sábado, 24 de septiembre de 2016

septiembre 24, 2016
Antonio Villarreal / El Español

En inglés, granja se dice farm y a las grandes multinacionales farmacéuticas se las conoce como Big Pharma. Por ello, cuando la semana pasada Bayer anunció la compra de la multinacional agrotecnológica Monsanto, muchos dijeron que acababa de nacer Big Farma.

Ahora, la empresa de semillas y pesticidas acaba de anunciar que ha adquirido la licencia para usar la técnica de edición genética CRISPR (de posibilidades inauditas) en usos agrícolas, un movimiento que podría tener profundas implicaciones en el futuro de los llamados organismos genéticamente modificados, ya que este sistema podría acelerar y simplificar la creación de nuevas cosechas resistentes a las sequías o a diversas plagas.

Este sistema, inspirado en los trabajos del español Francis Martínez Mojica, está revolucionando el mundo de la medicina pero hasta ahora sus aplicaciones no se habían trasladado al campo de la alimentación. Dos de sus principales impulsoras, las estadounidenses Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier fueron galardonadas con el Princesa de Asturias de Investigación en 2015. La licencia ha sido concedida por el Instituto Broad, un centro de investigación financiado a medias entre Harvard y el Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT).


Tras el acuerdo, que se anunció a última hora del jueves, ambas partes han sido escuetas. "Este acuerdo ofrece acceso a una fascinante herramienta para nuestra investigación en edición de genes", declara a EL ESPAÑOL Carlos Vicente, portavoz de Monsanto en España. Desde el Instituto Broad remiten a este periódico al comunicado oficial. "Más allá no vamos a comentar nada", ha dicho el portavoz Paul Goldsmith.

Importantes restricciones

"Hay muchos beneficios potenciales del uso de CRISPR en agricultura que podrían favorecer a la salud humana, como reducir el hambre en el mundo, nuestra dependencia de los pesticidas o ayudar a la sociedad a adaptarse mejor al cambio climático", ha declarado Issi Rosen, director del área de negocio del Broad Institute. "Sin embargo, justo como en biomedicina, el uso de la edición genética en agricultura despierta importantes preocupaciones éticas y de seguridad".

Así, el acuerdo incluye una importante restricción y es que no podrá emplearse el CRISPR para hacer "genética dirigida", es decir, estimular o suprimir un rasgo que afecte -con consecuencias desconocidas- a poblaciones enteras de una especie.

Otra de las cláusulas es la prohibición de crear semillas estériles (también llamadas semillas Terminator). En teoría, Monsanto podría utilizar CRISPR para crear variedades que, una vez florecidas, den semillas estériles, lo que obligaría al agricultor a comprar semillas una y otra vez.

La última de las prohibiciones afecta al tabaco. Aunque potencialmente los uso de la planta van más allá de crear cigarrillos, los responsables del Broad Institute temen que esta nueva técnica de edición genética pueda llegar a servir para crear variedades menos nocivas del tabaco y que, por tanto, se incremente su uso.

Guerra de patentes

Además de por su importancia científica, CRISPR ha sido también noticia por haber provocado una importante guerra en torno a las licencias para usarlo. Desde 2013, el Instituto Broad ha negociado acuerdos con una docena de empresas biomédicas para permitir la investigación comercial con esta técnica, entre ellas Editas Medicine, GE Healthcare o Evotec. Esta es, sin embargo, la primera vez que CRISPR se aplicará en agricultura o alimentación.

Para Monsanto, la principal ventaja de esta nueva técnica con respecto a las utilizadas para crear organismos modificados genéticamente es su precisión. Hasta ahora, para crear una variedad transgénica había que introducir un gen de otro organismo en el ADN de la planta, pero esta inserción era aleatoria, podía funcionar como se esperaba o no. Además, el gen que pretendía sustituirse seguía allí. La diferencia es que CRISPR puede tomar un gen y sustituirlo por otro, como corregir una palabra mal escrita en un procesador de texto.

Por último, y más importante, dado que CRISPR no inserta un gen ajeno al ADN de la planta sino que modifica o borra uno del propio genoma, un organismo tratado con esta técnica no tendría por qué ser considerado transgénico ni cumplir con las estrictas leyes que se aplican a este tipo de productos.