lunes, 29 de mayo de 2017

mayo 29, 2017
Axel García*

Es algo habitual oír que el combustible preferido por el corazón es la grasa pero que el cerebro funciona con glucosa. Sea esto cierto o no (todo es matizable), nuestro cuerpo es una máquina con un diseño probado durante largos siglos que ha demostrado ser muy eficiente y adaptable a las circunstancias ambientales en las que pueda verse implicada (hambrunas, ayunos …etc.).

Se dice que nuestro cerebro necesita aproximadamente 480 calorías de glucosa, de 600 a 800 calorías si pensamos en las que además necesitan el sistema nervioso e inmune. Pero en realidad la mayor parte de la glucosa que consumimos se destina a almacenarse en hígado y músculos en forma de glucógeno. La buena noticia es que no es necesario que la glucosa tenga un origen dietético (y mucho menos en forma de dulces) sino que nuestro cuerpo va a producir la que necesite a través de varios mecanismos.


Lo primero a aclarar son las fuentes de glucosa. Cualquier carbohidrato, desde una lechuga a una cucharada de coco rallado, se metaboliza en forma de azúcares (glucosa, fructosa y fibra) por lo tanto a una dieta que contenga almidones (arroz, seudocereales) verduras y frutas, no le va a faltar glucosa. Y en caso que un día no se consuman los suficientes para la actividad que desempeñes, primeramente se usaría el glucógeno que almacenas en hígado y músculo (glucogenólisis) y luego tu hígado producirá la glucosa que necesite a partir de aminoácidos.

Este proceso que usamos para producir glucosa se llama gluconeogénesis y lo conseguimos transformando ácido pirúvico, ácido láctico, glicerol y aminoácidos glucogénicos en glucosa, es decir, convertimos proteínas y grasas (cetonas) en glucosa. Es un mecanismo protector ante una bajada del nivel de glucosa y no es exclusiva del hombre, animales y plantas, hongos, bacterias y otros microorganismos también lo usan.

Pero como ya hemos dicho nuestro cuerpo es una máquina eficaz y eficiente así que si el cerebro necesita glucosa y ésta es escasa en ese momento los cuerpos cetónicos (astrocitos) también producen glucosa preservando la función neuronal sináptica y la estabilidad estructural. Esta es una vía neuroprotectora que se ha demostrado ayuda a mantener el metabolismo neuronal. Aun en períodos de semanas en los que no hay comida disponible, al cerebro no le falta glucosa y la metaboliza de cuerpos cetónicos (ácido acetoacético) y de ácidos grasos libres (beta–hidroxibutirato). Ni en estas extraordinarias situaciones el organismo permite que un órgano tan valioso como el cerebro se quede sin su combustible.

Entonces, ¿cuál es el mejor combustible para mi cerebro?

El azúcar es una fuente anaeróbica de energía, que podemos manejar solo en pequeñas cantidades, cuando nos excedemos en su consumo y no la usamos al momento, se almacena en el tejido adiposo. La oxidación del azúcar implica daño oxidativo y genera la actividad de radicales libres que dañan los tejidos y aceleran el proceso de envejecimiento. Es complicado calcular la cantidad que necesitamos para nuestra actividad física, sabiendo que cada gramo de glucosa aporta solo 4 calorías donde la grasa aporta 9 y complica saber con cuánta cantidad se rellena el glucógeno de hígado y músculos sin pasarse para no almacenarla. Además el azúcar contiene una parte de fructosa que cada vez está más claro es una sustancia más perjudicial que beneficiosa para la salud (especialmente el hígado)

Las personas habituadas a usar glucosa como fuente principal de energía suelen tener cambios de humor y/o ánimo relacionados con la cantidad de glucosa que tengan en sangre. Esto lo saben muy bien los diabéticos cuyos primeros síntomas ante una hipoglucemia (bajo nivel de glucosa) son bajo nivel de energía y confusión mental. Además de la adicción que ciertos carbohidratos estimulan en nuestro cerebro, vivir bajo el mandato de la glucosa afecta a nuestra voluntad o capacidad de escoger un tipo de comida que sabemos más saludable frente a otro que simplemente nos guste más.

Usando grasa como principal fuente de energía, no hay estas desventajas, tu hígado procesa la cantidad que necesita de una manera continua y a demanda. La glucosa de tus almidones, verduras y frutas es suficiente para que tu cerebro funcione pero no se haga adicto a los dulces, ni necesites alimentarlo cada pocas horas.
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* Estudiante de la Universidad Anáhuac Mayab