domingo, 10 de julio de 2016

julio 10, 2016
PARÍS, Francia, 10 de julio.- La salida de Cristiano del terreno de juego es como la retirada de un cuerpo inerte del campo de batalla. Las manos cubren el pudor de un rostro ensangrentado en llanto. El enemigo, en pie, aplaude a quien ha demostrado su valor en tantas lides. Pocas veces ha encontrado este jugador que jamás deja indiferente semejante unanimidad. Si ha correspondido siempre con la grandeza que invoca su talla como futbolista, no es momento de juzgarlo. Seguramente, no. Saint Denis lo hace. Da su aliento a Les Bleus, que se quedan en la orilla adonde llega una nave alentada por un líder en el lugar de un náufrago, con las manos alzadas en el horizonte. Nunca la crueldad fue tan bella. (1-0: Así se lo contamos)(Para información desde el punto de vista de Francia, enlace a L'Équipe)(Tuits de la final)

Esta Eurocopa levantada por Portugal y luchada por Francia hasta la extenuación no se va distinguir por el toque excelso que dejó la España de Iniesta y Xavi, uno de los padrinos de la final, con su traje de hombre y sus zapatillas de niño que juega a la pelota. En la Rue Rivoli de París han permanecido sus imágenes durante el torneo, junto a las de Zidane, Di Stéfano o Puskas. La Copa que Xavi colocó en su pedestal, la toma un jugador enorme al frente de un país con el que el fútbol tenia una deuda, aunque no la pagara cuando más razones tenía. Le jour de gloire es de Portugal.


Fernando Santos no saca sus manos de los bolsillos mientras observa a Cristiano, sentado, quebrado, presa de unas lágrimas que no puede contener. La entrada de Payet ha dejado maltrecha su rodilla. El entrenador parece no inmutarse, como si fuera inútil hacer muecas al destino. Sus designios son inexorables. Hay algo idiosincrático en su actitud. De hecho, Santos tiene el aspecto de esos personajes que retrata el costumbrismo de Eça de Queriós. Cabizbajo, se mueve por el área técnica como un paseante que va donde le lleve la calle. En el campo, sin embargo, la calle se acaba pronto. Hay que decidir. Cristiano decide seguir y Cristiano decide marcharse. Salta Quaresma. Empieza otro partido.

Hasta entonces, lo había dominado Francia, dueña de una salida intensa, con alto ritmo de juego. La intención de los anfitriones era abrumar a Portugal, desbordarla, sacarla del campo y dejar a Cristiano a muchos metros de la pelota. Deschamps mandó arriba a sus laterales, Evra y Sagna, para crear situaciones de dos contra uno en las bandas. Los frutos los recogió Payet, el más incisivo por la izquierda. A Cédric se le acumulaban los problemas, y más después de ver una tarjeta amarilla, por lo que Pepe tenía que ofrecerle ayudas. Imperial el central del Madrid, hasta que sumbió a la media verónica de Gignac en el área, de uno de sus escasos errores en la banda, llegó una de las ocasiones más claras de Francia. Payet lanzó a Griezmann, al vuelo. La mano de Rui Patricio evitó el gol.

A Grizi se le observó excitado, demasiado. Se movía más rápido que la jugada. La dimensión adquirida durante el torneo y la trascendencia de la final conforman un cóctel emocional difícil de digerir. Hasta pasada la hora de partido, no volvió a encontrar de nuevo el lugar desde el que conectar, esta vez a centro de Coman, sustituto de Payet. Fue poco.

Francia abusó de los centros en busca de que la corpulencia de Giroud concediera el espacio a Griezmann, pero esas disputas eran ganadas por Pepe y Fonte. Con un Pogba tibio, el peligro iba a llegar por parte de un jugador que decidió interpretarlo. Fue Sissoko. Cuando embestía, era como un bisonte. Atravesó la defensa lusa como si echara abajo una muralla y probó la solvencia de Rui Patricio, después de girar sobre sí mismo en el área.

Portugal se sostuvo ante ese inicio sin ofrecer más réplica que un buen disparo de Nani, alto. La lesión de Cristiano la dejó perpleja, pero en pocos minutos se reorganizó sobre el campo. A falta del norte al que siempre mirar, lo hizo hacia el este y el oeste, y el resultado fue el equilibrio del partido, puesto que aumentó el tiempo de sus posesiones. Renato Sanches empezó a pedir la pelota, Raphael avanzó su posición en las transiciones y Joao Mario entró en el cuerpo a cuerpo con las rocas francesas. Si la situación no se tradujo en una igualdad mayor, fue por la falta de capacidad para percutir del equipo luso. Hasta los últimos minutos, no lo consiguieron Nani y Quaresma, prácticamente en la misma jugada. Era la respuesta a un disparo de Giroud, antes de dejar el campo. Rui Patricio y Lloris dieron su respuesta.

Deschamps había acertado con la entrada de Coman, que puso más electricidad en la mediapunta, pero con el tiempo casi agotado y el choque entregado a un cambio de goles, decidió dar la alternativa a Gignac, un tanque del área. Santos respondió con Eder, delantero por delantero. Portugal, pese a la caída de su estrella, había conseguido alcanzar el final. Era el momento del todo o nada. La primera ficha la gastó Gignac. Quebró a Pepe en el área y sólo el palo evitó el estadillo de Saint Denis por una jugada que lo merecía todo. En la prórroga, la tercera que Portugal en el torneo, Raphael lanzó al larguero y Eder, en la siguiente acción, soprendió a Lloris. El banquillo luso invadió el campo. Cristiano volvió a llorar pero con lágrimas de azúcar, no de sal. (Orfeo Suárez / El Mundo / Diário de Notícias)