lunes, 26 de septiembre de 2016

septiembre 26, 2016
Carlos Loret de Mola Álvarez


Diana Vázquez era mesera del Sabinas Tavern de Chicago. Fidel Urbina y su compañera de trabajo, Susana Paniagua, llegaron al sitio y ella los atendió esa noche, la del 28 de febrero de 1998. Se la echaron larga: los tres salieron hasta que cerró el bar, a las 3am. Fidel llevó a Susana a su casa y se quedó con Diana. La llevó contra su voluntad a un taller hojalatero, ubicado en 2158 West 18th Street. Y la violó.

No le bastó a Fidel Urbina. Se la quiso llevar a su departamento. La subió a un coche por la fuerza y al arribar al lugar, la violó de nuevo a punta de navaja. Urbina se quedó dormido. Diana aprovechó para huir a un hospital donde la atendieron y denunció el delito. Nada pasó.

Ocho meses después, el 20 de octubre de 1998, Gabriela Torres llevó a reparar su vehículo a un taller mecánico, localizado en 2318 West 50th. Street Place, del propio Chicago. Fidel Urbina era el jefe del taller.

Al día siguiente, el cadáver de Gabriela fue hallado en la cajuela de un Chevy Lumina azul que había sido incendiado. El cuerpo estaba carbonizado y presentaba ataduras con cables de bujía y cinta adhesiva. La necropsia reveló que Gabriela había sido violada por Urbina.

Por la brutalidad con la que actuó y su capacidad para evadirse de la justicia (adoptó los nombres de Lorenzo Maes y Fidel Lorenzo para no ser detectado), el FBI lo incluyó en su lista de los más buscados 14 años después de los hechos, en junio de 2012. Y pidió ayuda a las autoridades mexicanas.

Según fuentes internacionales de la Interpol, que tiene su sede en Lyon, Francia, el buró federal de investigaciones de Estados Unidos acudió a esta coordinación policiaca mundial como vía para pedir a México que rastreara al violador y asesino. En nuestro país, se hizo cargo del caso la Agencia de Investigación Criminal de la Procuraduría General de la República.

Estas mismas fuentes me revelan que el FBI y la AIC se coordinaron para dar con el paradero de Fidel Urbina: vivía en la ranchería Polvo de Valle de Zaragoza, Chihuahua. Había adquirido una nueva identidad. Ahí lo conocían como Edgar Díaz Hernández.

Encubiertos, los agentes mexicanos se trasladaron hasta el poblado, entrevistaron a los vecinos, realizaron las coberturas. Y claro, preguntaron en los tres talleres mecánicos de la zona. Uno de ellos resultó ser de Edgar Díaz Hernández. Fidel Urbina, en realidad.

Dos años de indagatoria después, finalmente dieron con su domicilio y lo encontraron ahí. Lo sometieron sin que opusiera resistencia. No hizo falta un solo balazo.

Y ahora, uno de los diez más buscados de la lista del FBI, aguarda su extradición a Estados Unidos para responder por el bestial y delictivo comportamiento del que fueron testigos Diana Vázquez, una de sus víctimas, y Jaime Vázquez y Francisco Sánchez, los dos empleados que confesaron haberle ayudado a quemar el cuerpo de Gabriela Torres.