domingo, 17 de julio de 2016

julio 17, 2016
MADRID, España, 17 de julio.- Recep Tayyip Erdogan ha ganado el pulso que le echaron el viernes algunos sectores del Ejército turco. Y sale muy reforzado, anunciando medidas contundentes contra los golpistas y afirmando que su líder pagará "delante de toda la nación" por lo acontecido. El mandatario turco, que se encontraba en uno de los peores momentos de su popularidad, llegó a decir que el golpe de estado había sido una "bendición" porque le permitirá ampliar las purgas que lleva desarrollando en las Fuerzas Armadas, vinculadas de forma tradicional con un cierto laicismo entroncado con la herencia de Mustafá Kemal.

El golpe fracasó le devolvió a Recep Tayyip Erdogan el prestigio que se había deteriorado. En unas pocas horas se convirtió en un defensor de la democracia amenazada por los soldados. Con determinación y energía fue capaz de movilizar a la población. Y ahora puede jugar la carta de un referéndum que le daría plenos poderes. (AP)

Como sucede a veces en Turquía, resulta difícil saber con certeza qué sucedió en las calles de las principales ciudades del país. Alrededor de las nueve de la noche del viernes, efectivos de la Jandarma (“Gendarmería”), un cuerpo militar pero que depende del Ministerio del Interior, cerraron los dos puentes sobre el estrecho del Bósforo en Estambul mientras cazas de la fuerza aérea sobrevolaban Ankara a baja altura. Cuando miembros del Ejército comenzaron a detener a policías y empezaron a verse tanques circulando por diferentes puntos del país, a todo turco mayor de 20 años le quedó claro lo que estaba sucediendo: se estaba produciendo un golpe de Estado. No en vano, las fuerzas armadas turcas han derrocado a los respectivos gobiernos cuatro veces en el último medio siglo, la última de ellas en fecha tan reciente como 1997.

El golpe siguió un esquema clásico: además de desplegar tanques en lugares visibles, como los aeropuertos de Estambul y Ankara, efectivos militares tomaron el edificio de la radiotelevisión pública turca, la TRT, y obligaron a la presentadora a leer un comunicado, que afirmaba que un “consejo de paz” había tomado el control del país, y proclamaba la ley marcial y el toque de queda.

El guion sonaba demasiado familiar, por lo que miles de turcos corrieron a sus casas a esperar noticias, para evitar acabar como aquellos civiles tiroteados por soldados de gatillo fácil tras la asonada de 1980. Todo el país se conectó a la televisión y a las redes sociales. Y ese fue el momento en el que los golpistas perdieron la iniciativa.

Pasada la medianoche, Erdogan compareció en directo en la cadena CNN Türk, apareciendo vía Skype en el teléfono de uno de los presentadores, para pedir a los ciudadanos que se resistieran a la asonada. “No les dejaremos el terreno”, dijo Erdogan, quien instó al pueblo turco a salir a retomar las plazas y los aeropuertos. “Este movimiento [militar] no es parte de la cadena de mando. El comandante en jefe soy yo”, aseguró.

Cientos de miles de personas recibieron en sus teléfonos móviles un mensaje de las sedes locales del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, llamándolos a reunirse y proteger los edificios de la formación. Poco después, los altavoces de las mezquitas en Estambul y otros lugares emitieron, no llamadas a la oración, sino llamamientos a la resistencia.

Pocas horas después, miles de personas se habían reunido frente al aeropuerto Atatürk de Estambul, frente a los puentes del Bósforo, en las plazas de Estambul y Ankara. Algunas se colocaban frente a los tanques, otras dialogaban o discutían con los soldados, sin que los tiros al aire les hiciesen retroceder. En algunos casos, los manifestantes escalaban los tanques y desarmaban a sus ocupantes. Resultaba obvio que los soldados tenían órdenes de no disparar. Y por encima de todo, en cada escenario, un grito se repetía: “¡En el nombre de Alá! ¡Alá es grande!”.

La situación fue escalando en dramatismo: hubo explosiones en el Parlamento, un helicóptero de combate mató a 17 personas en un ataque contra una academia de policía, y al menos seis civiles murieron y un centenar resultaron heridos en los enfrentamientos con el Ejército y los saqueos.

El Gobierno turco se apresuró a buscar un culpable: una presunta facción del ejército vinculada a la “organización terrorista de Fethullah Gülen” y el “estado paralelo”. Para entender el alcance de la acusación, hay que entender quién es Gülen y su postura hacia las fuerzas armadas turcas.

El movimiento de Fethullah Gülen es una especie de Opus Dei musulmán orientado, como este, a la búsqueda de influencia política a través de la formación de elites. Así, igual que la institución fundada por Escrivá de Balaguer, tiene una importante red de empresas y centros educativos que han conseguido agrupar a millones de seguidores. También ha mostrado un especial celo en colocar a sus miembros en el seno de las instituciones, pero, a diferencia de aquella, se ha esforzado sobre todo en los servicios de inteligencia policiales y de la Jandarma, y en la judicatura. Hay una grabación en la que se escucha a Gülen instando a sus seguidores a infiltrarse en las instituciones y tomarlas desde dentro. Por ello, los ‘fethullahçis’ se contaron entre los colectivos más represaliados tras el golpe de Estado de 1997, de orientación marcadamente secularista, y Gülen se vio obligado a exiliarse en Pensilvania, donde continúa residiendo.

Durante muchos años, el ejecutivo de Erdogan y los seguidores de Gülen fueron estrechos aliados. Los fiscales ‘fethullahçis’ fueron quienes amañaron las pruebas incriminatorias para condenar a toda la cúpula del Ejército, acusándola -precisamente- de golpismo. Tras la brutal purga conocida como ‘caso Ergenekon’, durante mucho tiempo se consideró que el ejército estaba desactivado como árbitro político en el país. Los nuevos mandos militares, conscientes de la situación, eran mucho más dóciles y acomodaticios con el Gobierno islamista que sus antecesores. (El Confidencial / Repubblica)