio Noriega murió anoche sin la indulgencia de un pueblo que todavía resiente su actitud ante la invasión de EEUU, unos por no hacerle frente como el general que era y otros por no rendirse a tiempo para evitar la más grave agresión sufrida por el país.

Su desaparición física zanja de alguna manera el debate de si debía concedérsele la prisión domiciliaria que solicitaba su familia en atención a su avanzada edad y las dolencias físicas previsibles en un hombre de 83 años.

Su operación del pasado 7 de marzo, que se llegó a interpretar como una estrategia para permitir, sin hacer ruido, que pasara sus últimos días en compañía de sus hijas, resultó ser una intervención fatal de la que no pudo recuperarse.

Noriega pasará a la historia por escribir una de sus páginas más turbias: la dictadura militar que sojuzgo a Panamá entre 1986 y 1989. (EFE)

Con Fidel Castro.

Machete en mano declaró la guerra a EEUU.

Aquejado de un tumor cerebral benigno, sus médicos recomendaron su excarcelación temporal para prepararse para el procedimiento médico, que fue concedida en enero pasado, y un periodo de recuperación postoperatoria, también fuera de la cárcel.

Noriega estaba recluido en el centro  penitenciario El Renacer, una antigua cárcel de EEUU en Panamá durante su etapa de control del canal interoceánico, desde 2011, cuando fue extraditado por Francia, que lo condenó a siete años de cárcel por blanqueo de capitales, y a una multa de un millón de euros a pagar al Estado panameño.

Antes había cumplido prisión en Miami (EEUU), donde fue juzgado y condenado tras ser capturado por el ejército de ese país, poco después de invadir Panamá en su búsqueda, el 20 de diciembre de 1989. En su contra se formularon cargos por narcotráfico y lavado de dinero, delitos por los que recibió una pena de 40 años que se redujo a 20 por diferentes rebajas.

Juzgado en ausencia, en Panamá le esperaban condenas de hasta 60 años de prisión, pero nunca se presentó ante un tribunal. Y no fue sino hasta este año que se le convocó a una audiencia para resolver su excarcelación.

El pecado original

Aunque con muchos hechos de su pasado se ha intentado explicar el carácter resbaladizo y traicionero de Noriega, su verdadera historia empieza cuando en 197O favorece el retorno al país del recién proclamado jefe máximo Omar Torrijos, protagonista de un  golpe militar en 1968. Esa muestra de lealtad le hizo imprescindible y se encargó desde entonces de la seguridad del régimen, hasta el punto de que algunas versiones aseguran su inevitable participación en el aparente accidente que acabó con la vida de Torrijos.

Su muerte le deja en primera línea para convertirse en general, tras prescindir por jubilación o por retiro forzado de quienes le superaban en jerarquía, incluido el coronel Roberto Díaz Herrera, primo de Torrijos, quien en 1987, tras verse desplazado, termina revelando  en rueda de prensa todos los pecados de Noriega, incluido los de doble espía de cubanos y de la CIA, enlace de los carteles de la droga colombianos y macumbero. Le achaca también la muerte del decapitado médico  rebelde Hugo Spadafora y del sacerdote colombino Héctor Gallego.

Son esas declaraciones las que exacerban la oposición a un régimen militar cada vez más deteriorado, que poco guarda de la "dictablanda"  torrijista que se hizo popular por su lucha antiimperialista. Además, borracho de poder, Noriega, al que no se le perdona su fealdad y se le bautiza como "cara de piña" por sus marcas faciales, empieza a perder el autocontrol del que siempre hizo gala, junto con las alianzas que lo respaldan en Washington, Europa e Israel.

Apuntalado por su grupo más radical de seguidores, Noriega llegó a contravenir el orden constitucional, se proclamó jefe de Estado en 1989  y machete en mano declaró la guerra a EEUU. La invasión estaba servida.

Pero el "hombre fuerte" de las entonces Fuerzas de Defensa de Panamá no plantó cara a la más que avisada intervención militar estadounidense, que llegó a favorecer algún sector del país, sino que buscó refugio en diferentes casas de amigos  y colaboradores (hay quien dice que se escondió bajo las faldas de una amante) para finalmente protegerse en la representación vaticana, de donde ya salió preso.

Su único gesto de arrepentimiento, el 25 de junio de 2015,  cuando leyó un comunicado de perdón frente a las cámaras de televisión, no logró convencer y se cierran las puertas para una posible gestión humanitaria.

El presidente Juan Carlos Varela, que hoy tendrá que asumir una postura de Estado sobre la muerte del antiguo jefe militar, solicitó en su cuenta de Twitter  "un sepelio en paz".

La muerte de Noriega, añadió el gobernante, "cierra un capítulo de nuestra historia". Queda decidir cómo empezar a escribir el próximo. ¿Se acabó la rabia? (La Estrella de Panamá)